"Crónica de una viajera" por Cristina Perilli
Después de recorrer las hermosas ruinas de Kusadasi en Turquía, bajamos en Rhodas, la isla de Grecia que todos estudiamos en la escuela secundaria. Aquí quiero hacer una sugerencia a las agencias turísticas o, más bien, a las autoridades. Deberían obligar a los guías turísticos a emplear la palabra “ponele” para explicar los lugares de visita, y sustanciaré mi sugerencia con pruebas concretas o, mejor dicho, para sintetizar frases como “dicen los arqueólogos”, “se dice”, “según la mitología griega”, “imaginen que acá”, etc., etc.
En la mencionada isla, tras una hora de micro llegamos a la ciudad de Lindas donde está la acrópolis de Rhodas. Recién ahí la guía nos dijo que después de bajar una empinada cuesta de tres cuadras (favor de tener muy en cuenta este detalle que nos va a ser muy útil para sacar una conclusión final), deberíamos subir trescientos escalones, sí, trescientos escalones para llegar a la acrópolis. Comenzamos el ascenso por una estrecha escalera llena de chinos que nos empujaban, sin baranda, con calor. Y con vendedores de manteles en lugar de pulmotores en el escalón 150 más o menos. ¿Quién puede comprar manteles ahí arriba? Los chinos.
Continuamos hasta la cúspide para encontrarnos con la nada misma. Tres piedras en un rincón donde “dicen los arqueólogos” estaba el templo de la diosa Athenea. Sintetizando, ponele que ahí estaba el templo. Al bajar los trescientos escalones, debíamos subir a pulmón la cuesta que mencioné con anterioridad. Una delicia.
Por el camino, nos contó la odisea del pobre coloso que, ponele estaba enclavado en el puerto, ponele que lo derribó un terremoto, ponele que medía 32 metros de altura y nadie sabe a ciencia cierta quién se lo llevó cuando cayó al suelo.
Otro tema a considerar es la revisión de la mitología griega. Yo entiendo perfectamente lo que son los mitos, pero el del Minotauro es un poco irracional. Resulta que Poseidón, enamorado de la reina cretense Pasifae que estaba casada con el rey Minos decide convertirse en toro, raptar a la reina, cepillarla bajo un laurel, y de esa unión nace DE LA CABEZA DE SU PADRE un ser poco agraciado con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El Minotauro, al que por supuesto debieron esconder en el laberinto para que nadie lo viera. Historia aparte es quién lo derrotó.
Por supuesto, el viaje incluyó muchos otros puntos, algunos mejores que otros, pero no quisiera aburrir con relatos ajenos, ya que la experiencia de viajar es única y cada uno la disfruta a su manera.
Cristina Perilli es integrante del Taller literario de Marianela.