"Solo" por Dante Pena
La abuela canta canciones viejas, la radio escupe noticias, y el ruido de la afeitadora Phillips de Papá, se mezcla con el crepitar del aceite de la sartén, de las papas fritas que hace Mamá… Barullo, bochinche, voces, ecos…. Ruido a Familia.
El gato que reclama el bofe paseándose por la ventana de la cocina, y el llanto de mi hermano menor desde el patio, porque le habían pegado un coscorrón como castigo por su costumbre de comerse la tierra de las macetas, y los bichos bolita del jardín.
-¿Dónde está Dante?, hace quince minutos que no lo veo, ¿Se fue a la calle?, pregunta la abuela…
Control… Una de las cosas que ofrece la familia es control… Yo a veces, odiaba el control. Y soñaba con estar solo.
Empecé con ese deseo de estar solo… No sé cuándo… Creo que desde que tengo memoria. Disfrutaba de mi vida familiar, pero pasaba muchos ratos solo, en el patio de la casa de Castelar, inventando cosas, objetos, martillando maderas y caños viejos, arreglando la bicicleta, o, simplemente, leyendo docenas de libros de la biblioteca de mi vieja, a la sombra del ciruelo plantado por el abuelo.
Me creía “Solo”, cuando me aventuraba en esos interminables viajes en bicicleta hasta los bosques de Parque Leloir… Me llevaba una cantimplora con agua y un sándwich, fantaseando con que me pudiera encontrar la noche a mitad del viaje, y tuviera que sobrevivir con los víveres que llevaba en la cestita de metal de aquélla bicicleta, plegable, de color verde, tan típicas de los años setentas. De repente, escuchaba el grito de alguien que me conocía, y me decía “¡¡¡Dante, andá para tu casa que tu vieja te está buscando!!!”… Y era como que se me iba toda la aventura al carajo, No?... De todos modos, estaba a unos minutos de casa, pedaleando rapidito en la bicicleta verde.
Años después, me creía “solo”, cuando tomaba el colectivo 166, para ir a la casa de mis abuelos en Floresta… ¡¡¡Viajaba solo!!!... Era una aventura. Pero tampoco… El chofer del colectivo era el padre de Walter, mi amigo del barrio, y me miraba por el espejo vigilándome para que no me pasara nada… Es que mi vieja se lo había pedido.
Cuando mis padres se mudaron a la provincia de Santa Fé, por laburo, supuse que estaría “solo”, disfrutando de ser el Rey de La casa, Invitando a mis amigos a interminables fiestas con minas y música pop de los ochentas… Pero tampoco. En la parte de atrás de la casa, vivían los abuelos, y me tenían re- vigilado… Y aunque jamás se produjeron esas fiestas, porque yo era medio salame, La abuela, apenas escuchaba que se abría la puerta, fuera la hora que fuera, se aparecía con el “Té con limón excusa”, para saber que estaba haciendo el nene… Yo tenía 17 años, casi 18, y me reventaba ese “Té con limón excusa”… Hoy lo extraño tanto, tanto…. Que a veces lloro al recordarlo.
Poco tiempo después, ya en la Facultad de Arquitectura, y regresando a casa a la noche, nunca antes de la una de la mañana, viajando desde la Ciudad Universitaria de Núñez, creía que estaba “solo”, cuando caminaba esas tres interminables cuadras de oscuridad, que separaban mi casa de la estación del tren Sarmiento… Se empezaba a hablar de “robos y asaltos”, y tenía un poco de miedo… Eran los finales de los ochentas… Pero ni en ese momento estaba solo… A veces pasaba un patrullero, y el policía sacaba la mano por la ventanilla y me gritaba: “Che Dante, mandále saludos al chanta de tu hermano, que nunca nos quería regalar helado cuando pasábamos por la Golfo Di Nápoli”…. Es que mi hermano mayor, laburó en esa heladería, y los canas le caían mal, desde que se lo llevaron de prepo en una fiesta del local “Freeport”, enfrente de la Golfo Di Nápoli….
¿Fue ese deseo de soledad, que me llevó a irme de Castelar?... ¿Fueron esas ansias de aventura, de saber que “Yo podía” estando “solo”?... Mi último día en mi barrio, antes de irme, lo tengo grabado en la memoria. Mi perro Tomi, llorando en la puerta, detrás de la reja… Nunca supe como Tomi se enteraba de todo, nunca lloraba cuando yo salía de casa. Pero ese día sé que supo que no lo volvería a ver nunca más, y lloraba desconsoladamente. El gato seguía caminado por los bordes de las ventanas, indiferente… Los gatos sí que sabían lo que es estar “solo”.
Cuando descendí del avión en Madrid, nadie vino a recibirme… Un enorme aeropuerto lleno de gente extraña, hablando en mil idiomas, algunas vestidas con ropas que eran normales para mí, y otras muy extrañas… Africanos, árabes, alemanes, holandeses, ingleses, españoles, grupos de jóvenes con mochilas… Sonidos nuevos, olores nuevos, gente nueva… Me encantaba todo eso. Me puse a preguntar boludeces, que se yo, cualquier cosa… Quería hablar con esa gente, quería comunicarme, quería aprender cosas, quería saber que se sentía al estar lejos de mi barrio. Tenía 25 años, la edad en la que uno es como Dios. Nada era inalcanzable, me sentía capaz de atropellar un tren sin despeinarme, me comía el mundo entero.
Madrid era… genial. Así lo sentí en ese momento… Y así los sigo sintiendo ahora. Un buen lugar para vivir. Costumbrista, caótica en su orden, ordenada en su caos, cosmopolita, explosiva, moderna, luminosa, colorida, histórica… Y tiene al Real Madrid, por supuesto… La gente iba por todos lados riendo, a los saltos, se veía mucha gente joven y mayor juntas, “En el mismo rollo”… No había divisiones ni de edades, ni de nacionalidades, ni de tradiciones… No importaba nada, siempre eras bienvenido. Transporte excelente, policías ejemplares y educados, locales comerciales y restaurantes espléndidos, y ni una sola palabra sobre “Robos”, “Inseguridad”, o esa cosa que en mi barrio de la zona Oeste, todos temían: “Andar de noche”….
Aunque ahora, en España, la gente suele tener la mirada un poco mas apagada, putean por lo bajo. Tienen las bolas bastante llenas de sus políticos, y de sus banqueros… Pero eso es ahora, a principios de los noventas, a nadie le hubiera extrañado que descendiera un OVNI en medio de la Plaza Mayor, Porque Madrid y España eran una fiesta, y todo el mundo estaba invitado.
Nadie me preguntó nada, ni por qué yo estaba allí…. A nadie le importaba. Conseguí un trabajo, y después de unos meses en Galicia, la tierra de mis padres y abuelos, volví a Madrid. Yo quería vivir allí.
Rápidamente encontré otro trabajo, no me gustaba mucho, pero ganaba más de lo que podía gastar. Alquilaba un departamento en el centro. Todo me importaba poco, quería quemar los días sin pensar en nada más que vivir y pasarlo bien… Me pregunté: ¿Es esto estar “solo”?... ¿El que nadie me controle, aun estando en el medio de este lugar lleno de toda esta gente diferente a mí?... Pues es genial, me encanta.
Mis días libres eran míos. Tenía familia en España. Familia lejana… Ellos sabían que yo estaba allí, pero la mayoría ni se molestó por contactar conmigo…. Decidí no contactar con ellos, me daba igual, quería tener mi cesto de la ropa, mi casa, mi moto, mi auto, y mi vida…. No me hacía falta una “familia”… Que se vayan a cagar.
Viajaba constantemente. En tren auto, o moto… Montañas, playa, pueblos, países… Pasaba la noche donde ella me encontrara. Mi departamento era un caos, era mi caos. Nadie me controlaba…. Un día, descubrí que si dejaba un calzoncillo tirado en medio de la habitación, o un plato sucio en la cocina, cuando volviera seguiría exactamente en el mismo sitio. Nadie lo recogería o limpiaría por mí. Era mi mugre. Y sinceramente, no me gustó… Porque eso también es consecuencia de estar “Solo”.
Los días pasaron, y empezaron a convertirse en años. Y por primera vez me pregunté: ¿Qué estaría pasando en Castelar?. Pero me duró poco, todo me iba bien. Poco tiempo después, ocurrió algo que me cambió la vida.
Una noche llegué a mi departamento un poco “Tocado”… Había bebido bastante, lo que no era una costumbre en mí… Había comido de todo, en varios lugares, hablando con gente que había conocido en ese mismo momento, y que a los cinco minutos parecía que las conocía de toda la vida… Y me tomé algunas cosas, de las que se suponía que no tenía que probar… De esas cosas que las madres dicen “Que son muy malas”, y que te convidan en las fiestas, en esas reuniones de gente genial, donde todos son amigos sin conocerse… Todo era accesible, todo era motivador, y lo que me dieron, fue gratis… Llegué a casa mal. Estaba amaneciendo. Simplemente me dejé caer en la cama, era Domingo, y podía dormir todo el día… ¿Qué me puede pasar? .Soy Dios… A la mierda todo.
Me desperté babeando. Había vomitado sobre la cama… Giré la cabeza, y pude notar que otra vez era de noche… ¿De qué noche?.... Había dormido todo el Domingo?, ¿Ya era Lunes?, ¿Qué día era?... Giré sobre la cama, e intenté levantarme… Me caí redondo al suelo, las piernas no me sostenían, intenté agarrarme de la mesita de luz, y se me vino encima. Volví a vomitar, y me dormí, allí, en el suelo.
El techo. Veía el techo perfectamente. Era amarillo crema, como las paredes…Me desperté boca arriba, muy cerca de la puerta del baño. Había un olor espantoso. Era otra vez de día… ¿De qué día?, quería saberlo… Seguro que ya era lunes, y no había ido a trabajar. No importa, ya encontraré una excusa para el trabajo. Iré al hospital, y pediré un justificante….Intenté levantarme y me resbalé en algo que me salía de los pantalones, me volví a caer. La cabeza me daba mil vueltas, ¿Qué carajo me estaba pasando?, Esto no podía ser la realidad, seguro que estaba soñando, pensé… No puede ser cierto. Y tuve mucho miedo…
Me dí cuenta que no tenía teléfono fijo en el departamento… No importa, tengo el teléfono celular, dá igual, voy a llamar a una ambulancia, no soy capaz de ponerme de pie, estoy vomitado, meado, y cagado…. Recordé que el celular estaba en la campera… Adentro del auto… Adentro de mi gran auto que no podría haberme comprado jamás en Argentina, porque era una auto caro… ¡¡¡Donde mierda había estacionado el puto auto !!!... No lo recordaba.
Antes de cerrar los ojos otra vez, me saludé a mí mismo desde la puerta de entrada. Yo estaba en la puerta de entrada, Yo mismo, con ocho años, y mi bicicleta verde al lado… ¿Querías estar “Solo”, Dante?... Porque ahora, lo estás. Nadie va a echarte de menos. Al menos nadie, durante algún tiempo. ¿Quién te va a encontrar, Dante?... ¿El cartero?... ¿El tipo que pasa a cobrarte el alquiler el mes que viene?... ¿Alguna de esas personas nuevas que conociste, y que ya se olvidaron de vos?... ¿Quién se acuerda de vos en este momento, Dante?.
Recuerdo que me arrastré por el suelo hasta el baño, me metí adentro de la ducha. Gracias a Dios, no tenía bañera, no creo que hubiera podido salvar la altura de una bañera… Levanté el brazo, llegué a girar el grifo del agua. No sabía si era fría o caliente, me daba igual, porque en ese momento no sabía que me estaba pasando…. Imaginé que el agua me haría bien. Tenía la boca seca y sentía algo seco y asqueroso en la comisura de mis labios, el agua me dio de lleno en la cara, me hizo bien. Tomé bastante agua.
Mientras estaba todo mojado bajo la ducha, mirando al techo, me empecé a reír…. Recordé cuando me metían en la ducha vestido, como castigo por haberme portado mal… Me reí con más fuerza aún… Me había portado mal, y yo solito me había metido vestido abajo de la ducha fría… Pude sacarme la ropa de a poco, la dejé tirada por todo el baño. Estaba todo mojado, frio… Gateé hasta el mueblecito de al lado del inodoro, el del cajoncito donde guardaba los medicamentos. Quería tomar algo, pero no sabía que. Recordé que hacía algún tiempo me habían recetado “Omeprazol”, para el estómago. Me metí dos pastillas, y algunas aspirinas también, varias aspirinas. ¿O era Ibuprofeno?, No lo recuerdo.
Pude gatear desnudo hasta la cama. Estaba muerto de frío. Me hice un ovillo con la colcha de la cama, que todavía tenía el vómito de cuando me desperté la primera vez, pero ya estaba seco. Poco después estaba temblando otra vez… Es lo que recuerdo, antes de dormirme.
Me despertó el ruido de la señora que limpiaba las escaleras de la quinta planta, una vez por semana. El ruido del balde arrastrándose por el suelo del descanso de la escalera, delante de la puerta del ascensor. Me costó abrir los ojos, porque los sentía pegajosos. Cuando los abrí, miré por la ventana. Era otra vez de día, o de tarde, no sabía qué hora era. El maldito gato gris de la vecina se rascaba el lomo con la rejilla metálica que estaba en el alféizar… Me miró. Le importó un comino lo que vió, y se fue…. Es que los gatos saben lo que hacen. Saben estar “Solos”….
Me di cuenta que ya no me sentía tan mal. Por un momento pensé en abrir la puerta y pedirle ayuda a la señora de la limpieza, que hubiera sido lo más sensato, pero decidí arreglármelas sin ayuda de nadie… Aunque, la verdad, me moría de vergüenza de que al abrir la puerta, la señora viera el estropicio asqueroso que había a mi alrededor.
Me puse de pie. No estaba tan mal. Tal vez un poco mareado, pero no tan mal. Tenía hambre, mucho hambre… Y la abuela siempre decía que tener hambre “Estaba bien”… Ella lo sabía, porque había pasado por eso, durante la guerra civil española.
En la heladera tenía bastantes cosas. Recuerdo que me tomé casi el cartón de leche entero sin respirar. Manoteé lo que fuera, dulce o salado.
Después me senté en la cama, miré a mí alrededor, y me sentí mejor. Me levanté, limpié todo eso que era mío, lo del suelo y las paredes, porque en ese momento, me di cuenta que había marcas marrones de dedos míos en las paredes de la habitación, y la puerta del baño. Tardé un buen rato. Después me duché, me vestí, y salí a la calle.
Recordé que no sabía dónde había estacionado el auto, la madrugada del Sábado al Domingo, cuando llegué a casa. Todavía me zumbaban un poco los oídos, pero me sentía mejor, mucho mejor.
Temí que lo hubiera dejado estacionado mal, y se lo hubiera llevado la grúa. Las multas en Madrid, son muy caras… Miré al reloj electrónico de la Plaza de Olavide, a 50 metros de la puerta de mi edificio, me dí cuenta que no sabía ni el día, ni la hora. El reloj me dijo que era…… Miércoles. Casi las cuatro de la tarde del día Miércoles…
Habían pasado más de tres días. Eso no estaba nada bien. Doblé la esquina de la calle Cardenal Cisneros, y ví mi maldito auto, perfectamente estacionado a mitad de la cuadra. Me metí adentro del auto, y me fui al hospital. Le conté todo al médico de la guardia. Me miró un poquito, me tomó la presión, me hizo hacer un par de boludeces, y me dijo: “¡¡¡ Que juerga te pegaste, chaval!!!... Hay que tener cuidado con eso, eh….”
Le sonreí de compromiso, logré el papelito para justificar mi ausencia en el trabajo, y el médico, que fue muy gamba, puso que me había “Intoxicado”… Cosa que era verdad… Pero no puso con qué.
El en celular tenía trescientas mil llamadas de mi jefe, y algunos mensajes… Lo solucioné, como mejor pude… Por supuesto, nunca le conté esto a nadie más que a mi médico… Esta es la primera vez que lo cuento… y es el día de hoy que me pregunto a mí mismo: “¿Dante, encontraste lo que buscabas con tantas ganas?”… “¿Ya lograste eso que tanto querías alcanzar?”…
Luego de algunos años más, y como he contado en alguna otra anécdota, tuve la suerte de recibir a mi hermano menor, (El que se comía la tierra de las macetas), en Madrid, con su esposa… Se habían casado hacía apenas una semana, rapidito, para poder salir de Argentina, antes de la explosión del gobierno de De La Rúa, y la estafa impune del llamado “Corralito”… Vino, además de mi hermano y su esposa, una niña preadolescente, que se llama Florencia, de una pareja anterior de mi cuñada… Se fueron a vivir a mi casa de Madrid.
Años más tarde, nacieron mis dos sobrinos, Julieta y Juan Manuel… Ahora tienen siete, y diez años…Yo jamás me casé, tuve algunas parejas, pero jamás me casé… Y pasaron más años…
Casi 24 años después de haber descendido de aquél avión, hace unos días, estaba en el enorme balcón del dúplex de mi hermano. Hacía un lindo día de otoño, aunque un poco más caluroso de lo correspondía a la fecha… Había un buen sol, que me estaba dando en la cara, y reflejaba las canas de mi barba y de mis sienes, en la puerta de vidrio del comedor. Le sonreí al tipo reflejado en el cristal, él también me sonrió… Qué casualidad, se parecía muchísimo a mí. Tal vez buscara lo mismo que yo. Tendré que preguntarle que busca ese tipo que se refleja en el vidrio. Y fue como si el tipo me dijera:
-Ya sos grande, Dante… Vas a cumplir 50 dentro de poco… Ya es hora, no?
De repente se abrió la puerta deslizable del comedor, y salió Juan Manuel, con su remera que apenas le cubre la barriguita, porque por supuesto, tiene el mismo apellido que su tío Dante…
-¡¡¡ Tío, a comer !!!...
Adentro se escuchaban ruidos… La computadora, la Play Station, el lavarropas… Los platos golpeando la mesa, porque le tocaba poner la mesa a mi sobrina Julieta, y los soltaba sobre el mantel con mala leche… Se cayó un vaso, se hizo mierda… Claudia, mi cuñada protesta. Lo agarra de la oreja a Juan Manuel, le dice que es un bruto. Mi hermano lo recoge con una palita… En el otro extremo del comedor, en una esquina, discuten Florencia con su novio…. No sé qué cosa de un “Colega” que lo está pasando “Chungo”… Florencia ya es una veinteañera larga. Habla con un tono de voz fuerte, que se mezcla con los ruidos que me rodean en el momento en que atravieso la puerta del comedor…. Creo que el lavarropas ya terminó el programa de lavado “F-347/72”, con suavizante olor a heno de no se qué…
-¡¡¡ Apaguen esa consola, la puta madre, que gasta luz al pedo !!!, grita mi hermano… Lo miro. El me mira. Le sonrío… El me mira como diciéndome “¿Qué carajo te pasa boludo, por qué sonreís?”… Se encoge de hombros y sigue… Mi hermano, la mayoría de las veces, no me entiende… El salió de una familia, para entrar al día siguiente en otra… No le puedo pedir que me entienda… El no pasó más de diez años “Solo”.
Otra vez ruido de Familia. Me gusta el ruido a Familia… Creo que es bueno.
Muchas mañanas , tardes, o noches, me suena el teléfono. A veces, estoy trabajando, y la voz del otro lado me pregunta:
- “¿Dante, estas bien?”...
Le respondo:,
-“Si claro, ¿por qué lo preguntas?”…
-“Nada, por saberlo nomás”.
-“Chau”…
-“Chau”…
No estoy en Castelar, y tampoco estoy solo… Pero recuerdo la última vez que visité mi barrio, hace unos pocos años, el último de todos los viajes que hice durante este casi cuarto de siglo que me fui de Castelar.
Bajé del tren, caminé las mismas tres cuadras hasta mi casa… El barrio estaba irreconocible… Edificios enormes, autos por todas partes, bocinazos, ruido, embotellamientos… Semáforos donde antes había árboles…La plaza Cumelén, lo que antes era un terreno baldío, patio de mis viajes y mis fantasías, que estaba lleno de fierros viejos y un vagón destartalado, es ahora un lugar con bancos y árboles… Caminitos césped, y piedritas… Llena de chicos y adolescentes, que ni saben quién soy… Tocan la guitarra, en grupos desperdigados por toda la plaza. Algunos hacen piruetas con el skate… otros tienen un puestito donde venden artesanías… Hay una calesita, y unos juegos… Hay ruido de gente, que se superpone al ruido que produce el tren que va a Ituzaingo…
Yo paso entre ellos con mi sobretodo… Tal vez, alguno me mira…. ¿Quién carajo será el tipo ese de la barba gris, que se está apoyando en los pinos?... –“Me apoyo en ellos porque son míos, vine a visitarlos, a preguntarles como están. “, Respondo en mi mente.
Y ése vagón de colores, que ahora todos veneran, defienden, y sienten como propio, hace más de 40 años era mío… Un día era mi nave, espacial, y al día siguiente, podía ser mi barco pirata… Lo imaginé de mil maneras, y mil nombres le puse, antes de que le pusieran “El Vagón de La Artes”… Era la frontera Norte de mi reino, el lugar más lejos donde me dejaban llegar quienes me cuidaban cuando yo era un niño de ocho años…. Más allá del vagón, había un montón de cosas, que conocí yo solito, de a poco, a medida que me iba escapando del lugar donde algún día me gustaría volver.
Miré mi casita del Pasaje Los Incas… Está bastante vieja, la verdad… Pero sigue allí… Se resiste a convertirse en un mamotreto de hormigón espantoso… En ese momento me pregunté: ¿Te gusta así, como está Castelar ahora, Dante? ... ¿Ya te sentís bien porque ahora también estas “Solo” aquí, en tu casa?... Y justo cuando me iba a contestar esa pregunta, una voz familiar, a mis espaldas, me pregunta:
-¿Dante, sos vos?... ¿Sos vos, Dante?
Y ni me hace falta darme vuelta para saber quién es…. Puede ser cualquiera… Porque aunque hayan pasado tantos años, en Castelar jamás voy a estar “Solo”….
Desde Madrid, a mitad de un "Simposio sobre Convivencia Familiar", cuyo orador es un gato gris, los saluda, Dante".