Causa Justa, por Juan Carlos Piñeyro
Al fin con Marta pudimos coordinar una noche, para cenar en su casa.
Hernancito, siempre me pregunta: - ¿Mamá cuando viene el tío a comer? -.
Y fui y todos disfrutamos la velada, pasados los postres, llego la consabida orden.
-A la cama.
-Sí, pero que el tío Pablo, venga a leerme un cuento.
Y allá me encaminé.
Previa cepillada de dientes, lavada de manos y puesta de pijama, llegó la elección del cuento a leer.
-Peter Pan, tío, Peter Pan.
-¿No estás un poquito grande para Peter Pan?
-Sabes que pasa tío, Peter Pan, tiene mucha fantasía y cuando vos lees un cuento, no sé qué sucede, pero es como si yo estuviera ahí, como si viera los personajes y todos ellos estuvieran alrededor mío. Nadie lee los cuentos como vos.
-Hace mucho tiempo vivió, en la ciudad de Londres, una jovencita llamada Wendy, (…) (1)
Terminó el cuento, fuerte abrazo, beso y a dormir. Cierro la puerta del cuarto y vuelvo a la mesa.
Café, charla amena, chismes varios y despedida con promesas de repetir la visita a corto plazo.
Tomo el auto y me encamino al departamento, recordando las charlas, a Hernancito y su Peter Pan, manejo tranquilo y sin apuros. Freno en un semáforo de una avenida concurrida, cuando lentamente se me acerca un hombre disfrazado de pirata. No será carnaval, pero igualmente, que bien producido que está. Se para al lado del auto y muy educadamente, pero con vos firme y decidida me dice.
-Sr. Pablo, usted es abogado y escritor. Yo estoy en un problema muy grave, le pido por favor, acérquese a la estación de servicio de enfrente y tomemos algo en el 24 horas, que necesito hablar con usted en forma urgente.
Me desconcierta que supiera mi nombre, mi profesión y que tenga el dato de que me gusta escribir. Me desubica la situación, pero no sé por qué y sin pensar, hago caso a esa voz educada pero firme, me dirijo a la estación de servicio
Nos sentamos y me advirtió:
-Tendrá que pagar usted, yo no manejo dinero.
No dejaba de sorprenderme, lo insólito de todo esto.
-Me podría decir de dónde me conoce y de dónde sacó datos míos.
Mientras le hablaba, no podía parar de mirar su disfraz. Un pirata increíblemente real, el pelo desordenado, la piel curtida, el traje, la camisa, los collares, las botas, y hasta un intimidante garfio en su mano izquierda, que por supuesto no parecía de utilería.
-No se asuste, ni lo tome a mal Sr. Pablo, pero por suerte sabemos lo que importa de usted, y disculpe mi descortesía, no me presente. Yo soy el Capitán James Hook, más conocido como el Capital Garfio, el enemigo Peter Pan.
Me mató. No entendía nada, estaba totalmente en blanco. Qué era esto un sueño, un chiste o una pesadilla. No sé lo que será, pero nunca puede ser realidad.
-Su cara de asombro me dice que, además de presentarme, debiera explicarle algunas cosas. Usted es una persona muy particular y no lo sabe. Con un don maravilloso, del que nunca tuvo conciencia. Usted tiene una forma muy particular de leer los cuentos, usted los siente, los vive. Ilumina cada personaje, vivifica cada escena, pone en cada palabra de su lectura, tanto amor y tanta pasión que nos da vida. Usted nos estuvo llamando. Usted abrió un portal de paso, entre el cuento y la realidad, esa realidad donde se debieran escribir nuevamente los cuentos y muchos de nosotros, que vivimos en ellos, estamos mal. El papel que nos asignó el autor ya nos pesa demasiado, no es fácil ser el malo, no es fácil ser el que provoca miedo, el que empuja todo al borde del desastre. Nosotros no recibimos aplausos, nadie nos vitorea, no recibimos ni una sonrisa de los niños, ninguno quiere ser como nosotros, somos los rechazados, los no queridos. Esto nos tiene mal. Seremos personajes, pero a nuestro modo, estamos vivos y tenemos sentimientos. Somos muchos, porque tenemos un lugar en cada cuento y aunque somos parte fundamental del relato, nos pesa el papel de villanos. Somos la malvada bruja de Blancanieves, la madrastra y hermanas de Cenicienta, la Maléfica de la Bella Durmiente, el lobo feroz de Caperucita roja, decenas de brujas y brujos y la lista sigue. Muchas veces quisimos desaparecer, abandonar los cuentos, pero no podemos. ¿Por qué? ¿Qué le leerían a los niños, sin los cuentos? ¿En qué mágicas imágenes recalarían sus dulces almitas? Por eso necesitamos su ayuda.
-Pero, yo soy abogado, ¿dónde presentaría una demanda? No entiendo qué podría hacer.
-Usted es un abogado que tiene la pasión de escribir y leer cuentos, justamente por esas características, pudo abrir el portal. Solo los elegidos pueden hacerlo, y usted Sr. Pablo es uno de ellos. Por eso le solicitamos que escriba nuevos cuentos, donde nuestra aparición arranque sonrisas en los niños, donde jugando quieran ser nuestros personajes y además usted es abogado de causas justas, ¿podrá encontrar una causa más justa que esta? Sr. Pablo, el tiempo es perentorio y cumplida la misión que tenía, debo regresar a mi cuento, pero sepa y nunca olvide, que todos nosotros estaremos en usted y usted estará siempre en nosotros.
Salimos del 24 horas y por un segundo busqué el auto con la mirada, cuando volví, el Capitán ya no estaba. Regresé al departamento, tan pausadamente como cuando arranque el viaje. Me sentía muy extraño. No termino de registrar cómo llegue a mi casa, ni cómo entre. Solo tengo presente, esta lapicera en mi mano y estar frente a una hoja de papel en blanco.
(1) Peter Pan de James Matthew
Juan Carlos Piñeyro, integrante del taller literario de Analía Bustamante