El anochecer de la razón, por Hebe Ciancio
Clotilde deambulaba taciturna, oyendo sin oír el crujir de sus pasos sobre la pinotea oscura y rancia. La preocupaba su hermana menor, Eulogia, que había perdido gran parte de su razón, rumiando que la soltería de ambas se debía a un hechizo que les habían hecho en su temprana infancia.
Había montado un altar con santos, duendes, ángeles y cuanta imagen conseguía para mejorar sus rituales.
En una mesa redonda, con un pringoso mantel de terciopelo negro, desplegaba varios mazos de cartas de tarot, agotados los pobres de tanta pregunta recurrente.
No faltaban las velas y sahumerios, cuyo humo azufrado ascendía hasta chocar con el techo de madera, tiznándolo y tornando el aire irrespirable.
Sin embargo, se cuenta en el barrio, que algunos caballeros visitaron a las hermanas, allá por sus veintilargos. Pero nunca se supo el motivo de sus ausencias.
Hoy ya pasaron muchos años de ésta historia. Se desvaneció la casa y las hermanas.
Aunque en algunas noches de luna llena, cuando el viento sopla intenso sobre las acacias, se perfila una pared, un zaguán, una ventana entreabierta por la que se escapa una voluta de humo tornasolado.
Hebe Ciancio
Alumna del taller de Analía Bustamente