El Juego, por Mónica Ejarque
Comienza el juego en los distintos carriles.
Siempre voy atenta a los espejos por si aparecen esas saetas haciendo zigzag, buscando quién sabe qué o en qué otro juego están, que aún no descubro.
Convengamos que no es hora pico de un día de semana, por lo que me permite transitar tranquila. Es un bello sábado de otoño con todo lo que caracteriza a la estación: una suave brisa barre la traza, tímidas nubes ocultan al templado sol que pronto se ocultará. Disfruto este momento.
En tanto puedo, miro los carteles publicitarios con bellezas inalcanzables, los edificios con sus rarezas y agregados que le dan a la ciudad un extraño aspecto, visto desde esta óptica.
En este observar, están también las patentes de los coches. No sé si soy la única, pero me encanta encontrar en ellas mensajes ocultos: VOY, RIO, MUY, SOS (o ese o ese). Ya con los nuevos autos me sonaron. Ellas acá tienen mensajes encriptados: dos letras, tres números, dos letras. Serán para otros jugadores.
Volviendo a concentrarme en “el manejo” tomo las suaves curvas y juego con las sombras de los coches. Formamos extrañas figuras que se entrelazan.
Descubro cosas bellas en esta ciudad de cemento.
Algunos arbustos nos separan de la vía que va en la otra dirección, no sé si puestos ahí con la intención de embellecer la trama o de ocultar algo que no logro distinguir del otro lado. Siento que sus ramas se extienden y me saludan emocionadas porque alguien las reconoce.
Bolsas escapadas de manos desaprensivas pasan rodando entre los coches, esquivándolos para no quedar enganchadas y perderse este hermoso viento que las eleva y entretiene.
Vuelvo a mi auto. La música acompaña este transitar, como si hubiera sido orquestada para mí.
Una camioneta me sobrepasa y se ubica delante de mi coche. Doble cabina, caja con tapa. De repente, un suave remolino de hojas se eleva de la caja y me hipnotiza. Será una ilusión óptica, me pregunto. Miro hacia otros lados y vuelvo a ella. La función sigue. El remolino suave, mecido por el viento, protegido por la caja. Yo, la única espectadora. Algunas hojas se atreven, me saludan y se van.
Espero que surja algo mágico de su interior, que no se detenga.
La ilusión pone el giro hacia la derecha y se dirige hacia la salida. Ellas se aquietan, descansan sobre la caja esperando para la nueva función.
Fueron muchos los kilómetros recorridos tras ellas sin percibirlos.
Llego al sector de la cabina de peaje. Me acerco, introduciéndome en la gatera, abono mi derecho al juego y sigo fluyendo por esta compleja pista que no hace más que entregarme su magia.
Ya bajando lentamente de la autovía, me preparo para disfrutar un día lleno de nuevas sensaciones.
Dibujo una estrella en el vidrio mientras espero que corte el semáforo.
Mónica Ejarque
Alumna del taller de Analía Bustamente