Siempre hay una abuela en las familias. Siempre hay una abuela que cocina manjares en las fiestas de fin de año, pero en pocas, poquísimas familias, hay abuelas que se llamen AGAVNI (*), que vuelen y que inviten a volar con colores y sabores que brotan de su cocina. Vapores que mezclan el limón y el comino. Platos que combinan rojos, verdes y ocres. Olores profundos. Especias embriagadoras que nos transporten al Medio Oriente, a nuestra infancia y nos depositan en la mesa familiar, rodeada de primos bulliciosos, tíos unidos bajo el ala matriarcal, cuñadas inquisidoras, discusiones políticas, deportivas, nunca religiosas. Una mesa extensa en el calor de diciembre desbordada de delicias orientales compartidas.
Su historia, la huida de un genocidio, la caminata por el desierto, la llegada a una tierra desconocida y el encuentro con un hombre mayor, aún más desconocido. Una viudez repentina y seis hijos que la acompañarán hasta su partida. Nunca pudimos conocer sus secretos ni develar sus misterios. Nadie aprendió a cocinar como ella, sin embargo, todos entendimos que aquel aroma persistente, perdurable que nos envolvía y emanaba de nuestra mesa, era la única manera de garantizar que el mensaje llegara al Cáucaso para decir que había ¡Sobrevivido!
(*) Agavni: Paloma en armenio
Alicia Hadjinian
Alumna del taller de
Analía Bustamente