En 1952 un As de la fuerza aérea alemana sobrevoló Castelar
Lejos habían quedado las diferencias generadas por la contienda bélica. Pero no así su técnica y conocimiento sobre aviones de combate. Galland había terminado la guerra volando y comandando los aviones Messerschmitt Me 262, los primeros aviones a reacción en entrar en combate. Ahora, casi 10 años después de su último vuelo, hacía lo propio a los mandos del Gloster Meteor, el rival directo de su Me 262, el cual era el primer reactor en servir en Latinoamérica, en manos de la, en ese entonces, nueva Fuerza Aérea Argentina.
La Fuerza Aérea nació como ala independiente del Ejército en enero de 1945. Si bien ya desde 1912 volaban maquinas militares en El Palomar y otros puntos del país, recién en la década del 40 nace la que llegaría a ser una de las fuerzas más poderosas y dinámicas de la región.
La Segunda Guerra llegaba a su fin y Argentina había logrado grandes réditos comerciales con las potencias en pugna. Así, parte de los beneficios de la venta de alimentos y materias primas a Gran Bretaña se materializaron en aviones. Entre cientos de máquinas, que incluían bombarderos Avro Lincoln y Avro Lancaster, y aviones bimotores de transporte como el De Havilland Dove, destacaron los esbeltos Gloster Meteor IV, poderosos interceptores a reacción que se transformaron en la punta de lanza de la nueva fuerza siendo material tecnológicamente avanzado en comparación con lo que volaba en la región.
La Argentina recibió, en distintos lotes, 100 Gloster enviados directamente desde Gran Bretaña, pero sólo un puñado de pilotos habían sido entrenados para poder volarlos. Se necesitaba experiencia y conocimientos. Tras la caída de Alemania, las potencias se disputaron los conocimientos técnicos y científicos de los derrotados. Argentina también, así llegó el Ingeniero Kurt Tank, responsable del diseño y construcción de varios aviones europeos y, posteriormente del avión argentino Pulqui II. Con él llegaron pilotos y la experiencia que necesitaba la Fuerza Aérea.
“Galland llega a la Argentina en 1947. En un buque, huyendo de Europa. Fue autorizado por los aliados a salir del continente, y aprovechó que en Argentina estaba Tank con el proyecto Pulqui II. Kurt Tank le propone venir con otros técnicos y se viene. El Ministerio de Aeronáutica lo contrata como asesor aprovechando su experiencia”, explicó a Castelar Digital el Suboficial Principal Walter Marcelo Bentancor, historiador aeronáutico autor del libro El General De los Cazas, la obra que cuenta la vida de Adolf Galland en Argentina.
“La misión de Galland fue aportar todo su conocimiento a los pilotos en materia de ataque a tierra, todo lo que era el tema de vuelo en formación, los argentinos aprendieron la formación Dedos de la Mano utilizada en la Segunda Guerra Mundial, que fue empleada acá por primera vez en el año 1951. Además de eso, Galland ofrecía conferencias en las distintas unidades de la fuerza, donde contaba sus experiencias durante la guerra. En un principio su destino fue la brigada de El Palomar y después en el comando Aéreo, en Ezeiza y en Capital”, destacó Bentancor quién es vecino de San Antonio de Padua.
La Fuerza Aérea crecía y aprendía de quienes habían volado hacía muy poco en la mayor guerra del Siglo XX. A medida que los Gloster llegaban y que eran puestos a punto, se destinaban a las bases que lo operaban, así volaron en Ezeiza y Tandil. En 1951 se crea en el entonces Aeropuerto Rivadavia la VII Brigada Aérea de Morón a donde se destina un gran lote de Gloster Meteor IV. “El gobierno de Juan Domingo Perón decide trasladar los Gloster a Morón, para que sea la defensa aérea del gobierno en caso de alguna sublevación. Morón se convierte así en una de las bases aéreas más poderosas de Latinoamérica por contar con los Gloster”.
La vida de los Gloster en la región está unida con la de Castelar y los vecinos más grandes del barrio. Además de las anécdotas y recuerdos por sus vuelos y maniobras, un accidente fatal marcó a fuego la memoria colectiva de la comunidad y aumentó los cuidados a la hora de volar sobre zonas pobladas. En marzo de 1958 un Gloster Meteor se estrelló en Castelar Sur matando a una decena de alumnos de la escuela primaria Nº 17. (Ver: Gloster, terror en Castelar). “Los Gloster eran familiares para la zona. Todos los mayores de 60 tienen una anécdota con un Gloster. Para la época eran de avanzada pero eran básicos. Tener un percance con el Gloster era la muerte. La escapatoria del piloto era muy difícil. A partir del accidente del 58 y debido a las quejas se reduce la actividad”, señaló el historiador.
La vida de Galland en Argentina estuvo marcada por su actividad aérea, por sus enseñanzas y por la impronta dejada en los pilotos de la Fuerza. “Uno de sus más importantes legados, fue la creación del primer reglamento para la caza interceptora. Un reglamento orgánico, que se utilizó en la Guerra de Malvinas, no perdió vigencia”, señaló Bentancor.
El libro El General de los Cazas muestra cuán distinto era el país 50 años atrás. Con una pujante aeronáutica y con las posibilidades de desarrollo de tecnologías de punta. Los proyectos Pulqui 1 y 2 son el ejemplo, (primeros aviones a reacciones de América Latina y dentro de los 10 primeros en el mundo). También cuenta cómo Argentina dejó de lado las diferencias bélicas y los rencores de la Segunda Guerra para recibir a un experimentado piloto. “Galland voló para el régimen nazi, pero él no era simpatizante, sino que cumplía su función de soldado. Cuando estaba terminando la guerra, Galland cae prisionero y colabora con los aliados enseñándoles técnicas de los aviones a reacción”.
Ya en Argentina continuó con esas enseñanzas y llegó a volar el que era la máxima tecnología de sus antiguos enemigos. “Hay tres vuelos constatados de Galland en Gloster para enseñar las técnicas de ataque. Que luego se utilizaron en 1955 cuando los Gloster participan en esas acciones bélicas”.
Walter Bentancor se sumergió en la vida del General de los Cazas casi sin querer. Miembro de la Fuerza Aérea desde los ochenta, gran parte de su vida la pasó entre alerones, hélices y motores. Su primer contacto con los aviones fue de chico, de la mano de su abuelo, también suboficial de la Fuerza. “Él me contaba la historia de oro de la aeronáutica. Mi abuelo volaba en los bombarderos, era mecánico de armamentos; entonces todas las historias que el me contaba de chico yo las fui absorbiendo. Y en determinado momento de mi vida, allá por 1999, adquirí el libro de Burzaco (Las Alas de Perón) en donde volví a encontrarme con las historias que contaba mi abuelo. Todos los proyectos, el Pulqui, los Gloster, todos los aviones que se fabricaban en Córdoba. Y un párrafo de Burzaco en donde se lo dedica a los técnicos aeronáuticos alemanes, que estuvieron trabajando en Argentina durante la primera y segunda presidencia de Perón. Entre ellas las figuras más destacadas era Hans Rudel y Adolf Gallan. Cuando yo leí Gallland me sonaba, aparte había vivido en Ciudad Jardín en El Palomar, donde yo había vivido. Aparte cuando era chico armé una maqueta de Messerschmitt que era el de Galland. Seguí uniendo cabos y me interioricé. Galland terminó la Segunda Guerra Mundial con 104 derribos. Era reconocido por los aliados como un piloto brillante y llego a ser general con 28 años de edad. Fue así que me propuse dar a conocer la historia de Galland en Argentina. Además, fue como hacerle un homenaje a mi abuelo, Suboficial Mayor de la Aeronáutica Argentina, con el cual pasé parte de mi infancia”, reseñó el historiador.
Galland no sólo se dedicó al mundo militar, en sus ratos libres era común que volara en aviones de pequeño porte desde el Aeródromo de San Justo, o también que practicara vuelo a vela en el Club Cóndor, una organización de planeadores de origen alemán que hoy se encuentra en Zárate. Despegando de Merlo, Galland sobrevolaba el conurbano en planeadores, sólo impulsado por el viento.
A mediados de la década del 50 Galland recibe el ofrecimiento de su país de hacerse cargo de la que sería la nueva Fuerza Aérea Alemana. El piloto debió elegir entre dejar su nueva vida en Sudamérica por las posibilidades que le presentaba Europa. Durante sus años en Argentina escribió y editó su libro “Los primeros y los últimos” en el que relata sus experiencias en la guerra. Ante la decisión de partir, la Fuerza Aérea Argentina lo nombra Aviador Honoris Causa. Tras siete años en una tierra de paz y grandes extensiones, con aviones y compañeros, decide regresar a su patria. Allí el destino le propuso otro camino y tras no ser designado por temas políticos como el nuevo jefe de la Luftwaffe se transformó en un hombre de negocios. “He hablado con su viuda, con la última porque tuvo tres esposas, y me confesó que el período en el que estuvo en Argentina fue uno de los más lindos de su vida, él siempre lo dijo”, finalizó Bentancor.
El legado de Galland se materializó al poco tiempo de su partida de Argentina. Sus enseñanzas se llevaron a la práctica en los intentos de derrocamiento del presidente Perón y en el definitivo golpe de estado de 1955. Tanto las fuerzas leales como las rebeldes utilizaron formaciones y tácticas de ataque enseñadas por Galland. Casi 30 años después de su asesoramiento, pilotos que no lo conocieron aplicaron conceptos de su manual durante la Guerra de Malvinas.
El libro el General de los Cazas se editó por primera vez en 2008 y tras la continuación del trabajo y la ampliación, tuvo una segunda edición en 2013. La presentación se realizó en la Base Aérea de Morón. Bentancor, quien se desempeñó en la base, dentro del Museo Nacional de Aeronáutica entre 2009 y 2011, eligió este lugar por su carga histórica y por ser el lugar desde donde Galland partió por primera vez a los mandos de un Gloster Meteor. El 20 de noviembre de 1952, a 7 años de su última misión de combate, Adolf Galland, de traje y con un habano en su boca, se elevó por primera vez en el Gloster Meteor IV desde la pista de Morón. A gran velocidad y ante un cielo limpio, el General de los cazas voló sobre Castelar.
Entrevista, redacción y fotos: Leandro Fernandez Vivas