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Polideportivo Gorki Grana
Polideportivo Gorki Grana
Columna
Anécdotas
13 May 2022

Anécdota de vecino: Futbol tenis bajo el agua en la cancha de paddle

Por: Leandro Fernández Vivas.
El Gorki era una de nuestras casas y una lluvia calurosa no nos iba a impedir seguir peloteando. Bicicletas, barro, una pelota, más barro y el silencio al final.
La pelota corría rápida sobre la cancha de tierra, pero las muchas piedras en las que picaba le daban un sentido nunca predecible. El Gorki Grana estaba lejos aún de ser el centro deportivo de hoy, pero a fines de los 90 era nuestro lugar elegido. Parecía más una gran plaza, con pista de atletismo y un microestadio de tribunas al aire libre, pero una plaza al fin.

Las canchitas, o distintos espacios siempre utilizados para pelotear, eran de tierra y piedra, escaseaba el pasto. Tirarse para atajar era asegurarse raspones y alguna que otra piedrita puntiaguda que se quedaba clavada en las rodillas.

Otoño es una estación de transición, desde el cálido, amable y soleado verano hacia el invierno, que no era tan malo, pero con días cortos y tarea de escuela, no tenía buena fama. Los últimos calores de abril nos invitaban a pensar en que aún era verano y el polideportivo era el escenario elegido para creer que seguíamos de vacaciones.

Pero casi sin aviso, aparecieron nubarrones que transformaron la tarde en una jornada gris sin sombras duras. Y minutos después aparecieron los chaparrones y las corridas. Se terminó el partido y todos corrimos a buscar refugio. Los equipos los formábamos siempre los mismos, podría nombrar al Mono, a los Juanes, a Emanuel, a Luis, a Martín, a Maxi y muchos más pero me olvidaría seguro de alguno y no estaría bien. Eran siempre amigos del barrio, más los amigos de la escuela (la bella y centenaria Escuela 17!), más amigos de un amigo, algún conocido, otro que siempre encontrábamos en el poli y varios más.

La lluvia cortó todo y esas mismas canchitas de tierra se transformaron en barro del pegajoso. Mi bici, una verde miniroda, empezó a no querer andar. Tenía guardabarros, inútil guardabarros, que empezó a acumular barro en su interior llegando a atrapar la rueda y frenarla por completo. El escape de la lluvia no nos llevó lejos. El ombú de la esquina de Blas Parera y Santa María de Oro nos cobijó por un rato. Nunca hay que refugiarse de la lluvia debajo de un árbol, habitualmente los rayos elijen los árboles para descargar su poder. Esta vez no ocurrió pero siempre hay que recordarlo.

El árbol, un viejo ombú sin mucha forma, bastante atacado por plagas y pozos en sus raíces, se ubicaba apenas a unos metros de la cancha de paddle del Gorki. No recuerdo quien fue el primero en entrar, pero al rato, apenas unos minutos después, éramos varios los que jugábamos un intento de futbol tenis bajo la lluvia y en la pileta que se transformó el cemento de la canchita. Siempre fuimos malos en el fútbol, peores aún en un fútbol tenis pasado por agua.

La tarde siguió bajo la lluvia, no quedó nadie en el Gorki salvo nosotros jugando en esa pileta. Aparecieron las acrobacias, maniobras exageradas para alcanzar la pelota que llevaban a que uno terminase de panza en el agua o deslizándose como patinador mojándose completo y mojando a los demás. Entrar embarrados a esa pileta-cancha hizo que toda el agua sea de un marrón claro, símil Río Paraná, que nos tiñó por completo las ropas.

La tormenta no menguaba y el cálido abril dio paso a un fresco que empezó a hacernos sentir que la diversión se estaba terminando. Antes de la noche decidimos pegar la vuelta. La bici no andaba por lo que el retorno fue largo y carcajeado. Teníamos barro desde el pelo hasta la punta de la zapatilla. Tras la diversión y ya en ese retorno apareció otro sentimiento: la toma de conciencia. Empezamos a pensar y comentar lo que nos dirían nuestros padres cuando lleguemos así, embarradísimos. Imaginamos retos, cagadas a pedos y charlas agotadoras con fines pedagógicos.

Llegué a mi casa, la bici con su rueda clavada también debía ingresar y dejar sus huellas de agua, barro y más, en el pasillo de entrada, viejo zaguán devenido en arcada de ingreso. Ambos estábamos impresentables. Toqué timbre y esperé el reto de mi vida. Se abrió la puerta y me quedé quietito. La mirada de mi mamá me recorrió completo. Mis 14 años, aproximadamente, me mostraban con cara de nene que había cometido una travesura, pero con la altura de un adulto que cargaba una bicicleta vieja e igual de roñosa. Mi vieja me terminó de mirar y no dijo nada, eso fue peor que un reto. Levanto apenas sus manos, giró de un lado al otro la cabeza como diciendo que no y se fue otra vez hacia adentro. Me dejó ahí solo con mi barro. El silencio fue peor castigo que un buen reto. Derecho a la ducha y a hacer como que no había pasado nada.


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Leandro Fernández Vivas

Leandro Fernández Vivas

Periodista

Técnico Universitario en Periodismo.
Director Periodístico en Castelar Digital.
Socio Fundador de Ocho Ojos.

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