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Los Carteros de la zona en la pruerta de la sucursal que en ese entonces estaba en Mitre 2430, Castelar
Los Carteros de la zona en la pruerta de la sucursal que en ese entonces estaba en Mitre 2430, Castelar
Ramón Sarmiento
Ramón Sarmiento
Ramón Sarmiento entregando cartas en Castelar
Ramón Sarmiento entregando cartas en Castelar
Los carteros de la zona en el almuerzo de fin de año en el club 77 de Morón
Los carteros de la zona en el almuerzo de fin de año en el club 77 de Morón
 Oscar Suarez y la correspondencia con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
Oscar Suarez y la correspondencia con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
La correspondencia de Oscar Suarez con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
La correspondencia de Oscar Suarez con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
La correspondencia de Oscar Suarez con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
La correspondencia de Oscar Suarez con su familia mientras realizaba el servicio militar. La misma era entregada a su familia por Ramón.
Ramón Sarmiento
Ramón Sarmiento
Ramón Sarmiento entregando cartas en Castelar
Ramón Sarmiento entregando cartas en Castelar
Ramón Sarmiento y a su derecha Oscar Héctor Suarez quien recibiera a sus 18 años la carta para la presentación al servicio militar. Aun conserva la misma.
Ramón Sarmiento y a su derecha Oscar Héctor Suarez quien recibiera a sus 18 años la carta para la presentación al servicio militar. Aun conserva la misma.
Sociedad
30 May 2015

Ramón Sarmiento: 40 años entregando cartas en Castelar

El vecino, cartero, conoce la historia de media ciudad. Cartas, amores, afectos, noticias y telegramas todos los días y en bicicleta. "Alem no tenía cordones y Salcedo no tenía vereda", recordó ante Castelar Digital.
Los perros, la lluvia y las pinchaduras son sus enemigos. La bicicleta es su tótem sagrado, la cartera su herramienta. Su misión, entregar la correspondencia a los vecinos de un sector de Castelar. Ramón es cartero. Lleva 40 años recorriendo las calles del barrio llevando noticias, afectos, caricias y palabras a cada habitante. Antes abundaban las cartas de familia a familia, luego fueron telegramas y certificadas. Ahora son facturas y multas, pero el cartero siempre recorrió la ciudad y conoce la cara de cada uno de los destinatarios y muchos remitentes.

“Empecé en el 74. Antes un amigo me anotó como mensajero, pero tenía 15 años. A los 19 me llamaron”, recuerda Ramón Sarmiento de cómo inició su vida en el Correo Argentino. En aquellas épocas Castelar era distinto y la manera popular de comunicarse también. No existía Internet, por lo que los E-mails eran elementos de la ciencia ficción, como los teléfonos móviles, los mensajes de texto, las redes sociales y los medios de comunicación interpersonales actuales. Pocas casas tenían teléfono fijo y la correspondencia era el medio ideal para comunicarse a largas distancias. El correo aéreo unía con otros países y continentes y eran los carteros quienes diariamente recorrían el barrio entregándole a cada cual el sobre que le correspondía.  “En la época que yo entré era mucha la cantidad de correspondencia, de acá, de las provincias, de Europa. Era impresionante la cantidad de gente que se escribía, numerosas  boletas municipales, y  después comenzamos a entregar muchas boletas de teléfono también. Al venir la internet y el E-mail, empezó a mermar la correspondencia ‘doña rosa’, la carta de familia a familia, pero se multiplicaron las boletas; de internet, de celulares, de patente de auto. Mucha cantidad, pero todo de facturas. Sigue entrando rentas, pero antiguamente nosotros sacábamos municipal, rentas, gas, agua, luz. Y en el correo clasificábamos y hacía una fila de cartas larga, siempre hubo mucho”, recordó Ramón ante las consultas de Castelar Digital.

El Correo Argentino en su sucursal de Castelar tiene su sede en la calle Martín Irigoyen al 400, a metros de la plaza seca, también cuenta con un depósito sobre la calle Sarmiento, pero antes supo estar sobre Mitre y antes aún sobre Almafuerte, frente a la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Pompeya. “Ahí empecé a trabajar yo, frente a la iglesia. Cuando entré primero me enseñaron, me mandaron con un cartero viejo que me enseñó el oficio. Los primeros pasos fueron en el barrio Seré. En Castelar había un cartero que lo echaron. Cuando quedó el reparto vacío, terminando el 75, empecé acá en el barrio. Ya son 40 años. Toda zona norte, Loma Verde se llamaba antes. Primero un radio de Sarmiento a la colectora, de Lebensohn a Zapiola, después ese radio se fue modificando; durante mucho tiempo empezaba en Arias y Carlos Casares, después ahí me venía por Casares hasta Alem y de ahí a Zapiola y Alem era mi radio. Castelar era lindo, es lindo, pero ahora parecería diferente. Uno se acostumbra tanto acá, conoces a todos. Eso facilita la tarea, siempre se destacaban las viviendas, las casas de Castelar, pero esta zona siempre fue distinta a Ayerza o barrios de lindas casas. Acá era más de laburantes, obreros, cada uno con su linda casita. Pero era más humilde”, señaló el cartero.

Castelar era distinto, pero diariamente y calle a calle, sus características se fueron marcando en los ojos de Ramón: “Recuerdo de Alem que no tenía cordones, me acuerdo de Salcedo, que no tenía vereda. En Salcedo y Montes había un almacén de ramos generales, cuando yo empecé estaba el palenque todavía en la esquina. Me acuerdo que Tucumán no tenía asfalto, eran todas calles de tierra. Algunas calles tenían asfalto pero la mayoría no. Siempre hacia el recorrido en bicicleta, el tema era tener un palito para sacar el barro de la rueda! Vos dejabas la bicicleta, no le decías a nadie, la dejabas ahí, porque la bicicleta del cartero era sagrada, no la tocaba nadie. Vos ibas con el paquete, dejabas toda la correspondencia y volvías y estaba ahí. O llegar a una esquina que viniera un vecino y te dijera, ‘las cartas de quien son? Dejalas, dejámelas a mí que yo se las reparto’. Siempre gente muy buena, macanuda”.

“Era un acontecimiento la llegada del cartero, la gente estaba esperando que llegue la carta de un familiar. Era lindo porque uno se sentía respetado, se sentía cómodo, o tal vez como que era alguien, cómo te recibían. Si era urgente, o certificada, había que firmar, y te hacían pasar, te invitaban a comer. Después esas carta dejaron de estar, y aparecieron las facturas, o los telegramas, carta documento… hoy la gente sabe que si tocas timbre no es algo bueno”, rememoró.

Castelar cómo el país fue cambiando y el correo no estuvo al margen de las nuevas políticas y las nuevas costumbres. La bicicleta del cartero dejó de ser sagrada, mientras las cartas comenzaron a desaparecer para darle paso a las facturas. “En las primeras épocas podía dejar la bicicleta, hacer dos vueltas manzana y la bicicleta no la tocaba nadie. La bicicleta del cartero era sagrada. Ahora la tenés que tener siempre adelante, mirándola. Te das vuelta y no está, son otros tiempos. La correspondencia mermó cuando vino el problema de la privatización. Fue todo muy orquestado. Así como cuando yo dejaba la bicicleta en la esquina y nadie te la tocaba. En el correo la correspondencia venía periódicamente, el camión que la traía del correo central, arrancaba en Ciudadela, hacía el Sarmiento hasta Francisco Álvarez y volvía. Entonces cuando traían la correspondencia que mandaba la gente, paraba en todas las estaciones. Acá había fabricas que recibían por día 10 cheques. Cuando empezó la privatización, se empezaron a robar los camiones en Ciudadela. Entonces la fábrica en vez de recibir diez cheques por día, empezaron a recibir uno. Pero nadie decía qué había pasado. Nosotros sabíamos que no le llegaban los cheques porque habían robado y eso no salía en los diarios. Y se empezó a hacer habitual. No me robaban la bicicleta, me robaban el paquete. Así se fue pergeñando la privatización, ir tirando abajo el correo. Cuando le dan a Macri por 30 años la concesión del correo muchísima gente dejó de creer en el correo porque la correspondencia se iba perdiendo y nadie decía por qué.  Ahí fue la época donde baja y después reaparece, me acuerdo las palabras de Menem y Cavallo, privatizar el Correo porque daba pérdida.  Inmediatamente surgieron como 900 correos nuevos privados, todos querían tener correo, pagando el canon anual”.

El barro, la lluvia, los perros y las pinchaduras

La correspondencia no conoce de lluvias, barros o problemas técnicos, debe llegar a destino para transmitir la información, los saludos y los mensajes queridos, o no tanto, a sus destinatarios. Las tormentas, las calles anegadas y hasta los perros y sus dientes no pueden frenar el trabajo del cartero:  “El barro era terrible, vos venías con peso en la bicicleta, y no podías andar. Además, hay gente que a uno lo ve re mojado, que está llamando y se asoman y no quieren salir porque no se quieren mojar…  hay de todo, pero la mayoría macanuda. El perro es un tema serio, la gente no mide el peligro que son los perros en la calle. Hay gente que le pone agua y comida al perro de la calle… si vos querés tener un perro metelo en tu casa. El perro de la calle que le dan comida toma esa casa como territorio. Si yo voy a golpear la puerta, el perro me ataca y la gente no se hace cargo porque el perro es de la calle.  ¡O los perros que sacan la cabeza por la reja! Todo muy lindo, pero yo casa donde hay un perro no entro. Legalmente toda casa tiene que tener un buzón y un timbre. Pero si no tienen perro, entro, les dejo la carta y después me voy, con la seguridad de que no me va a pasar nada. La gente tiene buzón y tiene el perro suelto, cuando vos querés meter la carta en el buzón, el perro te ataca. Toco y no hay nadie, yo tiro la carta para adentro. Después la gente se enoja, pero qué quiere que haga, tienen perro. La gente cree que el perro los va a salvar y termina haciendo daño al vecino o al que está trabajando. Uno les dice una, dos, tres veces. Te hacen pasar y está el perro ahí. No sé si es que todos los carteros tenemos miedo, yo tengo miedo. En la última mordedura, me quedé pensando. En Curuchet y Eslovenia, donde está el Jumbo, en la esquina. Yo pasé y el perro estaba ahí. Pasé y no me hizo nada, pero a los dos o tres metros sentí que me apretaba algo y tiré la pierna para adelante y me desgarró el pedazo”, cuenta Ramón señalando la cicatriz que lleva en la pierna. Son más de una docena las huellas dejadas en sus piernas por los perros del barrio. En esta última oportunidad necesitó varios días de reposo hasta lograr sanar el desgarro sufrido. 

“La lluvia es el otro enemigo del cartero. En la ley del correo, el día de lluvia el cartero sale igual. Ahora cambiaron las cosas, el equipo de lluvia es una capa que se vuela. Uno anda con papeles. No vas a repartir soda, son papeles. Yo te tengo que entregar una carta importante no te la puedo traer mojada o desteñida por la mochila de cuero. Y si no salías a la calle te labraban un acta, aunque estuvieran cayendo piedras. Ahora que se implementó el código de tracking, que es para el control de la correspondencia, tienen un código de barra, hay que sacarlo de la carta, pegarlo en la carpeta. ¿Cómo haces con el día de lluvia? Yo vi un día a un cartero trabajando con paraguas. Y me puse yo con el paraguas, no fue del correo, fue mío. Siempre que se pueda, porque si hay viento, te rompe el paraguas, uno se lo va rebuscando como puede. En los días de mucho calor también. Estos últimos tiempos que ha aumentado muchísimo la temperatura, uno lo siente. Recomiendan no exponerse al sol de las 10 a las 5 de la tarde, y es el horario nuestro. Donde uno puede llegar, llega. Tampoco podemos quejarnos mucho, porque no hay respaldo, no podemos recortar… en la época de mosquitos nos dieron un repelente, pero no te dan un protector solar”, destacó el cartero.

La bicicleta es la compañera del cartero. Diariamente se transforma en su movilidad y su más preciada herramienta de trabajo ya que le permite cumplir con las entregas en tiempo y forma. Pero la bici no es invencible y las pinchaduras son algo común en las calles del barrio. “Pinchas una goma y es media hora perdida, tenés que emparchar. O buscar una bicicletería, y si no hay abierta, es un tema. Hay bicicleteros que no te quieren emparchar en el momento también. El día de lluvia es más probable que pinches porque la basura se va al medio de la calle. Yo llevo varias cámaras en la cartera, cuando pincho, saco, pongo cámara nueva y sigo. Después emparcho la vieja. Últimamente pincho mucho con el alambre del cepillo de los barrenderos, que tiene un alambre muy duro, sino un vidrio, o algo. Y pinchas, cambias y a las tres cuadras pinchas de vuelta, y te querés matar, porque no limpiaste bien la cubierta o porque pisaste otra cosa. Y después tenés que seguir”.

Vecinos y anécdotas

Con el paso de los años, Ramón se transformó en un amigo más de muchos de los habitantes del barrio que recibían sus cartas. Así conoció historias y fue parte de las conexiones y comunicaciones de las familias. Al día de hoy muchos lo reciben en su propia casa. Empero, el vínculo del Cartero con Castelar y los vecinos comenzó antes de su ingreso al Correo. “Nací en el Hospital de Morón y viví y fui criado en el viejo y querido barrio Gaona. Yo antes de entrar al correo, vendía churros ahí en el Alfa (fábrica textil ubicada en el predio del actual Plaza Oeste). Toda la gente de alrededor trabajaba en el Alfa. A mis 12 años, mi viejo se enfermó, y la mayor era mi hermana pero estaba casada, eramos tres hermanos más, pero el que seguía era yo, así que hubo que salir a buscar el mango. Lo primero que hice, me consiguieron para vender churros.  La churrería estaba en Santamarina y Vergara, en las Seis Esquinas, al lado del mercado Richi. El primer día que salgo a vender me mandaron a la tarde, el churro es más de la mañana, el de la tarde es por pedido, ya era como que no sale. Salía con la bicicleta de mi viejo, porque él estaba internado. Bicicleta de hombre, con el caño, y portaequipaje atrás, atrás puse la canasta. No sé si habré vendido una docena… ¡Otra docena me comí yo! En casa no conocíamos los churros. Sin vender mucho venía esa tarde con 8 docenas de churros, eso ya no tenía devolución a la fábrica, ya lo había pagado. Venía por Santamaría, Gaona era toda de tierra, que tenía la huella de los carros, y venía saltando la huella y en un salto se me cae la canasta con todos los churros…¿Y qué iba a hacer? Los junté y a la canasta, volví a casa con mis hermanos y estuvimos una semana comiendo churros! Mis hermanos estaban con un churro en cada mano, para nosotros eran una novedad. Después me puse más canchero, me fui acomodando, mi mamá me dio un mantelito, me compré pinza, pito, bolsitas. Laburaba desde las 7 a las 10 de la mañana y era un jornal de un obrero de todo el día. Yo lo compraba a 7 pesos la docena y las vendía a 21”, recordó Ramón mientras comía un churro invitado por sus vecinas, Beatriz y Haydee Oliva.

La entrevista a Ramón se realizó en la casa de “Las Oliva”, tal como las conoce el barrio. Las hermanas tienen muchas anécdotas sobre las calles por dónde comenzó a trabajar Ramón y él certifica que son ciertas. También otro vecino, Arquitecto Oscar Héctor Suarez, participó del encuentro y sumó su historia con el cartero. “Cuando yo tenía 18 años, Ramón me trajo la carta para la presentación del servicio militar, todavía la conservo. Me tocó al año siguiente partir a  Puerto Santa Cruz. Y entonces me comunicaba por carta con mi familia, enviaba acá a Castelar, y después esperaba a recibir la respuesta. Llevaba un tiempo largo recibir noticias. Lo pasé lindo en Santa Cruz. Era el primer año de la democracia, lo hice en el 84. No había celulares, ni internet, nada, yo recibía noticias de mi familia cada 15 días y con ellas venían los recortes con mi querido Deportivo Morón, los recortes de la tabla de posiciones. Recibí así periódicamente las noticias y la posición de Morón. El servicio militar lo hice después de Malvinas y sobre eso no se hablaba”, rememoró el vecino.

Las Oliva completaron el panorama del barrio: “Vivimos en esta casa desde el año 38, siempre vivimos acá, lo mejor. Castelar era lo más hermoso. Cuando llovía para cruzar la calle poníamos un poste, como puente. Salías, te embarrabas los zapatos, y antes de viajar te los sacabas y te ponías los limpios y dejabas el tuyo en fila en la vereda. Volvías y nadie se había llevado el tuyo, todos los poníamos en fila. Hidalgo siempre fue alta, acá enfrente había lomas y en la plazoleta estaba el Tiro Federal, había caballos, gente. Eran todas quintas. Los vecinos que somos de acá, todos de la misma edad. Vos te levantabas a la mañana y sentías el olorcito a las plantas, y la panadería. Existía el club San Martín. Estaba delimitado por las calles Salcedo, Tucumán, Rojas y Ranchos. Y después, salteando la manzana del medio, entre Bragado, Salcedo y Tucumán, estaba el Juventud. Y se jugaban siempre y cuando terminaban los partidos se armaba la gresca. Recuerdo que cada uno se llevaba su sillita para mirar cómodo el partido”.
Las anécdotas se suceden, las historias y los recuerdos de vecinos de antaño. Nombres de habitantes célebres del barrio como los Botinelli, los Tabor, Auce, Gotter y hasta el atleta  Guillermo Wesler, pasando por el músico Walter Soria y la Madre de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas: “Había una casa muy bonita en en Alem 1420 que era de Botinelli. Y al lado vivían los Heinze. Había un galpón en Alem 1400. Había dos hermanos que hacían carburación, pero antiguamente dicen que hasta vino Gardel, porque había algo así como un casino, una cosita de esa, juego clandestino… son comentarios de la gente. Tabor está más cerca de la farmacia, ahora donde Olmo tiene el depósito, ahí había un chalet hermoso de los Heinze, hasta hace poco estaba la señora Ana, ahora están los hijos. Lastosa, el lechero, un vasco que llevaba un carro a caballo, él caminaba y el caballo iba obediente al lado. El Vasco aparte donde veía una canilla le tiraba agua a la leche”, recordaron los vecinos entre carcajadas.

 40 años de vida en las calles de Castelar llenaron a Ramón de recuerdos: “hay muchas, uno va conviviendo con esas historias. El cartero va conociendo la vida de todos, porque son muchos años. La calle Sánchez es de tierra, siempre de tierra, y me puse a pensar cuantas veces entré en esa calle. Y son 10.000 y pico de veces, yo paso un minuto, entro, dejo la carta, o hago firmar y me voy, pocas veces me pongo a charlar, porque el tiempo no me da. Tiene que no haber venido correspondencia, o pasó algo. Pero no, uno no charla, no se quiere inmiscuir, es sobre todo lo visual, el comentario, pero vas mirando todos los días. Vas relacionando y entendés, o no entendés nada y se fue el mensaje y chau. No es que uno tenga una interlocución de mucho tiempo. Es un rompecabezas en cuotas”, finalizó el vecino.

Ramón continúa entregando cartas, saludando vecinos, acercando afectos. Aún se lo puede ver los días de semana recorriendo el barrio, siempre sobre su bicicleta y cuidando, celosamente, la cartera con las cartas, aquellas que lo unieron a Castelar ya desde su juventud. 

Entrevista y fotos: Gabriel E. Colonna
Redacción: Leandro Fernandez Vivas

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