Castelar oculto: Canchitas clandestinas en el corazón del barrio
Por: Leandro Fernández Vivas.Escondidas en esquinas tras paredes o en sectores prohibidos de la ciudad, las canchitas furtivas eran un punto de encuentro y de deporte para quienes se animaban a ingresar en esos espacios alejados de la mirada del barrio. Canchas de paddle devenidas en pequeños refugios para al fútbol, terrenos militares tomados por los más chicos del barrio y polideportivos que aún eran una gran plaza, entre los destinos elegidos. Un repaso por aquellos rincones de Castelar que fueron lugar de juego, competencia y carcajadas.
En cada época existieron comercios de moda que vieron crecer su popular hasta el cenit y luego caer hasta desaparecer. Quedan pocos videoclub, pocos bazares de los conocidos como Todos por $2 y ya no se consiguen parripollos. En la larga lista de comercios aparecen también las canchas de paddle. Con furor a mediados de los noventa, existían varias en Castelar y algunas se mantienen hasta hoy. En la intersección de Dardo Rocha con Libertador, en Castelar Sur, a metros de la Plaza Belgrano, hubo canchas del noventoso deporte que cuando el negocio dejó de funcionar cayeron en el abandono. Cerradas y tapiadas, se transformaron en la arena de miles de encuentros deportivos que tranquilamente podrían haber sido transformados en un cuento de Sacheri sobre amistad, juventud y futbol.
Con sus puertas y rejas exteriores cerradas con llaves y candados, el acceso era a través de un boquete en la pared sobre Dardo Rocha. Tras pasar algunos escombros se accedía a las canchas. Ya sin red, se transformaban en un estadio en miniatura. En sus cabeceras, pintados con aerosol negro, los arcos eran apenas un grafiti, pero suficiente para evitar disputas sobre goles, palos o fueras. Era cancha para rudos, pero nunca vi una pelea o nada por fuera del motivo de la reunión: jugar a la pelota.
El potrero ilegal de la canchita del paddle sobrevivió hasta los 2000. Hoy en ese mismo lote se erige una bella casa. No quedan rastros ni cimientos de lo que fue la canchita.
Más alejada del centro de la urbe, la Canchita de la Base fue famosa y mucho más popular que la anterior. Ubicada en terrenos de lo que fue la VII Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, se encontraba en la intersección de Alcorta y Montevideo. Tierra plana con algunos yuyos en el contorno. Quizás algunas cañas hacia el lado más interno de la base, pero predominaba la tierra polvorienta. Históricos encuentros en una época en donde casi todo el barrio aún tenía calles de tierra y el sector más allá de Bufano o Aráoz, calles de barro y un poco de inundación. Aún no se vislumbraba en esa zona de Castelar lo que hoy es el Barrio Procrear, la Reserva Natural Urbana o la plaza del barrio Cuatro Manzanas. Todo ese sector creció, mejoró y se transformó en una vía transitada para quienes viajan de Morón hacia el sur de Ituzaingó o Merlo.
Aquella canchita de la base casi siempre estaba ocupada. Éramos muchos los que conocíamos su existencia por lo que era común encontrarse con otro grupo de pibes y cruzar belicosas miradas. Hoy el sector integra el Parque Industrial Tecnológico de Morón (PITAM) y no quedan rastros de las patadas y piques que emocionaron a tantos.
Luego de aquellas canchas furtivas, siempre el mejor destino fue el Polideportivo Gorki Grana. A fines de los noventa no era el centro de deportes prolijamente organizado que es hoy. Se parecía más a una gran plaza con aún sectores en obra. El Microestadio era apenas un techo que parecía un tinglado y tribunas de áspero cemento. Hubo partidos memorables en ese frio estadio. Y hasta llegamos a disputar carreras de bicicletas en las gradas, vertiginosas carreras en un precipicio constante.
Casi todo el resto del Gorki eran canchitas de futbol. Donde hoy está el skatepark, la cancha de softbol, los juegos para nenes, en los laterales a la pileta y hasta en el centro de la pista de atletismo, eran espacios con potencial de canchita. Los contrastes eran bien definidos: tierra y piedras en las canchas del fondo, que terminaban en la calle Capdevilla, y suave pasto en el corazón de la pista de atletismo. La misma pista donde también corríamos carreras de bicicletas.
La última cancha era la más popular, donde los muy patadura aprendimos a defender o atajar. Donde dos ladrillos eran el mejor arco y donde el partido se congelaba cuando se daba la voz de ‘Autooo’. Donde el dueño de la pelota tenía algunos privilegios, o al menos los reclamaba y donde alguna vez rompimos el espejo de un coche estacionado y perdimos la pelota. Canchita de rodillas rojas, de raspones y golpes. De corridas épicas, de faltas fuertes y otras exageradas. La canchita de la calle, en la puerta o en la esquina, era nuestra, lo que la hacía mucho mejor que las furtivas, las ocultas o prohibidas.
Leandro Fernández Vivas
Periodista
Técnico Universitario en Periodismo.
Director Periodístico en Castelar Digital.
Socio Fundador de Ocho Ojos.