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Rincón Literario
25 Abr 2013

"43 Barrotes" por Dante Pena

Una vez escuché, que si a un elefante, alguien le impide moverse desde pequeño, atando una de sus patas a una pequeña estaca, de mayor seguirá aceptando a ese débil trozo de madera como un impedimento para ser libre. Dá igual que le sobren fuerzas para arrancarla del suelo. Para él, esa estaca, será El Amo.
Formo parte de una generación, quizás la última, a la que se prometió que el camino hacia el éxito era el del esfuerzo personal, dentro de un grupo de individuos con iguales derechos y obligaciones. Hermosas promesas de soñadores maestros y padres, que con una sonrisa inocente creían firmemente en la posibilidad de que la historia no se volviera a repetir... Que ya había sido suficiente... Que ya habíamos aprendido de nuestros errores.

Puedo citar una cantidad grosera de excusas de las cuales nos valemos para justificar, como sociedad, nuestro respeto y sometimiento a esa pequeña estaca. Lo que no puedo hacer, sinceramente, es definir el nivel de cobardía del que soy responsable como persona individual. Ni la cuantía, ni la vergüenza que me provoca ese sentimiento. Pero ahí está... Y puedo sentirla.

Cuando era pequeño, un día perfecto, podía ser un paseo por el Zoológico comiendo una nube de algodón de azúcar. Tal vez en sintonía con la también perfecta ignorancia de todo aquéllo que me rodeaba. Solía hacer preguntas que despertaban ternura en mis mayores. Y algunas veces, sus respuestas a mis preguntas, me sumían aún mas en esa ignorancia tolerada a la que llamamos "normalidad".

Las jaulas de los animales eran la solución "normal" para que los ignorantes de la libertad pudiéramos observar la humillante falta de ella, aplicada a unos seres, por norma, inferiores. Y los pobres desgraciados, con sus enormes ojos tristes, nos miraban a través de los barrotes. Nosotros, simplemente los observábamos describir círculos y pendulares caminatas, dentro de su pequeño mundo de cemento, hierro y galletitas con forma de animalitos.

Recuerdo haberme preguntado que sucedería si las puertas de esas jaulas se abrieran repentinamente. ¿Escaparían los animales?. ¿Buscarían su libertad?. Tal vez saldrían para vengarse de sus carceleros. O quizás se quedarían quietecitos... sopesando el riesgo de perder un techo y una ración de comida, si renunciaban a la diaria humillación de las miradas de los visitantes. Pregunta de la que jamás he obtenido respuesta, porque mis pensamientos no se tradujeron en palabras.

Me educaron supuestamente para ser útil. ¿Útil a quién?...¿A la sociedad de las excusas, o a los cobardes individualistas que aceptan lo "normal" como regla?. Parte de esa educación consistía en no hacerme este tipo de preguntas. Cuestionar lo establecido por la mayoría, no ha sido nunca, lo mas conveniente.

Con el paso de los años aprendí, de la cultura de los refranes, que ciertas frases hechas son estupendas para esquivar las consecuencias derivadas de algunas conductas consideradas reprobables por la tribu, el clan, o la sociedad a la que pertenece el individuo. Era fácil: Sonreir, abrir la boca, y dejar salir las enseñanzas de los que nos precedieron. Para conservar la calma. Para preservar la seguridad de la fortaleza de la cuerda que nos ata a esa estaca desde que nacemos.

Cumplir. Estudiar. Trabajar. Respetar...Palabras que cambian de sentido si las acompañamos de otras que nos imponen. ¿A quién?. ¿Para qué?. ¿Hasta cuándo?...

A medida que la vista empieza a fallar, el olfato a confundir los aromas, y el sabor a desaparecer, asfaltado por el alquitrán de miles de cigarrillos; empezamos a comprender que, como aquéllos seres de las jaulas, también describimos círculos. Tan diferentes entre sí, como diferentes son las longitudes de las cuerdas con las que nos hemos atado a nuestras maderas directrices. Digo "hemos", porque a diferencia del elefante adulto, nosotros sí sabemos que podemos librarnos de los pequeños Amos heredados... Pero ahí estamos, ahondando ese derrotero circular de nuestras realidades cotidianas, pisoteando una y otra vez los mismos granos de arena, y levantando a izquierda y derecha las paredes que nos aprisionan a medida que bajamos el nivel de esa zanja, en cada una de esas vueltas, hasta que la profundidad nos impide ver al desdichado caminante del círculo vecino, tan metido como nosotros en esa autopista sin principio ni fin.

Sólo nos queda mirar hacia arriba, a nuestro pedacito de cielo. Y con un poco de suerte, poder observar el vuelo de aquéllos que no están atados... Unos surcan las nubes libremente, mirando a los de abajo con un dejo de piedad. Otros, vuelan describiendo círculos, esperando el momento oportuno para lanzarse sobre aquél que ha detenido su andar, curioso por saber que hay mas allá de su zanja, intentando armarse de valor para comprobar si ellos también son capaces de volar. Los que andan por el cielo libres, son los llamados "Triunfadores", los que vuelan describiendo círculos, son simplemente, Buitres.

Admiramos y respetamos a los Triunfadores. Tememos y odiamos a los Buitres... Pero si logramos despegar unos pocos centímetros de nuestra miserable oscuridad, extrañamente elegimos volar en círculos. Porque volar libremente conlleva el riesgo de ser considerados fuera de la "normalidad". Y el temor y el odio suelen ser tolerados por el refranero popular.

Me resisto a cavar mi zanja. También me resisto a volar al acecho. Pero cargo con la culpa de haber construido a mi alrededor una jaula como la del zoológico. Camino de forma repetitiva, girando y girando sobre mi seguro eje de subsistencia, mirando a través de los barrotes. La puerta que me retiene en la jaula, está cerrada. Sólo tengo que acercarme a ella para saber si la llave esta echada o no. Hasta hoy mi cobardía me ha impedido comprobarlo. Mi excusa es que el deseo de salir de ella a las 23: 59, se transforma en resignación a las 0:01.

Los 43 barrotes de mi experiencia, me protegen de caer en una zanja. Pero también me impiden volar libremente. Tengo sueño, y estoy cansado. Hoy he fumado demasiado, como otros tantos días. Y he comido de más, como otras tantas veces. Sólo deseo vencer la cobardía que hará que el año que viene, sume el barrote número 44 a mi jaula de normalidad.

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