La casa más linda: Inmersiones e inversiones
Por: Julia Sierra.Es harto conocida la historia: siguiendo un conejo blanco, la pequeña Alicia se sumerge en un maravilloso mundo que forma parte del imaginario colectivo de millones de infancias. Curiosamente, en la casa más linda del mundo, al elemento “conejal” se le yuxtapone el del agujero que por poco deviene en una caída menos mágica que horrorosa, y ambos tienen como nexo la instalación de cierta batería en el jardín.
Pero para poner un poco de orden en tan aparatosos y crípticos eventos, es necesario remontarnos a una tarde de sol en la que mi papá estaba en el jardín cortando el pasto y, de repente, sintió cómo la tierra se desgranaba bajo sus pies. Creo que fue mi mamá la que escuchó el grito y se asomó al patio, para encontrárselo casi completamente tragado por un agujero. Apenas los brazos y algo de torso se asomaban a través de los yuyos y la bordeadora. Una vez superado el susto, se encontraron con el horror de un agujero de unos ¿diez? metros de profundidad: un pozo ciego que, tras años de sueño, había despertado hambriento.
El diámetro de dicho pozo tranquilamente podría haber devorado a un adulto promedio en cuestión de segundos, si no hubiera sido por la raíz de un pino que crecía muy cerca del agujero (pino que recientemente se cayó, luego de habernos regalado una heroica vida dedicada a colgar la hamaca paraguaya, el bebedero de los colibríes y, por supuesto, este salvataje final). Así, a horcajadas de la raíz, mi papá se salvó milagrosamente de la caída. Además, como suele suceder cuando uno repasa los detalles escabrosos de cualquier suceso medianamente traumático, mi mamá recuerda, no sin espanto, que el evento sucedió en el horario de la siesta, y que un hecho fortuito la hizo asomarse al patio: caso contrario, tal vez ni siquiera se hubiera enterado de nada, y tal vez hubieran bastado pocos minutos para que la raíz cediera, y entonces… la fagocitosis.
Claro, al estar ubicada en dos terrenos, la casa contaba con dos pozos ciegos; pero evidentemente, sólo se tenía registro de uno. Y para agregar más horror al asunto, comenzamos a rememorar todas las veces en las que cada uno de nosotros habíamos estado transitando ese rincón del patio, ubicado cerca de la medianera, entre el susodicho pino y la santa rita (sí, con minúscula, porque hablo de la planta, no de la patrona). En realidad, nunca fue lugar de mesa para comer afuera, ni de lona para tomar sol; no contaba con demasiado tránsito futbolístico y, ni siquiera, ciclístico.
Ah, pero hubo un antecedente no menor en el 2005. Pampero Deluxe, banda castelarense que tuvo múltiples mutaciones, había incorporado nuevo bajista, nuevo baterista y dos coristas, una de las cuales era habitante de la casa. Era de esperar que el debut de la nueva formación fuera en la casa en la que pasaban cosas todo el tiempo. Fue entonces que se armó un improvisado escenario sobre el pasto, de frente a la galería, donde se amontonaba la concurrencia: en medio, el cantante; a su derecha, el guitarrista; a su izquierda y rodeadas por la santa rita (para evitar posibles fugas, víctimas del pánico escénico), las coristas; al lado del pino, el bajista. Y la batería… claro. La batería justo arriba del ignoto pozo ciego.
Una hora y pico de música. Más de sesenta minutos de vibración. El armado y el desarmado. Tal vez esa noche la tierra no se aflojó lo suficiente como para que el cierre del show culminara con la desaparición del baterista con su instrumento, pero ciertamente esa hora contribuyó al posterior resurgimiento del agujero.
Haciendo otro poco de historia, a principios de los noventa llegó a la casa más linda del mundo un conejo marrón, que más que conejo parecía liebre y no sólo liebre, sino que perfectamente podría haber estado emparentada con la famosa Liebre de Marzo del relato de Lewis Carroll, por su insistencia a participar, como un comensal más de la mesa *. Orejas, así se llamaba este simpático bichito, comía cables y no se quedaba pelado; corría todo el día por el jardín y no se cansaba; masticaba los flecos del sillón verde y no se constipaba. Y hacía pozos por todos lados. Uno de ellos era tan profundo, que los infantes más pequeños de la familia de cuatro y cinco años (yo vengo a ser la pequeña que devendría en corista en toda esta historia), nos metíamos en el agujero, que nos llegaba hasta el cuello.
Y, ¿dónde hacía Orejas su madriguera profunda explorada por los pequeños alicios? Pero claro: a escasos metros del pozo ciego. Y la trayectoria de la madriguera, de hecho, se acercaba peligrosamente al corazón del agujero letal. Niño-en-pozo se prestaba como lugar común de un inevitable acontecimiento trágico, pero, afortunadamente, logró evadir la obviedad del relato.
Alicia cae por el agujero e ingresa en el País de las Maravillas. Sin embargo, no hubo integrante de nuestra familia destinado a caer hacia ningún rincón de ensueño, porque vivir en Drago al dos mil quinientos fue un poco habitar la literatura de fantasía, humor y sinsentido, entre momentos bizarros, personajes absurdos, liebres atrevidas y tantas otras situaciones que me hacen suponer que del otro lado del pozo ciego debe haber una niña que quiere pasar a este lado que somos nosotros.
*El personaje en cuestión mencionado, para que lo recuerden, es el famoso animalito que participa de la ceremonia del té con el Sombrerero Loco; mientras que nuestro conejo, que no tenía nada de ceremonioso, fue encontrado varias veces arriba de la mesa queriendo robar comida en pleno almuerzo.
#ColumnaRelacionada: La casa más linda del mundo
#ColumnaRelacionada: La casa más linda: Huellas dactilares
#ColumnaRelacionada: La casa más linda: Que siga en pie y resista
Julia Sierra
Profesora en Letras (UCA)
Recopilo disparadores de escritura en @lacasamaslindadelmundo y en el blog hydraulica.medium.com.
También ilustro un poco de poesía cotidiana en @mamajulaok y, a veces, juego con melodías en @tranquitilo.