"Ese animal endemoniado" por Nidia Reggiardo
Después de buscar, barajar diferentes opciones, comparar alojamientos, resolvimos hospedarnos en un apart hotel en la localidad de Río Ceballos, ya que era un lugar que aún no conocíamos y parecía alejado de las grandes ciudades y rodeado de naturaleza, que era uno de los aspectos que más teníamos en cuenta a la hora de alojarnos.
El viaje fue bastante largo ya que fuimos en auto y pasamos muchas horas en la ruta, pero con el entusiasmo por llegar y disfrutar de las tan ansiadas vacaciones no pareció tan extenso.
Por suerte al arribar comprobamos que el lugar cumplía con nuestras expectativas. . . Frondosa arboleda, una pileta, parrillas, mesas y bancos rodeando la casona antigua donde se encontraban las habitaciones.
Los días transcurrieron entre chapuzones en el agua fresca y caminatas alrededor del lugar, observando los paisajes paradisíacos que circundaban la zona y tomando fotografías.
Un día en que el sol se asomaba entre las sierras y ya hacía sentir su sofocante calor de una mañana de verano y el cielo lucía un intenso color celeste, decidí junto a mi hija hacer una cabalgata por los alrededores del hotel.
Fuimos hasta un lugar donde se encontraba un muchacho que organizaba salidas guiadas y armamos el plan para esa primera parte del día y poder regresar para la hora del almuerzo.
Luego de oír algunas instrucciones sobre el manejo del animal nos dispusimos a cabalgar, el dueño de los caballos iba a acompañarnos durante todo el trayecto.
Débora, mi hija, montó sin problemas, pero al querer imitarla comenzaron los primeros de una serie de inconvenientes. Para ese momento el animal ya se había percatado del temor que yo sentía y de mi notoria inexperiencia. Luego de varios intentos logré hacerlo.
Bueno, ya estaba sobre el caballo que me parecía altísimo. Comenzamos la travesía. Tanto el guía como Debora paseaban relajados pero yo no lo lograba. El caballo que yo conducía no acataba mis órdenes. Trataba de recordar lo que el dueño de los animales me había dicho pero no podía.
En un momento ingrese a una de las casas que se encontraban en las sierras, ya que la tranquera de entrada estaba abierta porque a pesar de mis esfuerzos el caballo caminaba por su propia voluntad y armaba recorridos a su antojo, no sin antes agacharse en un charco a beber agua y yo gritando de un modo desesperado porque me daba la sensación de caer hacia adelante a través de su pescuezo.
Pero las dificultades no terminaron allí. Muy lejos de disfrutar de una apacible cabalgata mañanera inmersa en las sierras cordobesas yo deseaba bajar cuanto antes de ese animal endemoniado al que no lograba controlar.
Después de un largo rato de atravesar serranías emprendimos el regreso por las tranquilas calles de la villa; pero continuando con las peripecias que me tocaron vivir esa mañana de verano, mi caballo se asustó con un perro que pasó a su lado y comenzó a galopar!!!!
Yo, de un modo desesperado, intenté aferrarme a un poste y así lograr abandonar a aquel animal que a esa altura creía que estaba poseído, pero mis esfuerzos fueron en vano y no pude conseguirlo.
Extenuada resolví finalizar aquel itinerario nefasto caminando. Faltaba mucho para llegar pero no me importó. Lo único que me interesaba y ansiaba con todo mi ser era regresar al hotel.
Al cabo de un rato al fin llegamos al albergue, desde donde creo no debería haber salido aquel día o no, al menos, a hacer ese desgraciado circuito.
Lo único que alegró mi día, que hasta ese momento no podía rescatar nada positivo fue que Mauro, mi compañero de viaje en esta vida que comenzamos juntos hace muchos años atrás, estaba preparando un chivito a la parrilla para sorprendernos cuando retornáramos.
Por Nidia Reggiardo