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Anécdotas
6 Ene 2006

"Chalecitos y Rascacielos" por Dante Pena

Una vez, tirado en el césped del frente de mi casa de Castelar en una noche clara, pude compartir con mis hermanos y padres una noche mágica de estrellas y luciérnagas. Sólo bastaba una frazada, unos sandwiches de pan lactal y una botella de Crush. Las anécdotas misteriosas las ponían mis padres, el llanto mi pequeño hermano Gonzalo, los ronquidos mi abuelo Alfonso. Y las estrellas, el cielo de mi barrio.
De vez en cuando en mi familia compartíamos las cosas de esa manera. No hacía falta siquiera desplazarse cien kilómetros para poder decir que estábamos en medio de un campo sembrado de flores, porque mi abuela se había encargado de regar las plantas. Nadie podía decir que necesitábamos ir a otra provincia lejana para sentir que estábamos en medio de un lugar agreste y verde, con calma y tranquilidad... Cada día Castelar nos lo ofrecía. Sólo había que saber donde mirar.

Esa noche, según recuerdo, casi no pude pegar los ojos. Desde luego que no, después de haber escuchado las historias de ovnis de mi padre, ni la casera clase de astronomía de mi madre. Menos aún sabiendo que entre las plantas se deslizaban misteriosos animalitos, que podían rondarme mientras dormía.

A medida que transcurría la noche, y luego que fueron apagándose los últimos sonidos de televisores encendidos de los vecinos; nos quedamos en silencio. Intentado descubrir estrellas fugaces. De esta manera fuimos durmiéndonos uno a uno, casi fundiéndonos con esas anécdotas de otras épocas que nos contaban los mayores. Sin miedos, sin apuros, sin otra cosa en que pensar.

Al otro día me desperté en mi cama. Como cualquier mañana de sábado. Mas tarde de lo habitual, y con el canturreo de mi abuela Marxina mientras colgaba la ropa recién lavada en la soga del patio. El recuerdo de la noche anterior casi me pareció irreal. Fue algo tan simple y tan plácido, que a veces pienso si alguna vez habrá ocurrido.

Ese era el cielo que se podía ver desde mi casa. Aguiluchos detenidos en el aire, mirando al acecho sobre los pastizales a los lados de la vía del tren. Miles de gorriones que cada tarde inundaban de ruidos las ramas del árbol del costado de mi casa. De vez en cuando, un colibrí se encargaba de atender como es debido a una enorme planta del frente, llena de flores llamadas "Hawaianas".

Tengo que creer que todo eso aún esta allí. Sino parte de mi amor por Castelar se desvanecería, como el ruido del último vagón de un tren de carga, en la distancia.

Cada vez que salía a caminar para tomame un helado en la "Golfo Di Napoli", o cuando andaba en bicicleta y posteriormente en una destartalada moto blanca, hacía recorridos por las calles que estaban al norte de la Avenida Arias. Disfrutaba de la vista de los jardines, de la quietud de una tarde de domingo, y de la placidez que desprendían todas las casas a la hora de la siesta.

La arquitectura era a la vez diversa y repetitiva. Mezclados según la conciencia del momento económico imperante en cada época, podías ver chalecitos típicos de los años cincuentas y sesentas, de colores pastel; con entradas para que el coche estacionado al frente fuera como parte de la decoración de la vivienda. Casas coquetas y orgullosas, carentes de la petulancia del diseño actual. Mezcladas con algunos grandes chalets de portales imponentes, que hacía que cuando pasaras frente a ellos, dijeras: ¡ Dios mío, seguro que tienen garaje para cuatro coches, pileta y hasta una calesita en el patio!.

En las calles, multitud de árboles. Algunos recuadrados a golpe de tijera o cortadora eléctrica; otros salvajemente libres, ocupando toda la extensión de las baldosas hasta el mismísimo cordón de la vereda. Brindando una sombra fresca y verde esmeralda a los caminantes ocasionales. De vez en cuando, un terreno baldío. Casi siempre con alambrado. Estratégicamente roto en algún rincón , para que los chicos de la cuadra pudieran utilizarlo como lugar de juegos.

Mi casa, por su ubicación y por su arquitectura era de las mas pobres. Sin embargo mi familia se encargaba de que todos los años tuviera su mano de pintura, que su jardín estuviera arreglado, y que las tejas y puertas de la fachada tuvieran el color brillante de la típica combinación de Rojo Burdeos y Verde Inglés.

Todas tenían algo en común. Grandes y pequeñas. Tuvieran un Citroen dos caballos o un Ford Fairlane, estacionadas en la puerta. Todas compartían el mismo cielo, los mismos olores del verano, y los mismos ruidos propios de un barrio de gentes tranquilas.

Hace unos días me enteré que habían tirado abajo un hermoso chalet de Castelar. La casa de mis amigos Fernando y Gabriel Bonsembiante. La casa de sus padres y de su abuela, a la que llegué a conocer.


( Film clip de la película Medianeras en la que actúa Javier Drolas quien residió toda su infancia en Castelar. El film analiza la arquitectura de Bs. As. y ejemplifica muy bien algunos de los puntos que menciona Dante en esta anécdota )

Una casa en la que alguna vez compartimos jornadas de pileta y enormes vasos de leche Cindor tirados en el cesped del patio de atrás. Donde aún deben andar por ahí rebotando en el garaje ,los horrorosos acordes de un grupo de música que habían formado, ( y del que casi una vez pude formar parte),

Una casa en la que alguna vez , (según me contaron, ya que yo ya había abandonado el país); tocó, solo por placer, el señor Charly García. Un chalet típico de Castelar. Una casa que seguramente el maquinista que demolió sus paredes no sabía que estaba tirando abajo tardes lluviosas de invierno, escuchando música de Vangelis. Alguien me dijo después, que en este mismo momento, y sobre el terreno de esa casa y otras, están construyéndose unos siete edificios torre, en los alrededores de la estación. Otra persona me aseguró que la mayoría de las avenidas están invadidas por carteles publicitarios gigantes, y desastrosamente ubicados. Tapando todo y poniendo en peligro al transeúnte, al estar construidos sin ninguna clase de normativa urbanística y medidas de seguridad.
¿Van a cortar mis arboles?, ¿Van a tapar mi cielo?, ¿Van a atraer a miles de contaminantes vehículos que impidan que los chicos disfruten de un paseo en bici?. ¿Es que piensan desterrar a los pájaros?...

Hoy a la noche intentaré ver el cielo de Madrid. Estoy en el Hemisferio Norte. No es mi cielo. Pero es el que tuve que elegir tal vez por necesidades económicas o por cobardía. Intentaré recordar esa noche mágica con mi familia tirada en esa frazada vieja. Si alguien quiere consolarme con que la arquitectura de esas torres de Babel es novedosa o "de diseño". No lo va a lograr.

Es mi humilde opinión. La opinión de un tipo que una vez señalando con el dedo pudo contar las estrellas fugaces de una noche de verano.

Desde Madrid, y sacando a mi tortuga a pasear por la plaza; los saluda:
Dante.

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