Nora Cortiñas: "Todo lo que hacemos las Madres es visceral"
En plena dictadura un grupo de mujeres enarboló esa bandera reclamando por la aparición de sus hijos e hijas desaparecidas. La dictadura militar que se inició en marzo de 1976 tuvo una de las mayores resistencias en las Madres de Plaza de Mayo quienes bajo un pañuelo blanco, que simbolizó el pañal de sus hijos, reclamaron justicia, información y verdad.
El 30 de octubre de 1983 se celebraron las elecciones, la democracia volvería unos pocos meses después. La dictadura dejó un saldo de 30000 desaparecidos, una deuda externa impagable que superó los 45.000 millones de dólares, una guerra que aún duele, y una sociedad temerosa que buscaba entender qué había pasado. Los grandes atacados durante el período fueron los Derechos Humanos.
El país estuvo bajo gobierno de militares y Castelar no fue la excepción. Con varios Centros Clandestinos de Detención, hoy señalados, las historias de secuestros, torturas, dolor y muerte son parte de la historia de la ciudad. El punto de mayor referencia es la Mansión Seré que se ubicaba donde hoy se encuentra el Polideportivo Gorki Grana. Allí al día de hoy funciona la Casa de la Memoria y de la Vida, primera en su tipo en Latinoamérica, y se ha realizado un trabajo arqueológico y antropológico para dar con las ruinas y cimientos de la mansión.
La ciudad también cuenta entre sus habitantes con una referente en derechos humanos. Sobre la calle Lobos, a metros Alem, vive Nora Cortiñas, Madres de Plaza de Mayo agrupada en la Línea Fundadora. Fue también en Castelar donde fue secuestrado su hijo Gustavo en 1977.
“Los Derechos Humanos abarcan todo el universo de un país, de un pueblo. El respeto a los derechos humanos es fundamental, es indivisible de todos los respetos que hay que tener: a la tierra, al agua y hasta al aire que respiramos”, señaló la vecina y continuó, “en eso estamos, somos muchas instituciones que defendemos los derechos humanos pero cuesta mucho y son violados, aun estando en gobierno constitucional son violados día a día, según el gobierno que está son violados para un lado o para el otro y es lo que tenemos que defender entre todos”.
La actividad política de Nora en defensa de los Derechos Humanos comenzó el mismo día en que su hijo fue secuestrado. Carlos Gustavo Cortiñas tenía 24 años, trabajaba en el Indec, militaba en el peronismo, había fundado una unidad básica en Morón y era común verlo acompañando el trabajo de los curas tercermundistas de la Villa 31. Hizo su escuela primaria y secundaria en Instituto Inmaculada de Castelar Norte y luego estudió en la Universidad de Morón. La mañana del 15 de abril de 1977 un grupo de tareas lo secuestró sobre el andén de Castelar, mientras Gustavo esperaba el tren para ir a trabajar. Hoy una placa lleva su nombre y recuerda su militancia en el colegio que lo vio crecer. Nora como muchas otras madres empezó a recorrer dependencias militares, cuarteles, iglesias y golpeó toda puerta que pudiera darle algo de información de su hijo. Hasta el día de hoy Gustavo se encuentra desaparecido. “Antes era una ama de casa media chiflada, limpiaba lo limpio, después de que se llevaron a Gustavo nada fue más importante que buscarlo, estar atenta, levantar la bandera de lucha de él y de los 30.000. Uno cambia, antes era de fijarme, ahora nada es más importante”.
"No vaya señora, no entre”
La ronda de las Madres de Plaza de Mayo desafiando con su caminar el terror impuesto por la dictadura sobrepasó el territorio nacional y es reconocido en el mundo entero. Empero, esa lucha costó la desaparición de varias Madres, la apropiación de nietos y el esfuerzo y coraje manifiesto de cada una de ellas. Nora narra nerviosa el día que ingresó a un Centro Clandestino de Detención con un simple ‘cuento’ para poder estar cerca, al menos desde el otro lado de la pared, de los detenidos y quizás también de su hijo. La Mansión Seré estaba en pleno apogeo de tortura y dolor cuando Nora traspasó sus rejas: “Primero fui al ferretero que estaba en la esquina, le pregunte ‘¿se vende, se alquila esta casa? Me gustaría para un hogar de ancianos, tiene un parque lindo’. ‘No entre señora, no se vende. No vaya señora a preguntar, no entre’. Yo me puse una canasta en el brazo, como si estuviera haciendo compras, y entré. Fue impresionante. Me metí hasta el fondo, vi la canilla con una manguera puesta que iba al sótano, ya sabíamos lo que pasaba ahí. Hice todo el camino sabiendo que me estaban vigilando, porque en una persiana faltaba una maderita donde estaba para mirar, yo sabía que me miraban por ahí. Se abrió la persiana y se asomó un hombre. Me preguntó ‘señora ¿Qué hace acá?’. Le respondí que quería saber si se vendía o alquilaba. ‘No, nada señora’. Le retruqué diciendo que en la municipalidad me habían dicho que se vendía. ‘No señora, para nada. Váyase’. ‘¿Pero no se alquila? Qué raro ¿Está ocupada?’, ‘No se alquila ni nada, váyase que está molestando’. Tenía una taquicardia que se me salía el corazón, sabía que adentro había gente. ‘Deme una dirección para que pueda consultar si se puede alquilar’. ‘No váyase, acá no puede estar’. Cuando el tipo se puso rojo como un tomate a punto de explotar me fui. Todo lo hablamos fuerte, a los gritos. Yo quería que el que esté adentro que me escuche, que sepan que nos metemos”, relató la vecina.
“Al tiempo volvimos con Amnistía preguntándole a los vecinos de las casas de alrededor qué veían, qué sabían de esa casa. Cada vecino reaccionaba distinto. Una vecina, persona mayor, el marido le gritaba de adentro para que no atienda a nadie, que no conteste. Yo les contaba que tenía un hijo desaparecido y pensaba que lo habían traído acá. Después llegué a una casita a la parte de atrás, una mujer joven, con chicos de seis o siete años: ‘yo le voy a contar señora porque no quiero que a mis hijos les pase lo mismo’. El marido le gritaba que no atienda. Me contó que a la noche se escuchaban gritos, tiros, donde estaba el agua se escuchaban gritos clamando por la madre…”, su relato firme se silenció. Nora al revivir aquel episodio, rememoró el dolor y el silencio no le permitió seguir relatando. Segundos después retomó la narración de la vecina de la mansión Seré, “entran y salen coches, bajan helicópteros, es una casa que está en permanente acción. Acá es terrible, nos hacen cerrar persianas poner todo a oscuras, salen ambulancias’. Ellos también lo contaban”.
Al día de hoy muchos vecinos cuentan sucesos escalofriantes de aquellos años, persecuciones por las calles linderas, requisas casas por casas, llantos y gritos que provenían del interior de la casa: “yo no lo hice de valiente, todo lo que hacemos las Madres es visceral, no está pensado si está bien o mal. Es hacer, porque yo no sacaba nada más que saber que estaban ahí. Después con los años en la Mansión Seré en un acto se me acercó una chica y me dijo ‘yo escuché cuando vos entraste, no sabía quién eras, pero sí que había alguien que sabía que estábamos’. La verdad estaba ahí, estaba a la vista, estaba tomada por la aeronáutica. Ahora están los juicios, que nos dan la posibilidad de ver quienes dirigían esta casa, seguir investigando, quienes estuvieron acá. Aun cuando tuvimos logros en los años del gobierno anterior, los juicios que es un paso importante que lo tenemos que seguir apoyando, La verdad no la sabemos. La justicia está porque la empujamos, pero no se abren los archivos, con ningún gobierno. Eso es porque en los archivos hay nombres que hoy son funcionarios o fueron y que están en esos archivos, estuvieron durante la dictadura, zafaron… pero algún día se van a abrir. Con estos gobiernos los derechos humanos no están, está conculcado el derecho al trabajo, a la expresión, la prensa y los trabajadores. Todo lo que esté hecho por otro gobierno es cerrado, destruido, no respetado. Muestra que no hay ningún interés por los derechos humanos del pueblo. Y hay mucha violación que está tapada, como la prensa está silenciada nos enteramos boca a boca, es de todos los días, a los pibes se los tortura, son maltratados. Marcha que hacemos marcha que tenemos que ir a la comisaria a sacar gente, los detenidos son golpeados y maltratados. Una prueba de que se violan los derechos todos los días es el femicidio, que está permitido porque no está castigado como debería estar castigado. En Castelar mientras estuvo Sabbatella fue una política de estado. Al menos con el pasado histórico nuestro, se hizo mucho, se avanzó. Ahora no vemos que haya esa actividad. Las obras quedaron como la casa de la memoria en mansión seré y la legislatura con un camino andado y recordando. Pero noto que desde el gobierno nacional para abajo, las cosas son así, se activa más o menos según lo que tienen dispuesto para gobernar”.
La charla con Nora se da en el interior de su casa. Nos recibió luego de tocarle el timbre y un par de llamados telefónicos para coordinar horarios. El living tiene fotos, recuerdos pañuelos y libros, muchos son regalos atesorados durante más de cuatro décadas de lucha, de marchas, caminatas incansables, un sinfín de preguntas y pocas respuestas. Allí entre sillones relató anécdotas, pensamientos, opiniones, recordó a Pepa de Noia, otra Madre de Castelar, y se estremeció al narrar el horror cometido por militares, civiles y eclesiásticos en la última dictadura: “Son 40 años en la calle, creo que hicimos como no hicieron otros grupos, la lucha nuestra es la que se conoce en todo el mundo. A veces me da vergüenza: ¿Hicimos bien? ¿Merecemos este cariño? No sé si lo merezco. Pero igual siento que esto surgió visceralmente, no surgió de una mesa donde planificamos como si han hecho los militares y la iglesia. Las madres salimos a la calle visceralmente, espontáneamente, ¿Se llevaron la hija, el hijo? Corriendo Salimos a la calle. ¿A dónde voy? Salimos a la calle y golpeamos una puerta, esta y esta. A ninguna madre la fuimos a buscar, a ninguna le golpeamos la puerta y le dijimos, tenés que venir. Cada madre salió sola. Los padres salieron menos porque nosotros lo quisimos. Porque los padres no hubieran podido entrar en los cuarteles a insultar como insultamos a los militares. Porque después de llevarse nuestros hijos, qué más? Ir y darle la regia puteada! Ellos dijeron, ahora no te mato pero te vamos a matar, se llevaron a Azucena (Villaflor) y a las nuestras. Y primero se llevaron a seis de madres de presos políticos. Se llevaron nuestros hijos y a nuestras hijas, se apropiaron de los hijos de nuestros hijos, cuando ya parecía que hubiera estado todo el marco del horror, se llevaron a las madres de nuestros hijos. Usaron todas las formas de tortura, torturaron mujeres embarazadas, poniéndole una cuchara de metal en la vagina y poniendo la picana en esa cuchara ¡El horror! ¡El horror! Torturando al bebé dentro del vientre de su madre. Hicieron los vuelos de la muerte, tiraron la gente moribunda al mar. Todo imitado del nazismo. Más no pudieron hacer de daño. ¿Cómo no los vamos a despreciar? Despreciar, no olvidar, no reconciliarnos jamás. En eso estamos todas de acuerdo, no hay reconciliación, no hay olvido. No hay olvido, no hay perdón, no hay reconciliación. Y lo decimos con convicción. En otros países surgieron leyes del perdón, acá quisieron pero no. La historia nuestra no es tan fácil. ¿Por qué las madres siguen? Seguimos con un bagaje nuevo, que es levantar las banderas de ellos, estamos con los docentes, con la Cicop, porque eran médicos, docentes, abogados. Cada causa que hay es nuestra, porque es de una y es de todas, porque alguna tiene un desaparecido médico, entonces vamos todos. Cada madre nuestra que se muere, hasta el último momento de su vida seguía atenta, seguía informada, siguió, si tenia que dar un acuerdo con la lucidez que le quedaba sin bajar los brazos. Este año cuatro madres se murieron. Nuestra lucha no tiene fin sino con el fin de nuestras vida”.
Madres de la Plaza el pueblo las abraza
La admiración es unánime entre aquellos que entienden su lucha, sus 40 años de reclamo y el repudio ante el silencio estatal. En cada 24 de marzo o bien cualquier otra manifestación en Plaza de Mayo, Plaza del Congreso o incluso en el Polideportivo Gorki Grana, el pueblo que las acompaña las aplaude, las abraza y les agradece el coraje. “El abrazo de la plaza es extraordinario, porque lo tenemos día a día. Acá en Castelar poca gente me conoce, yo hago compras en Castelar porque quiero defender a Castelar. En la plaza, cada abrazo, cada reconocimiento, no es a nosotras, es por nuestros hijos. Si no hubieran dejado la huella que dejaron la gente ni nos miraría. Es a la gente que luchó, una generación que sigue luchando, porque ahora todos los jóvenes que tenemos… si hay pibes que se drogan, pero son los menos, no una generación de mala juventud. Quieren estudiar, muchos no pueden, quieren trabajar y no tienen trabajo. No les dan la oportunidad y el espacio para que puedan desarrollarse estando en democracia, es una democracia enferma, en muletas. La tenemos que reconstruir todos los días nosotros”.
Es común encontrar a Nora Cortiñas en toda marcha o manifestación popular que se de en la Ciudad de Buenos Aires, acompañando a organizaciones sociales o, como ella afirma, donde se presente una injusticia. Pero también se la puede ver recorriendo el centro comercial de Alem y Eslovenia, en Castelar Norte. Crítica hacia la administración de Mauricio Macri, señala cada mal acto de gobierno y reconoce que en el municipio de Morón, y en Castelar en particular, no hay muchos actos relacionados a los Derechos Humanos ni conciencia sobre el tema en su población: “no hay mucha actividad acá entre el pueblo, no se interesan mucho por los derechos humanos, aunque mi accionar es por capital y todo el país. En Castelar no hemos hecho grandes actos, pero acá la Mansión Seré fue un exponente del trabajo, la dedicación por los Derechos Humanos, del pasado y del presente, se trabajó, se elaboró un espacio de memoria que está hasta hoy. No se hace mucha actividad sobre lo nuestro, que es de todos. Se utiliza el predio, esos también son derechos humanos, que los chicos tengan derecho al deporte, a la salud, a desarrollarse”.
El abrazo de la plaza, el calor de la familia y la convicción en la lucha es lo que moviliza a Nora y las Madres, aunque el motor y eje de su trabajo es la ausencia de su hijo: “Cuando nos hacen un reconocimiento siempre digo una frase: ‘pero me falta Gustavo’. Es hermoso que nos quieran, me quieren si, me quiero dejar querer, es lo que tenemos con mi familia, mi hijo Marcelo, tengo cuatro nietos, tengo cuatro bisnietos, tengo familia, hermana. Cuando algo me reconforta, de repente digo ‘me falta Gustavo’, por eso no bajo los brazos. Seguimos por el acompañamiento de la familia, que va creciendo. Los nietos empiezan a entender y acompañan, los bisnietos se suman a ese afecto, es fundamental. La plaza es hermosa, este pueblo somos cálidos, nos damos un abrazo, desde adentro. Nada fingido. Hasta a veces me gritan de una vereda ‘te amo Nora’. Queda flotando en el aire. Te entra y te conforta y te dice, seguí. Ahora me hice feminista entonces las feministas están locas de la vida. Tenemos eso en este pueblo, cuando tenemos algo que nos levanta el ánimo, que nos ayuda a pelear juntos, estamos. El gobierno nos tiene miedo, por eso nos ataca, por eso desprecia a la juventud, a los piqueteros, a los organismos de derechos humanos. Nos tienen miedo, por eso cercan todo, no nos dejan acercarnos al congreso. Si es nuestro, lo pagamos nosotros, no nos dejan acercarnos. La plaza de mayo tiene reja con cadena y candado, tienen miedo al pueblo. Hay que seguir haciendo para que nos sigan teniendo miedo”.
La charla con Norita dura más que el tiempo esperado para una nota. El silencio del domingo al mediodía es ideal para el recuerdo. La entrevista comenzó hablando de Castelar y en el terminó: “Quiero Castelar, Castelar es mío. La radio (FM En Tránsito) tiene el estudio con el nombre de esta madrina abandónica, que cada tanto tendría que hacerle mantecaditos o buñuelitos de espinaca y llevarles. Mis hijos fueron al Inmaculada, después a la Universidad de Morón, es nuestra zona. Cuando se llevaron a Gustavo hubo un tipo que tenía decía tener información, pero nos quería sacar plata. Primero pusimos la iglesia (Nuestra Señora del rosario de Pompeya) como punto de encuentro y como era de noche y estaba cerrada después quedamos en Noi. El tipo que me pedía la plata, yo le decía ‘si nos dicen donde está Gustavo lo vamos a buscar y le damos la plata’. El tipo enojado golpeaba la mesa de Noi y nos decía ‘si no me la da ahora no lo va a ver nunca más a su hijo’. Le dijimos algunos nombres y nos dimos cuenta de que no era Gustavo. Cuando íbamos a consultar nos pedían plata, a gente le sacaron el autito, la casa, plata. A Mucha gente le sacaron. No hay olvido, no hay perdón, no hay reconciliación. Juicio y castigo. Y cárcel común. Todo lo que hago me sale de las vísceras, no lo invento, me sale así. Me llaman y voy. Lo nuestro de las Madres fue así y puede haber madres que sintieron apego por arrimarse a la política partidista, porque pasaron 40 años en la calle, empezamos con menos de 50 años y ahora tenemos 90 casi todas, yo tengo 88 y soy del plantel de las jóvenes, son casi 100 años. Son momentos en que surge la simpatía, que a veces no es partidismo político puro de raíz, sino porque hicieron esto o aquello. Todo lo que hacen los presidentes o los políticos en defensa de los derechos humanos es su compromiso, no su obligación, tienen que defender los derechos humanos sino no sirven como políticos. Vivo acá hace 66 años, vine a esta casa con Gustavo a upa. Mi hijo se casó y se quedó a vivir en Castelar, Gustavo también dentro de la militancia estuvo en Morón. Respetamos este lugar donde vivimos, lo queremos y esperemos que podamos tener siempre vínculos con los vecinos. ¡Además soy ciudadana ilustre!... pero me falta Gustavo”, finalizó Nora Cortiñas.
La charla cerró con promesas de café, de volverse a encontrar y volver a charlar, a preguntar y escuchar. Hubo risas compartidas, hubo lágrimas que no se animaron a correr, fotos cholulas y abrazos de agradecimiento. Los Derechos Humanos tienen en Castelar un baluarte incalculable, admirable, que se llama Norita Cortiñas.
Entrevista y redacción: Leandro Fernandez Vivas con la colaboración de Gaspar Grieco y Rocío Fernández Vivas