Alazanes y ojos verdes, por Alicia Moltoni
Mechi Magaldi (la Mercedes, para sus ex vecinos de Villa Barceló) giro la vista y lo ve…allí estaba él: Oscar Alberto Urbina. 40 años después del chaparrón que les impidió encontrarse.
40 años habían pasado. Pudo ver que todavía conservaba los ojos verdes brillantes y el pelo espeso, negro.
Galopaba un alazán dorado….
-Pará Mercedes (le dijo su voz interior), déjate de fantasear. Primero: los alazanes dorados no andan por las avenidas en hora pico, y segundo: el amor de tus 15 años maneja una F100 modelo 76, hecha percha.
Empujó su voz interior a su lugar de raciocinio, inadecuado para tan mágico momento, y volvió a su realidad.
Recordó cuanto lo amo. Las hojas de su diario dedicadas a ese chico, popular y hermoso. Su decisión de ser monja cuando él la abandonó.
Cuanto llanto, promesas, sufrimiento en ronda de amigas, para consolarse de tanto infortunio. Que bien se sufre a los 15 años.
Oscar Alberto giró la vista. Vio a la mujer del auto rojo. Ella lo miraba fijo…muy fijo.
Le guiño un ojo y arrancó con el tráfico.
Mechi se puso lívida. La había reconocido.
Seguramente pararía en la estación de Servicio de Quintana, esperando que ella hiciera lo mismo, y tendrían la larga charla que se debían desde hace tanto, tanto tiempo: las circunstancias que los separaron, su arrepentimiento, su error.
Su amor florecería a pesar de los años, las arrugas, las bolsas que pudo observar debajo de sus ojos (los de él). Ella estaba impecable, gracias a la mano diestra de su cirujano.
Y como en las películas terminarían tomados de la mano. Felices del reencuentro.
Oscar Alberto, 3 cuadras más adelante, todavía ensimismado en profundas cavilaciones (Independiente y Racing jugaban esa tarde por el título) se dio cuenta que esa cara la conocía.
¿Cómo se llamaba la amiga de Adriana? La flaquita que fumaba mucho, con la que salió un tiempo, pero llovió toda la semana y se desencontraron.
Estaba buena la flaquita. Un poco densa y un poco histérica. Sonrió con ternura ante el recuerdo.
La verdad no se acordaba.
Se prendió un pucho y aceleró. Tenía que llegar al depósito en 1 hora. El jefe sino tiraba la bronca.
Alicia Moltoni
Alumna del taller de Analía Bustamente