Nahir Casella: "la misma satisfacción por bailar o enseñar"
La vecina Nahir Casella integra el Ballet del Mercosur que dirige Maximiliano Guerra junto a su esposa Patricia Baca Urquiza. Bailarina por gusto y vocación, conoció lo que sería su futuro cuando apenas aprendió a caminar. A fuerza de esfuerzo logró llegar a codearse con los mejores del mundo, competir en el Mundial de Tango y sorprender a los directivos del Teatro Colón.
La historia del vínculo entre Nahir y la danza es un relato basado en el esfuerzo, pero que comienza en sus primeros años de vida: “A los tres años le dije a mi mamá que quería bailar”, explicó la bailarina a Castelar Digital. “Me contó mi mamá que cuando yo era chiquita me ponían en la tele algún canal donde había alguien bailando. Yo me paraba frente a la tele y me ponía a hacer cosas. Con tres años yo que quería bailar, pero a esa edad mi mamá no me dio mucha bolilla. Qué iba a saber yo a los tres años sobre vocación”, rememoró.
En esos primeros años la pequeña Nahir debió atravesar un muy mal momento. Sus padres se separaron y su respuesta psicológica fue una anorexia nerviosa que la llevó a visitar a los médicos. Su cuadro, por destino, suerte o casualidad la llevó directamente a cumplir sus sueños. “No quería comer. Era anorexia nerviosa, no era porque una nena de 4 años se mire al espejo y se vea gorda. Era otra cosa. El pediatra le recomendó a mi mamá que me lleve a hacer alguna actividad porque tenía bajo peso. Mi mamá no sabía a qué llevarme, entonces el médico me preguntó qué me gustaba hacer, le respondí ‘quiero bailar’. Entonces mi mamá me anotó en la Escuela Superior de Danza de Ituzaingo”.
Vocación
Casi por casualidad, pero siguiendo su pulsión, Nahir comenzó a tomar clases. “Ahí empecé y no me fui nunca más. Comencé en el jardincito, juegos didácticos. Después hice la carrera; la tecnicatura la inicié cuando tenía siete años. A la par de la escuela normal. No renegué de la rutina, me gustaba. Salía de la escuela, me iba a la casa de mi abuela. Almorzaba ahí y mi abuela me llevaba a danza, eso de lunes a viernes. Se terminó la tecnicatura y empecé la licenciatura”.
“Cuando era chica tenía registro de que estaba haciendo una carrera. Yo quería ser una bailarina famosa, tener la actitud de las chicas que veía en la tele. Mi familia siempre me apoyó. Mi mamá sabía que era chica para ir todos los dias, pero también entendía era mi pasión. Gradualmente fui aumentando las horas de práctica hasta alcanzar seis horas diarias cuando estaba ya terminando la tecnicatura, casi como un trabajo. Me acuerdo de cumpleaños de amigos a los que no podía ir porque tenía danza. Mi mamá me explicaba que era como ir a la escuela, me lo explicaba de una manera que lo entendía, como una responsabilidad, pero que para mi estaba buenísimo!”, recordó Nahir.
Las exigencias de la escuela de danza, como la falta de tiempo, la obligaban a no ir a cumpleaños, ni reuniones, ni salidas durante la semana, y hasta incluso llegó a no dormir tras un cumpleaños o un ‘pijama party’ un viernes para asistir a danza los sábados por la mañana. “Yo me engripaba, no me dejaban ir y me escapaba igual. Mi mamá siempre lo usaba como amenaza, si me iba mal en la escuela no iba a danza, me iba muy bien entonces en la escuela. “Cuando los cumpleaños caían en la semana, yo no podía ir. Mi grupito de amigas más cercanas festejaba el cumpleaños el fin de semana a propósito, porque sabían que solo podía ir en esos días… No se enojaban mis amigos, sino los padres. Para mis once años mi mamá había hecho con mucho esfuerzo una fiesta para 30 chicos, envió tarjetitas a todos y vinieron ocho. Fue la desilusión de la vida. Le preguntaba a mis compañeros por qué no habían venido y me dijeron que era porque yo no iba a los de ellos... Son sacrificios. Me había enojado un poco con la danza, pero después de grande uno lo entiende como sacrificio. Son obstáculos que -si te gusta lo que haces- los superás y le das para adelante. Son las pruebas que te pone la vida”, detalló.
Los años pasaron y Nahir realizó becada en ituzaingó toda su carrera. Apenas le resta un final para terminar el profesorado de danza. Es sólo un paso que le falta dar. Empero, al final de sus estudios debió afrontar una decisión que marcaría el resto de su vida. Como todo joven, al terminar la escuela debió seguir un camino definitivo. Estudiar, profesionalizarse, cambiar de carrera o trabajar: “Cuando ya estaba terminando la tecnicatura y la escuela, había tomado la decisión de que la danza iba a formar parte de mi vida, pero no iba a vivir de eso. Me parecía que mi futuro no iba a pasar por ahí. Me inscribí en la escuela de medicina, hice el ingreso en la UBA, me alejé de todo. Fue una época en donde trabajaba bailando tango en Caminito y no la pasaba bien. Fue una época turbada, tomé distancia y me dije que mi futuro pasaba por otro lado. Me encanta medicina. Llegué a segundo año, me iba bien. La última clase de una materia con final obligatorio hablaron de la vocación médica. Cuando empezamos a hablar decían que la vocación es algo que surge del interior sin una razón. Y la medicina es las ganas de ayudar al otro que surge desde adentro. Y todo lo que me decían en clase, lo que escuchaba de medicina, en mi cabeza se traducía para la danza. Se veía reflejado en algo de lo que fue mi vida de estudiante. A la clase siguiente era el final y no me presenté. Di de baja todas las materias y me mandaron un mail, diciéndome que tenia buen promedio y que me podía volver a presentar. Justo quien me escribía era el ayudante que hablaba de vocación. Y le expliqué que la medicina me encantaba pero no era mi vocación, mi vocación es la danza. Tardó en responderme y me dijo: ‘que bueno que te diste cuenta ¡Felicitaciones! Suerte en lo que emprendas’. Medicina nunca fue una carga pero al dejarla sabía que había elegido bien. Cuando llegué a casa tenía miedo al qué dirán. Llegué y le dije a mi mamá: ‘dejé medicina y me voy a anotar en danza’. Y me respondió: ‘Nahir, por fin’”.
Tango Mundial
El camino de su profesión comenzó por internet. Con horarios completos, por las clases que ella misma daba y otros trabajos, la búsqueda era ardua y muy clara: necesitaba profesores que pudieran incluirla en sus clases en los únicos dos horarios disponibles por semana. Así dio con Javier Abeledo, bailarín del Teatro Argentino de La Plata pero que dicta clase en la Fábrica de Arte de Maximiliano Guerra y Patricia Baca Urquiza. “Yo no sabía que Maximiliano tenía un estudio de danza. En sí era más una clase para varones, cuando empecé yo era la única chica ahí, que es raro en clásico. Empecé dos clases por semana, eran clases costosas, laburaba todo lo que podía pero también ayudaba en casa. Si trabajaba bien eran dos veces por semana. Para un bailarín profesional, dos veces por semana es poco, es sólo entrenamiento”, detalló.
El 2013 Nahir lo comenzó dando sus primeros pasos en la escuela de Maximiliano Guerra, pero el ritmo del 2x4 la llevó también a encarar otros proyectos que con esfuerzo rindió frutos. “De milonguear en Ituzaingó, o en Tarzán, o por la zona, conozco a Fabricio. Bailábamos de vez en cuando, alguna cosita, hasta que ese año nos presentamos al mundial. Fue para darle el gusto, porque él estaba entrenado muy fuerte con el tango. Teníamos un mes y medio, era hacer lo que podíamos. Nos pusimos con todas las letras, nos presentamos y fuimos pasando las etapas. En la final de la zona oeste finalmente salimos campeones en tango escenario 2013. Yo no entendía nada. Fabrizio estaba más en tono, estaba re contento de haber ganado. Yo iba para bailar un par de veces no más, fue una alegría y una sorpresa tremenda. Clasificamos a la semifinal del mundial de tango 2013. Estuvimos en el ranking de las 50 mejores parejas del mundo. Cuando fuimos a la semifinal, nos encontramos con gente de todos los países. Argentinos que son máquinas bailando. Estábamos en un camerino junto a todos los tangueros famosos. Después nos iban a pasar el trapo, pero compartíamos escenario con ellos. Fue el puntapié para seguir apostando por la danza, el destino”.
La difusión del Mundial de Tango le permitió a Nahir y su pareja conseguir muchos trabajos, siempre para bailar. Milongas y escenarios en general. Consiguieron sponsors y otro tipo de apoyo que le permitió volcarse por completo a la danza: “Tenía un solo par de zapatos con los que ensayaba, tomaba clases y con los que bailé en el mundial. Los zapatos de tango son muy caros. Mis zapatos negros se habían roto en un costado y los pintaba con un fibrón para que no se note. Estaba en el mundial con el fibrón. Ahora tenemos un montón de zapatos”, reseñó.
“Quedé shockeada con lo del mundial y me dije, vamos a apostar todo a la danza. Charlé con mi maestro Javier, porque con 23 años se me había pasado un poco la edad para danza clásica, es un estigma, pero con más de 20 ya no sos joven. Me dijo: ‘Si vos tenés que vivir de la danza será cuestión de suerte y destino’. La realidad es que tenés que tener un poco de suerte, y si es tu destino, trabajá en eso y quedate tranquila que la vida se va a acomodar para que así sea. El me pasó un plan de dos clases por día, diez clases a la semana. Me salía como tres sueldos míos”.
Nuevamente la suerte se complotó con su empeño para que se cumpliera su destino. La escuela de Maximiliano Guerra realizó ese año audiciones para formar su equipo Premium. Se trató de una selección de alumnos con cualidades especiales, “diamantes en bruto”, que serían becados para perfeccionar y con el fin de que representen a la escuela en concursos y ballets. “Me fui a anotar, pero la inscripción era hasta los 19 años. Me sentí una vieja. Insistí, les conté la edad que tenía y les expliqué que no quería la beca, quería la posibilidad de audicionar, que me digan si soy buena o no, no que me digan que soy grande. Hablaron con Maxi y me dio la posibilidad”.
Fue el verano más largo de su vida, la respuesta tardó en llegar y si bien la audición se concretó a fin de año, recién en febrero siguiente confirmaron que había quedado seleccionada para el grupo Premium. Su vida había dado un giro completo, ahora sus horarios se repartían entre clases de técnicas, bailes, ritmos y maneras de encarar el baile y el escenario.
Ballet del Mercosur
“Volviendo un poco atrás en el tiempo me acuerdo que en el 2008 vino Maximiliano Guerra con el Ballet del Mercosur acá a Morón. Fui a verlo y me decía a mi misma, ‘cómo me gustaría estar ahí’. Pero después me olvidé. Esa vez llovía pero con mi mamá nos quedamos, yo quería una foto con Maximiliano. Salió Maxí y me saqué una foto con él. Muchos años después se lo mencioné”, recordó.
En 2014 una bailarina del Ballet del Mercosur dejó la compañía. Su puesto en las escenas en ritmos de tango quedó vacante, y fue la oportunidad de Nahir para seguir creciendo. “Un amigo me mandaba data de lo qué iban haciendo con el ballet y cuando se fue esta chica me recomendó mandarle videos a Maximiliano de mi paso por el mundial de tango, pero para mí no era el momento, no me conocían. La esposa de Maxi se entera igualmente que yo bailaba tango y me pidió que le mande videos por mail. Le mandé los videos del mundial y con eso completé el curriculum. Recuerdo que me llamó un jueves a la tarde cuando yo estaba armando el bolso para ir al estudio. Me llama y me dice que habían visto el video con Maxi y les había gustado pero querían corregirme algunas cosas. ‘Mañana vamos a estar bailando con el ballet en Quilmes, me gustaría que vinieras con nosotros para que veas la función’, me dijo. Pero yo sabía que ese mismo día bailaban en Merlo y me quedaba más cerca. Se los consulté y fui a verlos. Al terminar su presentación me preguntaron si me había gustado y ante mi afirmación me piden que aprenda una parte para ir a Quilmes al otro día. Los chicos estaban practicando antes de la función, me preguntaron si yo había estudiado, y si la podía hacer. Me dieron un espacio para ensayar esa parte, era sábado, después de su función seguí ensayando con ellos. ‘Mañana domingo, 25 de mayo, bailamos en Berazategui, nos juntamos en La Fábrica y salimos en la combi. Llevate ropa de ensayo me dicen’. Fui, hicimos una práctica de técnica para el ensayo, después me senté a mirar. Ese día me hicieron ensayar con ellos también. Me mandaron a maquillar, y en el camarín, vino el vestuarista y me dijo que tenía ropa para mi, que me fijara si me quedaba bien. Ahí mismo me dijeron que si me animaba podía bailar ese mismo día, y estrené!! Fue la primera vez que bailé en el Ballet del Mercosur, tras lo cual me dieron el contrato para bailar con ellos y no me fui más”.
Casi sin respiro, Nahir se sumó a la gira del Ballet. Recorrió Córdoba, Mendoza, La Pampa, Tucumán, San Luís, San Juan, Corrientes y el interior de Buenos Aires. También se presentó en otros países como Paraguay, Uruguay y México. Participó de las obras Quereme así…Piantao, Carmen y Tango Paradiso. “En el 2015 hicimos una obra distinta, de tango inspirada en los poemas de Horacio Ferrer. Los primeros seis meses fue toda la investigación, como artistas no es sólo bailar y nada más. Es un proyecto de creación con los directores. A ver qué surge con cada letra. En Quereme así… piantao, nos fundimos los bailarines, directores, equipo técnico y actores. En vez de interpretar la obra, nos fundimos en la obra. Con los compañeros sentíamos eso. Fue una muy linda obra que la presentamos en octubre en el teatro Coliseo. También nos llamaron de la embajada argentina en México, para representar a Argentina en un festival de tango. Fuimos y fue una locura, habíamos estrenado esta obra, hicimos unas dos o tres funciones. Teníamos diez días de descanso, nos fuimos siete a México. Fue una experiencia tremenda. Cuando pasan estas cosas grandiosas, me doy cuenta que son grandes cuando se la cuento a alguien. Estábamos con los chicos, en el hotel tomando una cerveza, nos traen el diario, y estábamos Fabrizio y yo de portada en los diarios”, relató Nahir con una sonrisa en el rostro.
Las enseñanza
El baile transformó su vida, y su vida se transformó en baile. Paralelamente al ballet y las clases en el estudio de Maximiliano Guerra, Nahir Casella da sus propias clases. Lo que fue hace unos años un taller para pocas chicas hoy es el futuro de una treintena de alumnas que se reúnen en su propio estudio en Morón para aprender de ritmos, pasos, tiempos y bailes. Además, Nahir junto con algunos compañeros organizó GTango, una milonga que cada viernes invita a encontrarse en Gascón 104, en Almagro. La propuesta incluye clase, show y milonga.
Así como sucede con María Belén Chiesa, Antonella Fernández o tantos otros artistas del baile, la música y la cultura de Castelar, el objetivo final es la transmisión de valores, de conocimientos y de principios que ayuden a desarrollar el barrio, Castelar y el oeste en general. “Cuando empecé era sólo un medio para sostener la facultad, y ahí me di cuenta de que me encantaba enseñar. Tenía un montón de cosas que no sabía de dónde habían salido. Y ahí me acuerdo de alguna clase que tomé en algún lado. La experiencia que adquirí con el Premium y con el Ballet, es tanta información que cuando me tocó dar clases quería tomar toda esa información y pasarla. No podía creer que me hayan enseñado tanto. Pero no es necesario ir a Capital para aprender, por eso no me mudé, para así brindar acá todo lo aprendido allá. Quiero afirmar esto de que no hay que ir para allá para aprender. Asi como yo hay muchos otros que traemos arte al oeste y quiero invitar todavía a más gente que da clases allá, a que se venga también para acá. No se puede centralizar toda la información actualizada, que es la que se tiene que enseñar. Si yo me mudaba a Capital, no hubiera tenido estas 33 personas que son muy importantes, no es sólo gente a la que le estoy enseñando, es mucho más importante. Un grupo de mis alumnos tienen su grupito a los que a su vez les dan clases. Seguramente lo que van aprendiendo en mis clases, lo van pasando en las suyas, así se forma una red. Cada día disfruto de una manera inexplicable el rol docente, lo disfruto igual que bailar. Esto lo pude hacer porque tuve profesoras como Lilian Garcia, en la escuela de danza de ituzaingó, que nos decía ‘no se queden acá, hay un mundo afuera, lamentablemente está todo en Capital, tienen que ir y buscar, si no pueden pagar un mes, vayan un par de clases’. Tenía razón, de esa manera una se arma. Ella venía y nos enseñaba lo que había visto en Capital y hasta experimentaba con nosotros. Otra maestra de la que me encantaría ser como ella es Gabriela Pucci, que fue mi maestra de Premium, una diosa. Genia. La enseñanza es un rol que lo siento con la misma satisfacción. No puedo decir que me gusta más bailar que enseñar ni viceversa, porque tengo la misma satisfacción”, finalizó Nahir Casella.
Entrevista: Gabriel Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas
Fotos: Gabriel Colonna, Boëmish fotografía, Fer de Vicenci, Carlos Villamayor, Alejandro Palacios