Luego de un mes sin publicar y preguntándome sobre qué escribir reencontré sobre el anaquel de mi biblioteca un librito titulado “Four Quartets” de T.S Eliot el cual leí y releí incontables veces. Cuando lo compré, en una librería escondida de la Ciudad, apenas tenía la fluidez necesaria en el idioma como para poder entenderlo claramente, fue luego de unos años que decidí darle otra oportunidad solo para que se convirtiera en uno de mis favoritos que recomiendo a cualquiera que esté interesado en la poesía.  

    La poesía suele pensarse como una forma de lectura y escritura en extremo erudita que es producida en una amarfilada torre cuando en realidad, podría afirmarse que la poesía es una de las formas de escritura más relacionadas con la vida ya que la materia prima de la cual están constituidos los versos es extraída de la vida misma y procesada.

     Los poemas que componen cada uno de los cuartetos fueron publicados entre 1936 y 1942. Cada uno de ellos contrasta y se relaciona con los demás: como lector, a medida que uno se sumerge en la lectura de izquierda a derecha, recuerda ideas, ecos de los poemas que quedaron en el camino que se impregnan en nuestra memoria.

    La aventura literaria que supone este libro atraviesa distintas etapas desde recuerdos mundanos a reflexiones filosóficas y metafísicas. Un paseo por un parque solitario desencadena una serie de ideas que se suceden unas con otras y otorgan un panorama general acerca de nuestra existencia en este mundo que se desarrolla en un presente eterno: la idea del Tiempo será una constante en este recorrido, sugiere un paralelo con los poetas románticos donde la Naturaleza ocupaba un lugar similar como idea recurrente.

    Nos podemos preguntar a esta altura: ¿Por qué vale la pena leer a Eliot? O hasta ¿Por qué vale la pena perder nuestro preciado tiempo leyendo poesía? En un ensayo publicado en 1919 titulado Tradición y talento individual, Eliot esgrime sus argumentos de cómo debería ser la poesía y cuál es la relación del artista con el arte que lo precedió, ahí, define la poesía como un escape de la personalidad y de los sentimientos. El poeta debe alcanzar un estado impersonal donde los materiales recopilados tanto en su vida como en sus lecturas acaben por producir un proceso alquímico en el cual se crean emociones novedosas, sentimientos nuevos que permiten un acercamiento a nuestra existencia desde una nueva óptica más objetiva que subjetiva.

    Como toda obra de arte, cambia y se transforma en cada relectura tanto como cambiamos nosotros con el paso de los años. Perderse una vez más en estos recovecos y laberintos textuales presupone una reflexión sobre el lugar en el que nos encontramos en este presente eterno que es nuestra vida en comparación con lugar en el  que nos encontrábamos cuando lo leímos por primera vez: es este espacio abierto donde entra lo mundano en lo supra-terrenal, la característica más relevante e imponente que puede adjudicársele a la poesía de Eliot.

    Tomo dos versos del segundo cuarteto para cerrar: “En mi comienzo está mi final. En mi final está mi comienzo”  para anunciar un taller sobre poesía enfocado en este librito de Eliot que se dictará en el mes de Marzo y consistirá en una puesta en contexto del autor y la obra y un análisis de esta. No pretende ser intensivo sino enfocado en despertar la curiosidad por esta forma de escritura bastante relegada en este presente hipermediatizado. Para consultas: lucas.perata@hotmail.com.

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