#Archivo20Años: La Española, 60 años llenando de sabor los hogares de Castelar
La panadería icónica de Castelar cumple años. Su historia de crecimiento y confianza va de la mano con el desarrollo de los barrios y el centro comercial de la ciudad.
Crujiente, calentito y sabroso. El pan y su estilo es parte de la identidad de un pueblo. En Castelar existen varias importantes panaderías que cubren cada barrio con aroma y sabor, pero una destaca por su historia, la calidad de sus productos y la cantidad de panificados que ofrece a sus clientes y vecinos. La Española es un emblema del sabor en Castelar Norte.
Con una sucursal en el centro comercial de la ciudad y con su sede central en el barrio que la vio nacer, La Española es un comercio ineludible para habitantes y transeúntes que deseen llevar uno de los mejores panes de la región a la mesa de su casa. En horarios ya conocidos por los habitué, hasta se lo puede llevar caliente.
La historia de La Española nació hace 60 años en las manos de dos vecinos de la calle Avellaneda. Pero la panadería en la familia González, los dueños de La Española, comenzó mucho antes. “Mis abuelos tenían panadería, la española era mi abuela Jesusa. Empieza la panadería con mis abuelos y mis tíos. Después se incorpora mi mamá, Marcelina, cuando se casa con mi papá, Antonio González, y se hacen cargo. Ahí nace La Española. Yo nací en la panadería, me dormía en las bolsas de harina”, explicó a Castelar Digital Alejandra González, hija del fundador del comercio.
“Los hermanos de Marcelina se dedicaron a otros comercios y quedaron ellos a cargo de la panadería”, completó Adolfo Samban, esposo de Alejandra y quien lleva adelante el negocio en la actualidad, y continuó, “en marzo de 1956 se fundó la panadería. Los González son muy conocidos en Castelar, son pioneros en las distintas actividades que fueron encarando en cuestiones de panadería e inmobiliario. Es de donde los vecinos los conocen. Primero tuvieron carnicería pero después continuaron con el pan. Y el nombre es en honor a Jesusa, que era española, oriunda de Galicia y el padre de Extremadura”.
En un Castelar distinto y alejados de la estación y el centro comercial, La Española creció en la casa familiar de los González, sobre la Calle Avellaneda, a metros de Alem. La zona se conocía como barrio El Bañado por ser una zona de quintas cercanas a una laguna. Por la misma zona estaba ubicado el tambo de Serafín, un vecino recordado por los vecinos más memoriosos de la ciudad. Allí, con un horno de piedra y barro, comenzó a funcionar la humilde panadería.
“Vivíamos en la panadería de Avellaneda, era una vida bien de barrio. La primaria la hice en la Escuela 7 y el secundario en el Inmaculada. Recuerdo a todos los vecinos muy solidarios. Al día de hoy, el barrio conserva esa esencia, los vecinos siguen siendo los mismos vecinos. Y yo me crié entre las bolsas de harina, con los vecinos de al lado y los de enfrente que eran mis segundos papás. A mi hermano lo cuidaba la chica de al lado. Recuerdo a Manolo, que tenía la pizzería en Alem... Del barrio tengo siempre muy buenos recuerdos, hay buenas personas”, destacó Alejandra.
El pan de La Española les gustó a los vecinos. De a poco la producción fue creciendo y diversificándose. De un proyecto familiar pasó a ser un negocio rentable, tanto que necesitó de una sucursal para completar las ventas. “La panadería fue evolucionando con los cambios de lo que fue Castelar y de lo que es Castelar. Desde una panadería muy sencilla a lo que es hoy. Primero ampliaron sus actividades. Se hicieron cada vez más conocidos y a la gente le empezó a gustar cada vez más todo lo que hacían”, explicó Adolfo.
“Surge la necesidad de hacer repartos y después se compra el terreno de Carlos Casares 890. En 1973 se hace la primera sucursal donde se traía el pan de la central y se vendía el pan todo el día. Se hacía el pan en Avellaneda y se traía para vender a Carlos Casares. La panadería funcionaba todo el día porque era una zona mucho más comercial que el barrio. El Sarmiento era un medio de comunicación con la Capital. El éxito en ese momento fue el pan caliente a toda hora, entonces la gente que venía de viajar para ir a su casa gustaba de llevar el pan caliente, las facturas y otras especialidades. Hubo una incorporación de la tecnología, Antonio fue un visionario que fue incorporándola desde que empezaron a salir los primeros hornos rotativos, máquinas de tamaño y peso más importante, como para desarrollar una producción más industrializada, pero sin perder el componente artesanal. El secreto está en conservar lo artesanal y pudiendo mantener una cantidad de volumen suficiente como para satisfacer la demanda de quienes vienen a buscar productos a nuestro negocio”, completó el esposo de Alejandra.
Las generaciones se sucedieron y así como la panadería pasó de Jesusa a Marcelina, en los noventa llegó el turno de los nietos de la española. “Con el cambio en la década del 90 se fue ampliando el abanico de posibilidades y creciendo la cantidad de personal especializado que se tenía. La reforma que se hizo en Carlos Casares fue agregar un sector específico de sanguchería, otro de pastelería y otro de especialidades, más el sector de panificación y facturas que ya tenía. Sobre el pan caliente, que era el pan francés, sumamos una gran cantidad de panes: dietéticos; con o sin sal; con semillas; con cereales como el centeno, el salvado, avena, multicereales. Todos esos panes se suman a las dietas de nuestros vecinos, uno también tiene que ir modificando y tratando de satisfacer las necesidades de la gente”, explicó Adolfo.
Desde sus inicios la panadería fue el nexo de contacto de la familia González con los vecinos. La mayoría de sus clientes eran bien conocidos por vivir muy cerca en el barrio y algunos hasta llegaron a colaborar con el comercio. Tal es el caso de la célebre vecina Choly Berreteaga o el de Pablo Fresero, dueño de la perfumería Karina. “Primero eran todos conocidos, familias conocidas. Entre ellas tenían algún tipo de vínculo. Después este vinculo se fue perdiendo, gente que se fue mudando. Y por otro lado gente que se fue incorporando de otros lados. Yo lo viví con mis hijos que son jóvenes. Castelar es un lugar particular porque no es un lugar de paso sino un lugar para vivir. Los que van a la escuela se cruzan con sus amigos en el club o en la zona comercial, o cuando salen. Los chicos se conocen, los padres se conocen, hay otro tipo de relación que todavía se conserva”, explicó Adolfo.
Como gran parte del centro comercial de Castelar, el principio de la década del 2000 fue el momento crítico para La Española. Las ventas y el trabajo mermaron notablemente, pero los momentos difíciles se continuaron con mejoras y más crecimiento. Del 2002 al 2010 La Española también estuvo en Ituzaingó con una sucursal ubicada en Muñiz y Santa Rosa, en el otro centro comercial de Castelar, el que evolucionó por aquellos años.
De generación en generación, La Española sigue creciendo y brindando sus panes a Castelar. Ahora es el turno de los más jóvenes, los hijos de Alejandra y Adolfo que buscan darle su impronta al negocio familiar: “En el centro comercial de Castelar tenemos muchos vecinos nuevos que vienen con costumbres nuevas. Estamos tratando de identificarlas para que también se incorporen a la familia de La Española. Queremos saber qué buscan, cuáles son las tendencias del mercado. Además estamos incluyendo a nuestros hijos, una nueva generación que se incorpora. Han incorporado sistemas de gestión nuevos y novedades en los servicios de lunch”, reseñó Adolfo.
El pan, caliente con su corteza crujiente, es el símbolo clásico de la Española y el principal producto. Lo que nació como una salida laboral para una de las primeras familias de un barrio alejado de la estación se transformó en un sabor propio de la Ciudad: “La especialidad es el pan. Es el clásico, pero la española está haciendo más de 800 productos, algunos los hace todos los días y otros en algún momento del año. Por ejemplo el Pan Dulce, que lo vienen a buscar de otros lugares y hasta para llevarlo al exterior. Tenés variedad de sánguches de miga, una línea vegetariana. Tenés una línea de pastelería que también, si bien no es la top de la zona, el que la prueba dice que es muy sabrosa. Vienen a probar distintas especialidades, los chipá de La Española dicen que son los mejores. Contribuimos a mantener la pancita de cada uno”, finalizó el matrimonio.
La Española sigue creciendo y a su oferta de productos panificados sumó la comunicación a través de las redes sociales. Cada cliente y vecino puede seguir el perfil del comercio para enterarse de nuevos productos, promociones y hasta de sorteos.