Breve Historia del campo "Los Gurises"
“Todos nos fuimos encariñando con la propiedad” –cuentan las familias a Castelar Digital. “Éramos jóvenes, con un promedio de alrededor de 34 años, con hijos pequeños, que hicieron una linda y larga amistad. Criamos conejos, cerdos, gallinas, tuvimos caballos y sulky. Los chicos hicieron una huerta de la que no pocas veces nos proveímos y otras los muy picaros salían a vender los productos por el barrio. Se festejaron cumpleaños en los que se invitaban a muchos chicos, desde amiguitos a compañeros de grado, había lugar de sobra. Se organizaban partidos de futbol y lindos paseos en sulky, con más de una aventura entre divertida y peligrosa. El que llegaba primero prendía el fuego, y a medida que iban llegando los demás se agregaba carbón y la carne que habían traído los menos madrugadores. Los mayores tomábamos vino, poquito, y luego dormíamos la siesta, no faltaba el gracioso que cortaba el pasto con la máquina eléctrica en torno al que dormía plácidamente sobre el césped, dejando resaltada su figura.
Teníamos un casero (José Luis) que solo trabajaba los domingos cuando estábamos todos, para hacernos sentir mal. Las mamás reservaban las mejores porciones de la parrilla para sus nenes, costumbre que poco a poco fueron cambiando, porque en “Los Gurises” -que así se llamaba nuestro “campito”, a pedido de Juancho Pisano- los únicos privilegiados no eran solo los niños. La casa era grande, tipo campo, con paredes gruesas y techo de chapas con cielorraso, tenia 3 dormitorios, cocina amplia para todo uso y un baño, una linda galería y mucha arboleda en el perímetro. El tanque australiano lo armamos nosotros y era una delicia meternos en él. Plantamos como 500 estacas de sauce, más de la mitad prendió, lo que llegó a formar un incipiente pero denso monte. Para pasar la noche teníamos que anotarnos, pues no se podían quedar a dormir más de tres familias. Las camas eran viejas, las que se iban desechando de las casas de nuestros padres y amigos, se hundían en el medio lo que no siempre fue un inconveniente. A una de ellas -la que se hundía más- le pusimos el mango de un rastrillo debajo del colchón para separar un poco. No faltó el gracioso que de noche, bastante entrada, cuando todos dormían plácidamente, arrojara piedras sobre el techo de chapas, produciendo pánico en los dormilones. Tampoco faltó la mordida de un gato, que obligó a las correspondientes inyecciones, ni el lamentable robo de caballos. Teníamos una chancha que los chicos bautizaron “Pinina”, era la mimosa de todos y llegó a superar los 300 kilos. Una vez quedó preñada y –llegado el momento- nuestro amigo veterinario Carlitos Santanatoglia consideró que había que hacer una cesárea. Cuando la hicimos llovía. “Pinina” tenía mucha fuerza y fue necesario ponerle una tabla sobre su cabeza y uno de nosotros sentarse sobre ella. También con sogas le sujetamos las patas. Carlitos la operó bajo la lluvia y sacó dos lechones muertos, ya pasados, uno de cada matriz. Pensamos que no sobreviviría, que una infección acabaría con su mimosa vida. La cosió, previo acomodamiento de sus órganos, y le aplicó una inyección que recibió tranquila. En la segunda inyección con antibiótico, al día siguiente, salió disparada con la aguja clavada y fue una odisea poder sacársela después de correrla por todo el campito. A partir de ese momento le dimos antibióticos por vía oral con un pedazo de carne. Por varios años más siguió siendo la mascota de los chicos. Nuestros hijos aprendieron a vivir en contacto con la naturaleza, vieron nacer a los conejos, los pollitos, los patitos, plantaron semillas y comieron lechuga, anduvieron en el barro, bajo la lluvia y a pleno sol, nos ayudaron a los mayores a mantener la casa común, a hacer un pozo negro o un tanque australiano. Entendieron que tenían los mismos derechos para usar la quinta los que habían puesto más dinero como los que habían puesto menos. Se hicieron pre campamentos y partidos de futbol con los chicos del barrio” relataron a Castelar Digital.
“El tiempo pasó” continuaron contando. “El 8 de julio de 1979 murió Pampa Lazzarino, atropellado por un incalificable, con cubiertas lisas y un montón de cosas más. Raquel quedó muy mal y los chicos se fueron recuperando. Pero, a partir de allí, se produjo un quiebre en “Los Gurises”, ya nada era igual, había mucha tristeza, fuimos menos. En una manzana lindera a la quinta hicieron una cancha de futbol, las hinchadas se peleaban, ya no era lo de antes. Con el tiempo la vendimos, la compraron unos chinos para cultivar plantas para obtener semillas que a ellos les gustan. Luego fue abandonada por los chinos y hoy está ocupada por humildes que formaron una villa. A veces la vemos desde el Google Earth. Nos complace saber que este modelo fue imitado por otros, en muchas oportunidades, y durante muchos años. Hasta el día de hoy se alquilan quintas grandes para disfrutarlas comunitariamente”, concluyeron.
Entrevista: Gabriel E. Colonna