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Columna
Sociedad
5 Mar 2021

Una noche a orillas de la laguna Ilón: entre vapores y los estruendos del Tronador

Por: Ignacio Bruno Spinetta.
Tras dos días de intensa caminata por pedreros, lajas de piedra, cañaverales, mallines y bosques  llegué junto a dos compañeros a la playa de la laguna Ilón, a punto de culminar la travesía de las cinco lagunas en Bariloche. Allí pasé la noche frente a una imponente vista del cerro Tronador. 
La travesía de las cinco lagunas venía llegando a su fin. Sólo nos quedaba bajar hasta Pampa Linda por la mañana. Si bien particularmente me gusta realizar un montañismo más lento y  contemplativo, por cuestiones “de calendarios” esta vez habíamos apretado la marcha para concluir todo en tan solo tres días. Habíamos partido desde Colonia Suiza dejando atrás las lagunas Negra, Cab, Cretón, Azul y Jujuy. Con las últimas luces habíamos llegado a la laguna Ilón, y allí me encontraba, en  la orilla de su playa entre el más absoluto silencio y la oscuridad de una noche sin luna ni contaminación lumínica alguna.

Sobre mi cabeza el universo de estrellas titilantes resplandecía. Poco antes de las 4 am había dejado durmiendo a mis compañeros. A pesar de la intensa marcha que veníamos llevando me había despertado inesperadamente, y ya sin volver a poder conciliar el sueño me escabullí de mi bolsa de dormir para fotografiar y contemplar la inmensidad estelar en busca de satélites, constelaciones y las estrellas que de chico aprendí de mi padre y siempre busco en el cielo: Betelgeuse, Bellatrix y Rigel  pilares de la constelación de Orión, y Canopus y Sirius, las dos más brillantes del hemisferio sur.  

El campamento descansaba apaciblemente y el silencio de alrededor solo se rompía con los estruendos amplificados que desde el valle llegaban del cerro Tronador originados por los desprendimientos de los bloques de hielo de sus glaciares. Cada impacto del hielo contra el suelo eran verdaderos truenos.  Además, una ligera neblina o bruma que por momentos parecía espesarse flotaba sobre la superficie del agua. Eran las nieblas de vapor, producto del aire frío que reinaba en el ambiente y que se movía sobre el agua cálida.  Pese a la lógica de este fenómeno de evaporación, la sensación era verdaderamente fantasmagórica.

Sin embargo, mis ojos estaban fijos en esos ínfimos puntos de luz que, desde la lejanía, había descubierto brillar entre la oscuridad de este volcán de 3478 msnm. Eran dos minúsculos puntos que, paso a paso, iban ganando mayor altitud. Podía verlos claramente. Indudablemente eran escaladores rumbo a la cumbre. ¿Irían al pico argentino? ¿Al internacional? Las luces subían a  un ritmo sincronizado, separadas entre sí, una más arriba que la otra. Seguramente los anónimos protagonistas debían de estar encordados transitando terreno glaciar, sorteando grietas y prestando la máxima atención a cada paso, próximos a los expuestos filos y empinadas pendientes por atravesar para llegar a la ansiada cima.

Contemplando el rumbo de esas luces que habían robado toda mi atención, vino a mis pensamientos la imagen de Lionel Terray, figura en la historia del alpinismo, pionero de las ascensiones en el Himalaya y nada más ni nada menos que el primer hombre en ascender junto al italiano Guido Magnone el macizo del Fitz Roy en 1952. Terray también tuvo el talento de transmitir la cultura y el sentimiento de montaña en su libro “Los conquistadores de lo inútil”, tal vez uno de los más famosos y leídos de la literatura de esta temática. Allí describe sus experiencias en altas cumbres y su íntima amistad con sus compañeros de cordada, pero también medita profundamente sobre la forma en la que como seres humanos consumimos nuestras vidas, reflexionando sobre el valor y la utilidad de lo considerado inútil, como el escribir poesías, componer canciones o, por supuesto, escalar montañas. El nombre de su libro es una clara ironía a estos valores “modernos”, ya que en sus páginas Terray nos manifiesta que “una actividad no es más noble por el hecho de ser más lucrativa”.

 “¿Por qué subimos montañas?, ¿Qué mueve realmente al ser humano a subir a sus cumbres?” se pregunta Terray. Seguramente las respuestas sean múltiples y se encuentren en la propia personalidad de cada alpinista o montañero. De todas maneras, sin lugar a dudas, la montaña es uno de los caminos para el autoconocimiento, sean o no sean conscientes del mismo sus protagonistas.

Abstraído en Terray, sus reflexiones y en algunas propias, la claridad en el ambiente fue ganando protagonismo. El océano de estrellas se fue borrando al igual que la oscuridad, y súbitamente los puntos de luz que trepaban rumbo a la cima del Tronador se apagaron para no volver a brillar más.    Evidentemente ya no eran necesarias las luces frontales de las linternas y, tal vez, harían cumbre luego de la salida del sol.

Ahora llegaba el tiempo de la hora azul, un gran momento para retratar el imponente paisaje en el que me encontraba entre los vapores de humo que salían de la laguna. El tronador, al fondo, continuaba rugiendo de tanto en tanto.

 
Ignacio Bruno Spinetta

Ignacio Bruno Spinetta

Licenciado en Comunicación Social, Fotógrafo y Montañero

Ignacio Bruno Spinetta es Comunicador Social recibido en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM) y fotógrafo recibido en el C.A.F de Morón. Este otrora vecino de Castelar Sur que ha caminado y pedaleado las calles del querido lejano y cercano oeste, desde hace cinco años partió rumbo a tierras patagónicas para vivir más cerca de las montañas que sube y los paisajes infinitos que retrata.

Primero en patagonia sur, actualmente se encuentra en Bariloche mientras continúa sus capacitaciones para convertirse en Guía de Montaña.

Pueden ver sus trabajos fotográficos en su Cuenta de Instagram o en su Perfil de Facebook.

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