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Sociedad
30 Mar 2017

Agustín Strizzi: "Iré a dónde me lleve la música"

Baterista y compositor, creo su estilo y desarrolló su técnica con los mejores maestros de percusión de la Argentina para volar a Berlín donde sus golpes y ritmos le están marcando el camino a seguir. "Es la mejor ciudad del mundo. No me regala nada, pero me trata muy bien", contó a Castelar Digital desde miles de kilómetros de distancia.
Con los palillos en sus manos y los parches vibrando tras cada uno de sus golpes, la batería es una extensión del pensamiento de Agustín Strizzi. Percusionista, compositor, músico y, ante todo pero no por eso limitante, baterista. El vecino de Castelar dedicó su vida a la música y los ritmos y encontró en Berlín su lugar en el mundo. Tras años de carrera, estudio, shows, grabaciones y perfeccionamiento en Argentina y otros países de América, encontró en Europa el espacio para dejar fluir su música y su arte.

Su conexión con la batería surge como un impulso vital. Entrevistado por Castelar Digital no habla de pasión, vocación o inspiración, sino de naturalidad. Su vida siempre fue acompañada por la música y la batería, pero de forma tal que lo experimentó como el devenir necesario de su vida y sus días.
“No sé cuándo nació mi vínculo con la música. Pero cuando yo era chico mi mamá tocaba el piano, estudiaba piano, estudiaba el profesorado, preparaba conciertos, y me daba las partituras para que yo dibujara. Me las daba y con un crayón de algún color que no le tapara nada y que pudiera seguir leyendo, así que yo jugaba con sus partituras y ella estudiaba con mis dibujos en amarillo sobre sus pentagramas”, relató como anécdota lo que podría ser el inicio de su profesión.

Nacido en Castelar a fines de la década del 70, Agustón Strizzi cuenta con una trayectoria que lo llevó a conocer Cuba, Estados Unidos, Alemania y Uruguay, entre otros destinos, siempre guiado por la música. En su biografía cualquier curioso puede toparse con un prontuario más que llamativo: “Comenzó sus estudios de batería y percusión junto con Facundo Ferreira, luego con Quintino Cinalli y Eduardo Casalla. En el 2000 obtiene el título de Licenciado en Comercialización por la Universidad de Palermo y en el 2003 el de Instrumentista Profesional en el Instituto Tecnológico de Música Contemporánea (ITMC). En el 2008 finalizó el Curso de Armonía y Composición dictado por Juan Carlos Cirigliano en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC) y estudió composición junto a Guillermo Klein. Ha realizado numerosos viajes de estudio: USA, Brasil, Cuba, Uruguay y Polonia. Se ha presentado en numerosos escenarios y festivales, se destacan el Festival de Jazz de Buenos Aires, 2003; el Festival Jazz Plaza 2005, La Habana, Cuba;  VIII Festival Internacional de Teatro APAC en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 2011, Llamadas del día del Patrimonio 2012, Montevideo, Uruguay y el Karneval der Kulturen 2016, Berlín, Alemania”.



Aquel primer impulso brindado por su madre se transformó imperceptiblemente en su motor. “Mi mamá dejó de tocar cuando yo tenía cinco años… no sé de donde surgió la batería”, reconoció el vecino a Castelar Digital.

Frente a una pantalla desde un departamento en Berlín, con otro clima y en otros horarios, Agustín brindó una entrevista a este medio contando su aventura musical, aquella que lo llevó a transformar su vida, dejar todo en Argentina y radicarse en Alemania. “Mi primera batería me la compré en mi cumpleaños de 16 y me ayudaron a pagarla mis compañeros de colegio, en Inmaculada. En ese momento estaba de moda juntar plata para los regalos de cumpleaños. Necesitaba guita, no un regalo, quería llegar a la batería. Había ahorrado mucho, o lo que se puede a los 15 años: en vez de volver en colectivo de gimnasia, volver caminando, comprar cigarrillos sueltos, robarle monedas a papá. Mi primera batería era una porquería, una vergüenza. La pagué 317 pesos, que en ese entonces era un montón. Me acuerdo porque juntaba monedas. Fui a Lanús Oeste, muy lejos, fuimos a la fábrica, las baterías eran un desastre. Cuando saqué la plata, todo en monedas, los 300 eran monedas. Me preguntó si era de una rifa y le conté. Estuve como 40 minutos contando monedas. Una semana después tomé mi primera clase con Facundo Ferreira. Vivía cerca de la escuela, salía de la escuela iba para la clase, una clase de una hora y volví a mi casa a estudiar. Muy precariamente se podía. Si le pegaba fuerte se caía el tambor, pero despacito se podía. El pedal del bombo era de madera, si le pegaba fuerte se metía en el parche”.

Con poca experiencia pero con mucho ímpetu se sumó a todos los proyectos musicales que surgieron en su escuela. Los bateristas escaseaban y así fue como ensayó todos los días de la semana pero con una banda distinta cada día. La experiencia adquirida era incalculable. “Una banda de aquel entonces era de quién ahora es un periodista de la Rolling Stone Argentina, la otra de quien hoy es un compositor egresado del conservatorio de París. Y las otras de gente que no se dedicó a la música”, reseñó.

Al terminar el colegio eligió otro rumbo profesional, estudió Marketing en la Universidad de Palermo. Empero, mientras durante la semana estudiaba para la licenciatura, el fin de semana lo dedicaba a tocar y estudiar entre bombos y platillos: “arrancaba el viernes desde lo más temprano que se pueda al lunes lo más tarde posible, estaba tocando. No era pasión, era parte de mí. La pasión es un cliché, no sé, estaba ahí y no iba a dejar nunca de tocar.  Yo no decidía dejar de jugar al futbol por tocar, no, yo iba a tocar y punto. No hacía otra cosa”.



“Una única vez me dije: ‘quizás tenga que dejar de tocar’. Tenía varios finales y fueron dos fines de semana que no toqué. Cuando volví a la batería y di dos golpes y me di cuenta que nunca iba a dejar de tocar, fue una sensación de confort, de regocijo tan grande que fue una decisión instantánea. Era parte de mí. Hay gente que pasa el fin de semana con la computadora o todos los domingos va al shopping. Para mí era así, nunca tuve el furor de la música, era natural. Apareció ahí y estaba ahí”.

Las influencias y las motivaciones son inevitables. En 1996 se presentó en el hotel Bauen de la Ciudad de Buenos Aires el baterista norteamericano Dave Weckl: “vi el poster en capital y convencí a mi viejo de ir. La entrada nos salió $30. Conseguimos entradas para la primera fila… con 16 años lo vi a este ‘mono’ desde la primera fila. Es un tipo que tiene tanto nivel, que nunca había visto a alguien que toque la batería como él. Fue un cachetazo terrible. Salimos y no decía nada. Caminamos unas cuadras y no dije nada. Hasta que mi papá me frenó y me dijo ¿Agustín estás bien? Me di vuelta y le dije: no voy a dejar nunca de tocar la batería”, recordó el músico. Los giros del destino le permitieron a Strizzi volverse a topar con Weckl 20 años después y en un show en Alemania donde le agradeció aquel impulso en medio de su adolescencia.

Tras estudiar en la universidad y ante un panorama sombrío tras la crisis que atravesó la Argentina en 2001 se volcó de lleno a estudiar y tocar. Ingresó en el Instituto Tecnológico de Música Contemporánea y dedicó su tiempo y su vida por completo a la batería. “Encontré una carrera de músico que me daba el título de músico. Tenía curso introductorio, materias como armonía y audio perceptiva, y tenía batería! Era algo de lo que yo quería, estudiar la batería un poco más. En el medio entre que laburaba con mi viejo e iba a hacer este curso, en ese momento de transición, decidí que tenía ganas de estudiar música. Lo que me pasaba era que antes no tenía ganas de estar cinco horas sentado en la batería, tenía ganas de tocar, con los pibes, ensayar. Después me empezaron a agarrar ganas de pasar 10 horas en el pad para aprender técnica con el dedo chiquito. Encontré algo que despertaba toda mi energía, completamente. No le negociaba a la música un solo punto. Todo lo que hacía tenía que ver con la música. Durante la facultad trabajaba en un call center y tenía de fondo de pantalla una batería y pasaba el mouse por los cuerpos y me imaginaba como sonaba. Es una imagen capitalista muy triste. Era una imagen super triste, no me olvido más que estaba sentado y tenía más ganas de tocar la batería que estar ahí. Pocas veces recuerdo una actividad que me genere tanta energía como tocar la batería. Yo tenía 22 o 23 años y quería estudiar, quería pasar tiempo con la batería y los siguientes tres años fueron súper intensos. No bajaba de las 11 o 13 horas de estudio por día. No era ponerle pilas, no existía ganas de hacer otra cosa. Mis compañeros se ponían en pedo, o estaban en el Messenger buscando conocer chicas. Y yo estaba en la batería.  Salían a bailar y me invitaron la primera vez, la segunda ya no. Yo me acostaba temprano el sábado para poder aprovechar el domingo completo en la batería o me ponía a estudiar”, explicó el vecino. La dedicación a tiempo completo dieron sus frutos. La técnica, la sensibilidad y la perfección se transformaron en partes esenciales del resultado de Agustín Strizzi frente a la batería. Sólo le faltaba un empujón de la suerte para encontrar su camino.



“Terminé esa segunda carrera y empezó la historia difícil que es vivir de músico. Porque ser músico no es vivir de músico. Y vivir de músico no siempre tiene que ver con hacer música. La relación económica que tiene tu actividad con la sociedad tiene muy poco que ver con lo que vos querés hacer, con la pasión. La pregunta es ¿Qué es vivir de músico? ¿Es tocar lo que te gusta? ¿Dar clases? ¿Trabajar de otra cosa y tener tiempo para hacer música? ¿Es ganar plata haciendo música? En el 2004 mi vieja me regaló $500: ‘Te los doy pero con la condición de que los gastes en diez clases con Junior Cesari’. Era un profesor de batería que ya falleció, era uno de los mejores profesores de Buenos Aires. A la par yo tenía algunos alumnos y tenía un trabajito en el restaurant del Casino Flotante pero los del restaurant era gente muy poco seria, pero pegamos buena onda y teníamos muchas fechas. Pero nos hacían tocar hasta las 4 de la mañana, 5 sets de 20 minutos, hasta las 3 de la mañana, ya no había nadie pero había que tocar igual. Llamo a Junior Cesari y le pedí aprender Jazz, Escobas y Técnica. Me respondió que jazz y escobas no enseñaba y que para técnica tenía ya muchos alumnos. Le conté todo lo que hacía, le rompí tanto que me aceptó. Fui y le dije lo que quería aprender. Me contó de las clases. Me pidió que tocara algo, me senté en la batería, agarré los palos y me frenó: ‘Vos no necesitas estudiar, vos tenés que tocar’. ‘Te puedo enseñar, te voy a encontrar algún balurdo y te voy a tener 20 años estudiando, hasta que toques el rulo derechito, pero vos tenés que tocar, no estudiar. Si ya estudiaste tanto tenés que tocar. Y lo mejor que podes hacer es juntar plata y andate de Buenos Aires. Andate a Europa”. Aquel consejo con perfume a rechazo fue en parte una desilusión, pero también el germen de una idea que lo llevó a aventurarse. “En el 2004 todas las embajadas eran un caos, la de España e Italia estaban llenas, todos se querían ir. Entonces se pusieron muy rigurosos con los papeles, había que pedir turno… en el 2004 dejé en el buzón del consulado el pedido para dejar los papeles para la ciudadanía italiana porque mi abuelo es italiano. Incluso motivado por lo que me había dicho este profesor. A partir de ese momento, en resumidas cuentas, en ocho años, porque me vine a Berlín recién en el 2013, grabé cuatro discos o proyectos míos. Esos cuatro discos están en internet, editados con el sistema de licencias creative commons, no quería hacer guita sino promocionar lo que yo hacía, mover mi música. Eligieron temas para el disco  de creative commons del año, tuvieron 15000 bajadas cada uno.  Una anécdota,  hay una ley rusa que dice que todo lo que está en un servidor ruso, se puede vender en Rusia. Y mi disco que era libre, lo pusieron en un servidor ruso y lo vendían por 39 centavos de dólar con la foto de un comanche en la tapa!!!.  Les escribí para reclamarles pero al ver que no me respondían, les envíe la tapa original del disco -a modo de ironía-, para que el menos lo hicieran con la imagen real...y los muy caraduras la agregaron... bizarrísimo! En esos 8 años fui a estudiar a Brasil, a Cuba, a Uruguay toqué en el festival de jazz de La Habana. Toqué en la llamada del barrio sur en Uruguay, toqué en la tele de Uruguay, toqué en el Festival del Teatro en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia. Empecé a dar clases en una escuela, en un secundario, con más horas que en otras escuelas, cobraba más. Y aparecían trabajos, giras con obras de teatro, con la obra sobre Juana Azurduy hicimos más de 100 funciones. Conocí todos los centros culturales de la Ciudad de Buenos Aires, fuimos de gira a Salta, a Jujuy”, resumió el baterista sobre aquellos años raudos.

En 2010, de vacaciones, conoció la capital alemana y supo que allí quería continuar su carrera. “Estando de vacaciones, caminando con la que era mi novia, me encuentro con Oscar Giunta, que era el baterista del Negro Rada. Lo conozco, es un mega baterista, nos saludamos. ‘Hoy a la noche nos juntamos con Iannaccone, Pacapello y Almada. ¿Qué tenés que hacer?’. Para mí son Batman, Superman y todos juntos. ‘Si, vamos ¿A quién hay que matar?’. La primera noche estaba tomando cerveza en Berlín con la gente que en Buenos Aires veía sobre el escenario”.



La respuesta de la embajada se hizo esperar, recién en 2011 le dieron turno para iniciar el  trámite y debió esperar un año más para conseguir los certificados que lo habilitaban para residir en Europa. “Lo que empezó en el 2004 con el consejo de Junior se completa en 2012. En octubre de ese año me dieron los papeles y en 2013 viajé. Yo ya estaba grande, ya tenía 35 años, entonces ya estaba para casarme y tener hijos, esa presión social, y no quizás para irme a vivir afuera. Fue heavy. Yo sabía que no quería avanzar en ningún otro tema sin antes venirme a vivir acá. No me voy a quedar con el ‘qué hubiera pasado si’. Vine acá sabiendo qué quería hacer, había ahorrado plata. No dormí en la calle, dormí en el piso, pero ya sabiendo qué quería hacer y teniendo con qué. Ya había hecho discos, giras, trabajaba más de 30 horas de clases por semana y tenía la experiencia de mil horas de clases hechas antes! Por suerte estoy en Berlín, todos dicen que Berlín no es Alemania. Es la mejor ciudad del mundo. Berlín no me regala nada, pero me trata muy bien. Muy de a poco me empezó a ir mejor. Hice un curso de alemán. De los seis niveles que se necesitan para completar el estudio del idioma, hice formalmente hasta el cuarto nivel. Conseguí el primer trabajo, como asistente técnico en los conciertos y mi primer trabajo fue con Kiss. Cargaba cajas, la batería de Kiss. Eran 17 camiones. Había que colgar las lámparas del concierto,...y eran dos millones de lámparas!!! Conocí muchos lugares, hablar en alemán, la dinámica de los trabajos. Muchas veces sólo se necesita buena educación, pero no siempre es buena educación en todos lados”.

La música de Agustín Strizzi no acepta simples etiquetas. Sus composiciones muestran la base del jazz pero con mucha presencia de sonidos afroamericanos y propios de la cultura latina. Esa mezcla de estilos, de tiempos y ritmos, lo llevó a integrar el staff de la escuela de batería más grande de Berlín, a ser músico contratado por bandas alemanas y de aquellos lares que buscan la perfección de sus golpes o la influencia de su estilo. A miles de kilómetros de distancia de su Castelar natal, donde aprendió la fuerza justa que necesita cada parche, sigue demostrando que su elección por la batería es su vida misma: “Vine a Berlín a hacer música, eso implica aprendizaje. Es ir aprendiendo y enseñando, implica crear y producir material de estudio, videos y artículos. Tengo mucho material que escribí en Buenos Aires, espero tener tiempo para producirlo, grabar discos. Y siempre tocar música. Iré siempre a donde me lleve la música, lo sabe hacer mejor que yo”, finalizó el baterista.

Entrevista: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas

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