Clara Liendo: ciencia e investigación con pequeñas alas
En su interior varias decenas de científicos dedican su vida y sus días a encontrar curas para plagas, a desarrollar fertilizantes naturales y métodos que ayuden a la producción agropecuaria. Un mundo de científicos, tan distintos a cualquier vecino dentro de sus laboratorios, pero tan iguales al momento de contar sus vivencias.
El comedor del INTA es el espacio donde se entrecruzan las distintas disciplinas pero no se hacen presentes. Mientras de fondo suenan canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, seleccionadas por el bufetero, la Doctora Clara Liendo elije mesa y se sienta frente al grabador de Castelar Digital. Lejos está la imagen del científico creado por el cine o las historietas, ningunos de los licenciados, doctores, biólogos, físicos, agrónomos que se pueden ver en el INTA se parece al extravagante Doc Brown de Volver al Futuro, aunque sus ciencias no se encuentren tan lejos.
La Doctora en Ciencias Biológicas Clara Liendo lleva más de una década trabajando en el INTA, su primer desafío laboral fue una diminuta mosca conocida en el mundo entero como Ceratitis Capitata y que, en estas tierras del sur, compite con la mosca local Anastrepha fraterculus por el consumo de frutos. Pueden, entre las dos, ser un gran problema para las cosechas, entonces el INTA se decidió por encontrarles una solución. Para resolver el problema primero hubo que conocer a las pequeñas moscas y allí encontró Liendo su lugar.
La Doctora Clara Liendo es Investigadora del Conicet con lugar de trabajo en el INTA dentro del Instituto de Genética ‘Ingeniero Agronomo Ewald A. Favret’. Se especializa en entomología, la ciencia que estudia a los insectos, y a la ecología. Como le ocurre a muchos especialistas, desde el primer paso dado en la Universidad, hasta los laureles de su profesión, existe un largo y arduo camino que no siempre es conocido o valorado. Desde materias imposibles hasta trabajos y experimentos agotadores, junto con papers y publicaciones interminables a la par de congresos y cursos en el país y en el extranjero. La vida profesional de Clara Liendo no escapa a las exigencias de las ciencias.
“Desde chiquitita me gustaban los animales, sabía que me gustaba eso. Primero pensé que iba a ser veterinaria, que iba a vivir curando perritos. Pero después entendí que era medicina para perros y medicina no es lo mío”, comenzó el relato de su periplo ante las consultas de Castelar Digital. “Creciendo me pegó lo ambiental y la ecología: me asocié a Vida Silvestre, me llegaban las revistas. Me imaginaba arriba de un barco tipo Greenpeace… es lo que ‘flasheas’ de adolescente. Empecé a averiguar carreras alternativas para hacer lo que creía que me gustaba. Cuando terminas el secundario no sabes qué es lo que te apasiona, tenés que empezar a estudiar algo y no sabés para dónde salir corriendo”.
El primer paso en su carrera fue la búsqueda de información: “Hice una buena averiguación. Fui a todas las universidades: desde la de Luján a la UCA. Me fui a averiguar por biología marina, pensé en irme a Puerto Madrin, me fui a la casa de la provincia y averigüé, me dieron algunos planes para ir a estudiar. Hice un curso de monos y le pregunté a un egresado de Madrin si ir allá o Mar del Plata. Me dijo que no, que vaya a la UBA y después vea para donde seguir. Cuando vi el programa me gustó y me dije ‘me mando con esto’. No sabía qué era investigar, no tenía ni idea qué implicaba. Me anoté en la Licenciatura de Ciencias Biológicas, me anoté en el CBC, fui a conocer Ciudad Universitaria y me re vi haciendo eso. Vi la gente, eran todos medios raros, y me di cuenta que era mi ambiente, me mandé. Hice el CBC, me costó el cambio de la secundaria al CBC, fue difícil. Salió bien y empecé la carrera. Es muy intensa, cursaba dos materias por cuatrimestre, que es nada pero la carga horaria era plena, más de 20 horas por materia. Al principio muchas exactas, mucha física y matemática, me iba muy mal porque no me gustaba”.
El cambio lo encontró cuando a lo largo de la planificación de materias se encontró con aquellas que se focalizan en la diversidad casi infinita de los insectos: “Tuve zoología y me di cuenta que me gustaban los insectos. Hice botánica y no me gustó, no me acuerdo nada, de animales sí, me di cuenta que me gustaba. Después hice artrópodos y ‘flashé’, me di cuenta que quería trabajar con insectos y arañas. Entendí que lo mío no eran los grandes animales, me desligué de los mamíferos, mi destino estaba en los insectos. Es un mundo fascinante, un mundo por descubrir y donde hay mucho para hacer. Hay un montón de investigaciones sobre entomología, pero es tan diverso el mundo y hay tanto para hacer que siempre encontrás un lugarcito. En otras ramas es más difícil porque siempre hay algo hecho, pero con los insectos es muy grande el abanico de posibilidades, hay mucho todavía por hacer. Podía hacer entomología pura, que es súper interesante, o hacer algo más aplicado que es lo que me gusta más. Es en lo que trabajo”.
Moscas y abejas en el INTA
Insectos, bichos, parásitos, voladores, terrestres, acuáticos, todos de una manera u otra conviven con el ser humano. Microscópico o imperceptibles, grandes, molestos, asquerosos, o luminosos, coloridos y fascinantes, todos comparten el planeta con los humanos pero algunos resultan particularmente perjudiciales o beneficiosos. La primera experiencia laboral y de campo de la Doctora Liendo estuvo relacionada a las plagas que afectan los cultivos. A través de un ayudante de una materia se enteró que el INTA Castelar buscaba estudiantes para una pasantía ad honorem: “fui a la entrevista súper nerviosa ¡Como si fuera el trabajo de mi vida! que después lo fue, pero en ese momento iba a ser pasante ¡Ni me iban a pagar! Nos reunimos, quedé y me enganché. Era para hacer jaulas de campo, fue para septiembre, hace unos 12 años, y terminamos el laburo en el verano, era una pasantía acotada. Pero llegó febrero, marzo, y seguía ahí. ‘Si querés seguir viniendo para dar una mano, venite’, me dijeron y me sumé. Era cerca de casa y me gustaba. Me enganché, tuve mis altos y bajos, por momentos muy enganchada con el laburo, otras veces no tanto. De a poco me empezaron a tener en cuenta, a darme más responsabilidad con los ensayos. Vieron que funcionaba y que los hacía bien. Después me propusieron presentarme a Conicet, más allá de que mi promedio era medio malo, me salió”.
Dentro del ámbito laboral público la tarea científica no está contemplada dentro de las mejores condiciones laborales, muchos científicos, estudiante, licenciados e incluso doctores subsisten, trabajan e investigan a través de becas brindadas por instituciones como el Conicet, las universidades u otros institutos u organismos. Esas becas, similares a un sueldo, le permiten a los investigadores realizar sus proyectos, realizar sus tesis de licenciatura y doctorado pero sin contar con los beneficios y cargas sociales emanadas de un vínculo laboral, es decir, en la mayoría de los casos no cuentan con aportes jubilatorios o vacaciones pagas, entre otros conceptos faltantes. El premio de este sacrificio y del resultado de sus investigaciones muchas veces es el ingreso a la carrera de investigador dentro del Conicet. Ya contratados por el máximo organismo científico del país alcanzan las condiciones laborales óptimas. Empero, no es el destino de todos los investigadores becados. Así muchos científicos eligen desarrollarse en el mundo privado, en la docencia o en otros rumbos lejos de las investigaciones. En el caso de la vecina, el INTA le brindó el espacio donde dar rienda suelta a su vocación científica: “Toda la primera parte de la carrera científica me dediqué a insectos plaga, que tiene un impacto en el humano. Ahora me pasé a insectos benéficos que también tiene un impacto en el humano y eso me gusta. Cuando llegué al INTA el trabajo de campo con el que inicié fue en mosca. Estuve siete años estudiando aspectos comportamentales de las moscas. En el laboratorio donde trabajo, en el momento en que entré tenía como puntos fuertes genética, biología molecular y citogenética en varios modelos de insectos y ya había algunos integrantes queriéndose meter en el comportamiento de estos insectos. En la carrera me especialicé en eso, en comportamiento, entomología e histología, más fisiología, orientado para ese lado. Cuando llegué había otro estudiante de doctorado trabajando en la competencia entre dos moscas, una local y otra introducida. El chico se fue y a mí me quedó el tema. Fue mi proyecto para la tesis doctoral. Mi plan de trabajo fue la competencia entre estas dos moscas, a nivel adulto, a nivel larval en el fruto, tanto en campo como en laboratorio. Cuando te metés en este mundo es muy divertido, muy cerradito, y son relativamente fáciles de mantener las moscas en el laboratorio. De ese trabajo aún me quedan varios papers para publicar. Con estas moscas se miden distintos parámetros que permiten ver a cuál le va mejor en presencia de la otra. Hay técnicas de control no invasivas, pero que están dirigidas a la especie introducida, que es la Ceratitis Capitata, que tiene un impacto mundial. Hay mucho sobre esta especie pero menos sobre la sudamericana, la especie local, la idea es saber si las técnicas de control que se usan en el mundo dirigidas a la especie invasora, en zonas donde encontrás ambas pero a la local no le afecta, podría generar una explosión demográfica de la especie autóctona. Se busca entonces cómo manejar eso entendiendo el comportamiento de ambas y cómo afecta la presencia o ausencia de una u otra especie. O si ellas mismas moderan la población con la competencia, o mantienen la población minimizada”.
Tras años de estudios la científica vecina decidió dar un giro en sus investigaciones y dejó las moscas para volcarse a las abejas: “el desafío más grande fue cambiar de tema, después de estar siete años encasillada en un tema, cambiar a otro modelo completamente distinto costó, además cambié de dirección entonces también fue otra la forma de trabajar. Fue empezar de cero, estudiar todo otra vez, leer mucho. Venía leyendo de moscas, tenía una bibliografía actualizada y completa, seguir con las moscas era el camino fácil, tenía tema para seguir pero preferí que lo siguiera otra persona del laboratorio, porque no deben quedar temas sueltos. Pero yo cambié, me lo compliqué, me cambié de sistema. Las abejas las elegí era un modelo que ya se estaba trabajando en el mismo laboratorio: hay moscas, avispas parasitoides, escarabajos y abejas. De estas últimas estaban iniciándose trabajos en la parte genética pero faltaba la pata ecológica. Fui a tapar ese agujero. La problemática es que hay un ácaro que ataca a las abejas Apis mellifera, les chupa la sangre, la hemolinfa y le transmite enfermedades. Este ácaro se desarrolla dentro de las celdas de las colmenas. Se desarrolla allí y sale, los adultos la propagan por el resto de la colmena, los ácaros atacan las abejas adultas y larvas y las debilitan. Debilita mucho a las colmenas, es una problemática muy importante en la apicultura nacional y a nivel mundial. Es muy difícil combatir a este acaro, y se buscan formas no tan invasivas ni contaminantes para tratar de aumentar la calidad de la miel. Porque si le pones muchos insecticidas después no las podes exportar o comercializar. Hay que buscar la forma de curar sin contaminar el producto. En nuestro grupo estudiamos el comportamiento de higiene de las abejas: hay colmenas más higiénicas en las cuales las abejas son capaces de detectar señales que indicarían que la larva está sufriendo o muriendo, abren la celda y sacan la pupa o larva enferma. Una parte del equipo estudia las bases genéticas de este comportamiento y otra parte buscamos las claves olfativas que lo desencadenan. Estamos buscando cuales son las señales que le dicen a la abeja ‘acá hay un ácaro, voy a sacarlo para que no se siga reproduciendo y contaminando toda la colmena’. Estudiamos esas señales olfativas”, explicó la especialista.
Castelar científico
La cercanía entre su casa y su lugar de trabajo fue lo que primero la tentó para acercarse a la pasantía hace más de una década. Castelar la llevó a encontrarse con su carrera. No es la primera vez que Castelar Digital se topa con científicos entre los vecinos de la ciudad. Hace algunos años se pudo reunir a los profesionales Lic Roberto Bo, Lic soledad Méndez, Dra María Elisa Solana y Dra María Laura Libonatti, (Ver: Científicos de Castelar: la ciencia en el barrio) incluso este medio pudo acompañar a la Doctora Libonatti en la identificación de insectos en una atípica noche de verano en donde los ‘bichos’ coparon el centro de la ciudad. (Ver: Faroles y bichos: con el calor los insectos invaden Castelar). El mundo científico es tan reducido que la mayoría de los investigadores del país se conocen y aquellos que comparten la ciudad hasta han trabajado juntos: “Con Libonatti trabajamos juntas en el INTA, nos divertimos muchísimos. Ella me ayudó en unos ensayos comportamentales en competencia entre moscas adultas en unos frutos”, señaló Liendo.
Esfuerzo, dedicación, perseverancia, paciencia, viajes a congresos, a encuentros en el extranjero, horas interminables de lecturas, de búsqueda y de ensayos. La vida de una bióloga no es fácil pero tiene sus recompensas: “Está lleno de cosas lindas, es para personas inquietas, hay que viajar, interaccionar, es una carrera muy social, porque para que la ciencia avance te tenés que comunicar”, destacó Clara Liendo, y continuó, “Lo que se necesita siempre es plata, cabezas hay y muy inteligentes, no me refiero a la mía, gente muy capaz que podría llegar mucho más lejos si tuviera presupuesto para trabajar. Lo que nos limita laburar es la plata. En lo personal estoy en un laboratorio donde nunca sufrí la falta de presupuesto. El INTA nunca nos deja en banda, siempre hay presupuesto INTA pero igual no alcanza, tenés que presentarte a subsidios externos. Yo tengo mi propio subsidio que gané hace unos años como investigadora responsable. En nuestro grupo siempre tenemos la suerte de tener subsidios dando vueltas, pero nunca son suficientes porque somos muchos, somos más de 14 personas entonces hay que repartir los recursos. Mucha gente trabajando en genética y biología molecular donde los insumos y el equipo son súper caros. Los que trabajamos en ecología somos un poco más austeros, pero igual se necesita plata para trabajar”.
“Es una carrera hermosa, uno tiene que hacer lo que le apasiona independientemente de la situación actual del país, si uno quiere hacer las cosas, lo que le gusta, las cosas se le dan. En ese sentido soy un ejemplo, en ese sentido nada más, el camino no me fue fácil, la carrera me costó, tardé muchos años, mal promedio. No me creo una investigadora estrella pero llegué. Es darle para adelante, perseverancia a full”, finalizó la vecina.
Entrevista y fotos: Gabriel Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas