La mirada que nos enamoró, por Maria Salome Lorente Moreno
Nosotros corríamos de un lado para otro libremente, pero cuando la marea comenzaba a alcanzar las grutas donde trepábamos a jugar, salíamos disparados y nos alejábamos de allí para que el agua no nos alcanzara. Así vivíamos felices solo que al anochecer teníamos que buscar dónde acurrucarnos para dormir. Siempre dormíamos apretaditos y juntos para no sentir el frío, al día siguiente de nuevo a la playa a jugar y correr hasta que volviera a subir la marea.
Una mañana que andábamos saltando y brincando como locos por la playa, se acercó una familia. Yo los miré y ellos me miraron, nuestras vidas quedaron unidas para siempre, fue amor a primera vista. A mí una señora me levantó del suelo y me acarició con mucha ternura ‒aunque debo reconocer que yo estaba muy sucia y desgreñada‒ yo lamía sus manos y su cara. Escuché que les decía a los dos hombres que venían con ella que me llevarían a casa. Yo no entendía mucho lo que significaba eso, pero seguro sería algo muy hermoso.
Me llevaron a una casa allí mismo en la playa y me bañaron y desenredaron mi pelo. La verdad es que el primer baño no me gustó mucho, pero después sentí que me habían quitado un gran peso de encima y que las pulguitas que me picaban, y se alimentaban de mí se habían alejado para siempre. Me llevaron a un lugar donde había un señor muy alto con un guardapolvo blanco que preguntó mi nombre y le dijeron que me llamaría Marcia. Él me revisó por todas partes, yo temblaba como una hojita pues estaba muy asustada, aunque confiaba que por alguna razón me habían llevado allí. El hombre de guardapolvo blanco estuvo hablando con aquellas personas que me habían llevado y les explicaba muchas cosas con palabras extrañas que yo no podía comprender, pero sé que hablaban de mí porque todos me miraban.
Luego me dieron algunos pinchacitos en el cuerpo. Con el tiempo fui comprendiendo lo que me había ocurrido. La familia que me encontró en las grutas de la playa había decidido que viviría con ellos, pero no podían llevarme a su casa antes de que me revisara el hombre del guardapolvo blanco ‒después comprendí que era un veterinario. Los pinchacitos en el cuerpo eran las primeras vacunas que recibiría en mi vida para que no me enfermara.
Cuando salimos de allí me sentí más tranquila. A la noche, en la casa de la playa, me sirvieron una comida muy rica en una bandejita, no era como el sabor de las gaviotas o del pescado, pero era algo muy rico. En todo el día no había extrañado los juegos y las carreras con mis amiguitos, pero cuando llegó la hora de dormir yo los buscaba por todas partes, me entristeció no encontrarlos, pero aquella familia me subió en su cama y era tan confortable y suave que me dormí entre ellos plácidamente.
Al día siguiente me subieron a un auto y viajamos muchos kilómetros desde Río Negro hasta un lugar lejano llamado Buenos Aires, el lugar donde vivo desde entonces. Buenos Aires sería mi lugar en el mundo.
María es el nombre de mi mamá adoptiva, Martín es mi papá y Leandro es mi hermano, ellos se sentían tan a gusto conmigo en ese momento que lograron que yo también lo estuviera.
Yo soy ahora la nena de la casa. Han pasado 15 años, he sido y soy tan feliz con mi familia. Aprendí a comer palta con azúcar, algo que me gusta mucho ‒yo diría que me encanta‒, el chocolate es mi delirio.
Transcurrieron los años y siempre nos íbamos de vacaciones a algunos lugares hermosos, a mí adonde más me ha gustado siempre ir es a la playa, pues recuerdo los días que viví con mis amiguitos corriendo y jugando por las grutas esperando a que subiera la marea para alejarnos de allí. Un día que mi nueva familia y yo estábamos en la playa quería alejarme y subir corriendo por las escaleras, ellos comprendieron que sabía que subiría la marea.
Ahora ya estoy viejita y con muchas dolencias. Mi mamá María me trae a la veterinaria del doctor Colombo donde me atiende la doctora Carina. Ella indicó que me hicieran varios exámenes y los resultados de los mismos fueron muy angustiantes. Tengo un fallo renal, mí hígado y mis intestinos no están funcionando como debe ser, pero la doctora está haciendo todo lo posible para mejorar mi calidad de vida en ese sentido.
Hoy no me sentía muy bien y me trajeron a la veterinaria. La doctora me puso un suero con muchas vitaminas y medicamentos. Mi mamá está a mi lado y yo me quedé dormidita en la camilla, allí soñé con toda esta historia que les estoy contando.
Yo sé que he vivido mucho y que he sido muy feliz. No sé cuánto más viviré, pero será hasta que Dios lo permita. Mientras tanto, sé que estaré bien cuidada y que como siempre, nunca me faltará lo que necesite y por encima de todo, nunca me faltará el amor de mi familia.
Maria Salome Lorente Moreno