Anécdotas de vecino: El Gorki era una gran plaza y la usábamos de pista de carreras
Por: Leandro Fernández Vivas.Algunas travesuras incluían actos que hoy mirados en la distancia reconocemos como casi vandálicos o rozando lo peligroso, aventuras que no se contaban completas en casa para evitar retos o planteos éticos. Ninguno fue grave ni hubo heridos, no dejaban de ser travesuras divertidas con adolescentes como protagonistas. Algunas de estas historias se repiten y exageran con el correr de los años cada vez que nos juntamos con los pibes, otras ya vieron luz en las redes sociales y algunas pocas quedarán preservadas sólo para la memoria. Las mejores integraran esta nueva columna en Castelar Digital.
A la carrera
Las piedras impactaban en el guardabarros de la inglesa lo que lo hacían sonar como una maraca. La nube naranja era inevitable, pero mi guardabarros en esta situación era una desventaja para mí y un beneficio para mis secuaces de travesuras que no recibían la lluvia de piedritas. Distinto era con las ruedas descubiertas de mis amigos que al superarme en posición durante la carrera me cascoteaban lindo.
A fines de los noventa el Gorki no era lo que es ahora, estaba en trabajo continuo para ser el centro deportivo que es hoy. La pista de atletismo no estaba cercada lo que nos permitía coordinarnos afuera y meternos a la carrera.
Había que esquivar a los deportistas de verdad, quienes habitualmente utilizaban los carriles internos, lo que nos obligaba a saltarlos por afuera incrementando el esfuerzo y el largo del pique. Mi inglesa, una vieja bicicleta de paseo de la década del 40, dura y resistente como un tanque de guerra pero igual de pesada, corría bien en las primeras curvas, teníamos juntos la potencia suficiente para ir primeros, pero después el Mono, Emanuel, Gustavo y varios más, terminaban superándonos sin capacidad de alcanzarlos aunque no dejábamos que se nos alejaran mucho. Al completar la vuelta venía el desafío mayor, esquivar al personal de seguridad y municipales que nos salían al cruce. Sabíamos que estaba mal y que era peligroso para quienes usaban la pista como correspondía pero debo confirmar que nunca chocamos a nadie.
En la última media recta, al final de la última curva, ya nos alejábamos de los carriles del centro y enfilábamos a la salida calculando específicamente a los empleados que nos gritaban de todo! El pique final seguía por fuera de la pista, había que alejarse lo suficiente para no recibir retos y quizás hasta una expulsión!
La adrenalina, la carcajada, las respiraciones agitadas solo se comparaban en altura con el nivel de tierra naranja con la que salíamos de la pista y cubrían ropas y cabellera!
Con el tiempo la pista fue más controlada, cercada y profesionalizada, nosotros crecimos y ya no nos metimos pero hoy en la distancia extraño aquellas carreras furtivas a bordo de mi inglesa celeste.
Leandro Fernández Vivas
Periodista
Técnico Universitario en Periodismo.
Director Periodístico en Castelar Digital.
Socio Fundador de Ocho Ojos.