El más perfeccionista de los estafadores
La calidad de sus “fabricados”, ya que según afirma no falsificaba, llegó a confundir a los peritos policiales. Sus creaciones más de una vez pasaron inadvertidas por el Banco Central y hasta le permitieron seguir en libertad por ser casi legales. Sin embargo, como en otras cuatro ocasiones, terminó otra vez preso por “truchar” billetes.
A lo largo de su vida se las rebuscó para "ganarse" el pan fuera de la ley. Su primer trabajo fue en un circo, donde alimentaba a los leones, pero luego inició su primer negocio en las calles de Morón: vendía pollitos bailarines con un puestito ambulante. Aún cuando el negocio era rentable le demandaba cambiar cada día de esquina. Es que se trataba de una estafa: plantaba una mesita en una esquina, colocaba una decena de pollitos sobre el mantel y prendía una radio vieja. Los pollitos, casi automáticamente saltaban como locos. El frenesí de la música no se repetía en el domicilio de sus clientes, es que Héctor tenía su truco, debajo del mantel encendía un soplete que obligaba a los pollitos a bailar para no quemarse. Esa fue su primera obra de arte.
Ya en los ochenta, se dedicó a los billetes porque le apasionaba la textura y el olor del papel. Conociendo sus capacidades para pintar y falsificar cada línea, se dedicó a reproducirlos. Pero cayó presos en manos de la Policía represora del final de la Dictadura. El mismo comisario que lo torturó cuando lo detuvieron le pidió trabajar para él. Sin embargo se negó, era independiente.
En el 87 cayó nuevamente, pero su técnica estaba perfeccionada. Tenía en su poder dólares y australes apócrifos, y sólo debió purgar una condena por los dólares ya que el Banco Central no pudo confirmar la falsedad del dinero.
El método era algo más engorroso y necesitaba una pequeña inversión. Héctor todos los días cambiaba billetes de alta denominación por otros de menor. Esos muchos papeles los pasaba por un ácido especial que les quitaba toda la tinta. Así conseguía el papel moneda. Luego repintaba el valor más alto que pudiera reproducir. Era una forma fácil de multiplicar su capital. En tanto, su fama en el mundo del delito continuó en ascenso.
En los nvoenta se encontró con su mejor negocio. Daniel Bellini, el dueño del boliche "Pinar de Rocha", lo convenció para que integrara su banda encargada de falsificar y traficar dinero de todo tipo. Fernández reconoció que en 1991 fabricó 2 millones de dólares y que muchos de esos billetes aún siguen dando vueltas por el mundo. Utilizaba técnicas de serigrafía, una máquina para transformar pasta de papel en papel moneda y terminaba sus billetes a mano. Aún cuando su trabajo ya estaba catalogado como el mejor del planeta, volvió a caer preso.
Tratando de despejarse se dedicó a la pintura artística. Tras algunos cuadros se volcó a la aviación, comenzó a construir un ultraliviano, pero nunca lo terminó. Los investigadores que lo seguían de cerca pensaban que lo usaría para fugarse con sus especiales billetes, pero nunca logró terminarlo ni que levantara vuelo.
Su último desliz fue en 2007. El operativo Tinta Fresca lo atrapó retocando los últimos billetes. Luego prometió no volver a falsificar, hasta que el miércoles por la noche terminó detenido otra vez. Su trabajo era meticuloso, cada billete tenía la misma cantidad de líneas que el original. Se desvivía por imitar todas las características de los dólares, con los que pensaba hacerse millonario para poder recorrer el mundo. El olor del papel lo reproducía con grasa de chancho, y hasta consiguió la fórmula para que, bajo la luz ultravioleta, el billete se ponga violáceo y mostrara sus tramas y fibras de colores.
Durante ocho meses la policía bonaerense le siguió los pasos, hasta que anoche ingresaron en varios domicilios del Conurbano. Allanamientos en San Isidro, San Miguel, Bella Vista y Zárate dieron con Fernández. Además fueron detenidos Cristian Marignag, de 29 años, Néstor Martín Zandoval, de 56, Guillermo Romano, de 29 y Dora Rita Toledo, de 58, todos señalados como cómplices.
Los uniformados secuestraron un total de 461.200 dólares apócrifos en billetes de 100, cuatro impresoras y otros elementos utilizados para la falsificación del dinero, además de teléfonos celulares y una pistola calibre 9 milímetros.
Como si fuera poco, hasta la policía destaca la “calidad máxima” del trabajo de Fernández. Los investigadores lo conocen como “El Artista”, “El Pintor”, pero su apodo más conocido fue el de “el Picasso de los Dólares”.
Fuente: 24Con - http://24con.infonews.com