Los vecinos de La Salita que enfrentaron a la dictadura
La historia de quienes comandaban La Salita en la mal llamada “época del Proceso” fue revelada por el periodista y vecino Juan Carlos Martínez en el periódico local La Voz de Castelar en 2004.
Martínez recopiló esta historia y otras, además de sus propias vivencias, en el libro Cronista de Sucesos editado en 2006. A continuación, una extracción del capitulo Luna de Castelar de esta obra donde se relata cómo la convicción de un puñado de hombres fue más fuerte que la maquinaria del terror de la última dictadura.
Voy a contarles a los vecinos de Castelar algo que sabemos muy pocos. Para que podamos distinguir que no todo es lo mismo. Que estamos conviviendo con quienes son diferentes y a quienes ahora entiendo, porque admiro.
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El 4 de marzo de 1976 durante una asamblea se decidió el destino de la Sala de Primeros Auxilios, “La Salita”. Como en la película de Campanella (Luna de Avellaneda) los vecinos debieron votar (en este caso) por la continuidad o no de los servicios de salud, el que, por cierto, fuera deficitario. Llegando el momento de votar el resultado fue de 18 votos por la continuidad y 5 votos por el cierre. En el acta de asamblea de aquel día el suceso quedó plasmado de la siguiente manera: “en la asamblea se aludió al déficit humano y no solamente financiero de la Sociedad de Fomento de Castelar, y la situación “que se comenta” que corrobora tales alusiones. Veinte días después fue el golpe militar.
Los cimbronazos que continuaron tuvieron como protagonistas a Juan Artigues y Alberto Luis Ponzo, entre otros, quienes conducían la sociedad de Fomento en 1976. Hoy Juan y Alberto, por idénticas y diversas razones, son los presidentes honorarios de la institución, y la historia de Castelar hubiese tomado un curso muy distinto si no hubiera sido por el valor de estos hombres.
No fue casual que una noche de aquel horrible año, a través del teléfono, se comunicara a la salita el comisario de Castelar, el “negro” Bravo, diciéndoles que los esperaba en la dependencia para conversar. Artigues le contestó que no podía ir, que tenía cosas importantes que hacer…
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Por su parte Bravo parecía que no tenía tiempo para perder, y él mismo, acompañado por un odontólogo llamado Fernández que había trabajado en la salita, minutos después interrumpía la reunión de la Comisión Directiva.
Esta reunión se realizaba en el primer piso, en un pequeño cuarto que hoy es la cocina del Salón Duarte Morando. Allí estaban reunidos los dirigentes cuando les avisaban que el Comisario Bravo y el dentista Fernández estaban en el edificio. Antes de empezar a comprender qué estaba pasando, Bravo estaba allí sentado con una hoja mecanografiada en sus manos. Saluda brevemente y comienza a pasar lista: “Presidente Juan Artigues… presente. Vicepresidente Alberto Luis Ponzo, acá. Secretario Juan Zarsa… presente”. La noche era cada vez más desolada y fría. La lista siguió: “Prosecretario Roberto Holstein; Tesorero Guido Spinelli; Protesorero Gustavo Corca Palma; y los vocales Gregorio Grumberg, Carlos Inza, Dante Morando y Pedro Liotino”.
Una escena insólita, argentinamente insólita. ¿Argentiniana? En un pequeño cuarto había un comisario, junto a un mediocre profesional, intimidando a una comisión de hombres, exigiéndoles algo más increíble aun: que entreguen el control del edificio a la policía… a la policía de Ramón Camps.
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Como caballos en una noria, ignorando que años después el libro más pedido de la biblioteca que ellos mismos sostenían con su esfuerzo sería el “Nunca más”, se negaron con energía y rechazaron con absoluta decisión tan “delirante” pedido. Hubo cabildeos, las horas corrieron y los miembros de la comisión no se movieron de sus lugares y su posición. La noche ya era madrugada y, viendo que a esos hombres no se los podía correr tan fácilmente, los dos personajes se retiraron mascando algo más que bronca.
El desencanto no fue gratuito. Antigues, fue citado a una dependencia policial en Villa Tesei. El lugar no tenía identificación y ya en la sala de espera lo tuvieron cargando la vejiga durante cuatro horas. Solo en una sala, para que luego le dijeran que cualquier reunión que realizaran debía ser comunicada con una semana de anticipación a la dependencia policial.
Ponzo, por su parte, recibía a menudo, visitas en su consultorio. Llegaban de a dos. Lo interrogaban sobre qué iba a escribir en La Voz de Castelar, y esas cosas.
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A partir de allí fue una institución que debió moverse sigilosamente, casi en silencio. Mostraba año tras año su rebeldía cuando sacaba a relucir la urna para las elecciones en al asamblea ordinaria, aunque fuera una sola lista, “Acción y Progreso”, la única que se presentaba. Pero que representaba valores republicanos y democráticos.
Luego fueron abriéndose nuevamente las puertas y ventanas y hoy es lo que es: Todo… o casi todo.