La historia de una familia puede ser la historia de una Ciudad
Los Gonzalez Po, primero, y los Gotter, después, entre muchas otras familias, dibujaron sin querer el destino de Castelar y del partido de Morón en su conjunto. Antes del tren también y lejos de la urbe de hoy.
Una vecina de Morón relató a Castelar Digital como se delineó lo que hoy conocemos como nuestra ciudad.
Los Gonzales Po
Era 1870 cuando Ramón Po decidió dejar su España natal. Lo siguió su cuñado, Ángel Pardo. Los dos aventureros encontraron en esta zona, al oeste del puerto de Buenos Aires, su lugar en el mundo. No pasó mucho tiempo para que trajeran a sus familias desde sus pueblos de origen y comenzaran su vida en América. “Mi bisabuelo llegó con uno de sus hijos llamado Francisco, que supongo sería mayor que mi abuela Pepa pero del que se habló muy poco. El lugar de desembarco fue La Plata, que no había sido fundada, por lo que no puedo decir cómo se llamaría la zona, era todo bosque”, rememoró Marta Gonzalez Po ante la consulta de Castelar Digital. “La historia cuenta que como él era un buen carpintero, tenía un puesto de encargado y llevaba a su hijo Francisco siempre con él. Se dijo que una víbora picó al muchacho y murió. Al morir, el padre se mudó a Morón donde estaba su cuñado trabajando de maestro, y para enterrar a su hijo compró o arrendó en el cementerio de Morón, lo que sigue en poder de la familia que es la sepultura. Una de las primeras sepulturas del cementerio municipal”, continuó el relato.
“Al llegar a Morón sólo y sumamente triste, Ramón consiguió trabajo en el ferrocarril, como capataz de carpinteros”, el trabajo y la estabilidad lo convencieron de traer al resto de su familia. Así llegaron sus cuatro hijos y su esposa a vivir en una casa alquilada, “estaba en la esquina de Rauch y Saldía, el alquiler era de $6, los pisos eran de tierra, las paredes sin pintar, y supongo sin revocar”, recordó. Dedicado a la carpintería, Ramón luego compró un lote cercano y construyó una casa que aún se conserva, con paredes de ladrillo cocido de 30 centímetros de espesor. Sus manos, y su facilidad para trabajar la madera lo llevaron a construir los confesionarios de la iglesia de Morón.
Con el tiempo, Ramón Po ingresó a trabajar en el Ferrocarril del Oeste, pero siempre dedicándose a los trabajos de carpintería.
Del matrimonio Po, una de sus hijas, Josefa, conoció a Ramón González, sobrino de un párroco de Morón quien luego de fundar junto con su hermano uno de los primeros almacenes de Morón Norte, pasó a trabajar en el ferrocarril. Del matrimonio surgieron dos hijos, Eustaquio y José.
Los Gotter
La familia Gotter llega a Morón a mediados de la década del 20, Giuseppe Gotter dejó su pueblo natal cuando dejó de ser Austria para transformarse en Italia. Además, el advenimiento del fascismo no le agradó y ante la posibilidad de que sus hijos terminaran peleando en el norte de África, eligió Argentina como destino de su familia. En varios viajes logró reunir a la mayoría de sus siete hijos y su esposa, al oeste de Buenos Aires. “Primero lo convirtieron en italiano de prepo, él no era italiano, era austríaco, y después cuando empezaron a ver lo que hacía Mussolini él no aguanto. Él tenía una fabrica muy linda, una casa, pero se vino”.
“Compró dos lotes en la calle Azcuénaga que era todo barro y había un arroyo en frente, el arroyo Morón tenía un afluente que iba para ahí, cuando llegaron hicieron dos chalet muy lindos que todavía están”, relató Marta a Castelar Digital.
Los dos hijos mayores de Giuseppe Gotter estuvieron cerca de formar parte de las tropas de Mussolini. Llevados por las ideas y pasiones de la época, hasta quisieron ser Camisas Negras, pero el padre los salvó con una maniobra inteligente: “Mis tíos, Mario y Narciso, de 21 y 16 años, en ese momento podrían haber ido a África, Mario ya estaba en la marina embarcado en un barco en maniobras por el norte de Europa, por lo tanto mi abuelo que era lo más atrevido, esperó al barco en un puerto de Holanda, arregló con el consulado argentino la visa de sus dos hijos, y cuando el barco de guerra llegó a puerto, y les dieron el franco a los marineros, mi abuelo ya tenía los pasajes para tomar un barco que salía de otro puerto a la pocas horas. Subió a los dos hijos al barco y esperó hasta ver como se alejaba. Entonces tomó el tren para Italia”.
En Argentina los esperaban sus hermanos, entre ellos María Gotter, quien se había casado con un vecino de Morón, José Gonzalez Po. Las dos familias se encontraron en Morón, como si hubiera sido parte del destino.
Los Gotter y los Gonzalez Po se dedicaron a distintos negocios. Una de las familias inauguró un almacén en la esquina de Mendoza y Munilla, y también comenzaron a construir sus casas en los alrededores. Marta, consultada por Castelar Digital, recuerda que cuando su padre eligió su actual casa, podría haber sido dueño de gran parte del barrio, pero todo lo determinó el precio del alambrado. “Esta casa (ubicada frente al club Matreros) la construyó mi padre. Un día le dijeron si no quería todo el terreno que había enfrente, hasta el arroyo Morón, y no quiso porque tenía que alambrar todo, el alambre era caro e iba a tener que hacerse cargo de todo el terreno. Hubiéramos sido dueños de lo que hoy es la cancha”. s“Mario era constructor, se dedicó a la construcción. Narciso se dedicó después del almacén a la industria. Compró fábricas, se hizo socio de otras y se casó con una médica de Morón. Les fue muy bien y hasta compraron una casa en Uruguay”, relató la entrevistada sobre la vida de sus tíos.
Matreros, la casona de Carlos Casares y otras historias.
Entre relatos, anécdotas y pasajes de la historia de sus familias y de Morón, Marta narró la génesis de los perfiles que hoy conforman Castelar y Morón. Sin saberlo, la historia de sus familias también le dio forma a los íconos de la zona. “Mi mamá eligió los colores de Matreros”, rememoró.
“Mi mamá trabajaba en Gath & Chaves (antigua tienda de ropa que, junto con Harrods fueron los íconos del comercio internacional en la primera mitad del siglo XX en Buenos Aires) y tenía descuentos para comprar ropa. Le dieron el dinero y aprovechó una oferta. Era un conjunto de ropa hecho para otro equipo que nunca lo retiró. Se trajo el equipo, la camiseta era de cuadraditos rojos y blancos, pero chiquitos, no grandes como los de ahora”, así Matreros, en las épocas que aún jugaban en un predio lindero a la calle Pueyrredón, límite entre Morón y Haedo, vistió y viste los colores elegidos por la familia Gonzalez Po – Gotter.
Los negocios fueron la vocación de Narciso Gotter, al día de hoy un conocido comercio de calzado de Morón Norte lleva su nombre en reconocimiento de los dueños por su ayuda para darle vida a ese negocio.
Durante muchos años una bella construcción en la intersección de las calles Carlos Casares y Sarmiento, en Castelar Norte, fue el hogar de la familia de Narciso. La casona es recordada por todos los vecinos de la zona, a pesar de que ya no está. El Chalet, lujoso en su mejor época, se mantuvo en el lugar hasta la década del noventa, aunque en sus últimos años, en total abandono y sin puertas ni ventanas. Su historia es poco conocida, pero Marta la recuerda: “A principios de los 50, Narciso era socio de una fábrica en Chivilcoy y tenía otros negocios. Compró una casa en Uruguay, pero en la época peronista no te vendían pasajes a Uruguay, así que la quiso vender. Se enteró por el diario que una familia de exiliados del peronismo querían una casa en Uruguay y daban a cambio la casona de Carlos Casares. Narciso los contactó y arreglaron verse en Uruguay. Sacó pasaje para Brasil y en el viaje fingió que estaba descompuesto. Lo bajaron en Uruguay y firmó los papeles en la cama de un hospital. Narciso era muy sencillo, podía estar con una remera rota, en semejante casa. Era un lujo, tenía grifería con oro, mármol de Carrara, eran ocho lotes. Pero a Narciso le gustaba trabajar, la arreglaba él mismo. Vivió ahí hasta el 92”.
La casona Gotter formó parte del clásico perfil de la ciudad, de chalets de techos y teja. Su demolición fue una perdida para la identidad cultural y arquitectónica de Castelar.
Recuerdos de otras épocas
Marta conoció en su infancia un Castelar que hoy es difícil de imaginar. Pocas casas, mucho campo y calles difíciles de transitar. Un arroyo que crecían con cada lluvia y un puñado de pueblos pujantes a su alrededor. “Había dos casas nomás, una de unos portugueses que hicieron una quinta, en el 33. Y la Quinta Ayerza. También estaba la casa de un alemán que era el encargado de la quinta Ayerza, él la cuidaba. En el año 48, se loteó todo y comenzó el gran cambio. Para cruzar el Arroyo había un puente de madera, dónde hoy está Sarmiento. Que si venían dos autos, uno tenía que dejar pasar al otro primero. Mi papá era íntimo amigo del dueño de la quinta de Juan B Justo, el famoso fundador del Partido Socialista. Cuando murió la esposa, que era la hermana de Moreau de Justo, y la hermana de Justo, las enterraron en el Cementerio de Morón pero no le pusieron nombre. Mi papá iba a su casa, las quería a la mujeres, ellas le daban lecciones de matemáticas”.
Las historias se suceden, las vivencias reviven en las palabras de Marta, quien pasó parte de su vida en Estados Unidos, donde nacieron sus hijos. Hoy sus nietos, vueltos del país del norte, forjan su futuro en estas mismas tierras. Castelar y Morón cambiaron, adoptaron matices y costumbres surgidas de sus familias, como tantas otras que eligieron esta porción del oeste como su hogar.
Fotos: Flia Gotter y Leandro Fernandez Vivas
Entrevista y Redacción: Leandro Fernandez Vivas