Avionero: cuando la pasión llega desde el cielo
Por: Leandro Fernández Vivas.ASSA 99 no fue un festival más de los muchos que se hicieron en Morón o en las demás bases del oeste (Ver: La sorprendente historia del mayor festival aéreo internacional realizado en la Base de Morón). Fue el festival en el que me convertí en avionero, en el que descubrí que había algo en el cielo que atrapaba toda mi atención y me volvía loco.
“Siempre hice un paralelismo entre aviones, armas y automóviles porque son las cosas que a los hombres y mujeres nos fascinan (…) fanáticos no faltan. Son como la mosca al dulce, donde haya aviones, fanáticos no van a faltar”, contó Raúl Ceconi en la nota que recopila la historia de ASSA 99 y no se equivocó. Siempre hay fanáticos, ya sea del deporte, de algún club, de alguna marca en particular; pero el avionero es un fanático especial. El avionero es un fanático colmado de esperanza, que sabe esperar aquel único fin de semana al año que podrá ver aviones. Agradecidos aquellos que tienen varias fechas, pero en los últimos años las posibilidades se han reducido mucho, pero la esperanza no disminuye. El avionero no necesariamente trabaja de algo relacionado con aviones, habitualmente no es piloto o no es técnico mecánico de aeronaves, no está vinculado a la industria aeronáutica, pero tiene en su casa un rinconcito dedicado a los aviones. Ya sea porque arma maquetas, porque apila revistas o porque en su PC conserva aquellas fotos únicas, que lo tienen como protagonista a la par de las alas que ama.
El avionero mira al cielo cada vez que escucha el sonido de un motor. Y si se trata de una ‘turbina’ es capaz de correr a un patio, subir a una terraza o salir a la vereda para identificar de qué nave se trata. Si el sonido denota un motor militar, la corrida es más intensa, más urgente. El avionero lee, busca en internet la información que antes sólo conseguía en revistas especializadas. Aún conserva como su propia biblia las viejas Aeroespacio y Alas, entre algunas Pista 18 o Avión Revue. Y Está atento a las noticias aeronáuticas, a cuando en algún canal de la tele aparece algún programa especial o cuando aparece un nuevo rumor, de los muchos que hubo, sobre un nuevo avión de combate, nuevo o viejo, que podría surcar los cielos del país. El fanático de los aviones sigue a los periodistas aeronáuticos, aprende de ellos, y persigue cada rumor o chimento. Además, después, ama, adora que le pregunten sobre aviones, es su momento para brillar aunque termine aturdiendo a su interlocutor y cansando en la temática. El avionero sabe de Malvinas, leyó sobre la Guerra de Malvinas y las heroicas misiones de los pilotos argentinos peinando las olas para atacar los buques ingleses. Incluso conserva como si se tratase de un trofeo la firma de algún piloto en las primeras páginas de un libro. Con la misma mano que comandó su avión, Carballo, Tucu Cervera, Pipi Sánchez o Gerardo Isáac firmaron su ajado libro, ahora su mayor tesoro.
A diferencia de otros fanáticos, el avionero no tiene equipo ni bandera. Pueden estar aquellos que disfruten más la aviación militar que la civil o comercial, que prefieran los aviones de factura rusa o norteamericana (aunque los más bellos son franceses) o que defiendan la industria nacional por sobre la extranjera, pero con honestidad ninguno llegaría a enojarse, insultar o denigrar al otro avionero sólo por sus gustos o preferencias. El avionero no tiene bandera pero si tiene camiseta y tiene un montón. Aquella remera que se mandó a hacer con una foto del avión que le gustaba y no quedó tan bien. La otra que compró en un stand caro en un festival y las otras que encontró en internet o se topó en la feria de Mataderos. Ninguna, cuando viejas, llega a trapo. Pueden ser pijama, pero no dejarán de ser una remera de aviones.
El avionero también está atento a los festivales. Hay fechas claves, ineludibles, y otras que aparecen casi por azar. A mediados de marzo el encuentro es en General Rodríguez cuando convoca la Experimental Aircraft Association, pero las fechas indiscutibles son el 1 de mayo y el 10 de agosto, Bautismo de Fuego y Día de la Fuerza Aérea Argentina, respectivamente. Con el citado Mono, mi amigo avionero, aquel con el que más aventuras con olor a nafta de avión he vivido, nos rateamos del colegio todas las veces que fue necesario para asistir a las ceremonias de la Fuerza Aérea, ya sean en El Palomar o en Morón.
En rigor de verdad, el primer festival que visité fue también en Morón a mediados de los noventa acompañando a mi primo Hernán, otro avionero de ley. Luego fue el turno de Palomar 98, otro recordado encuentro avionero. Allí, con 13 años y viendo sobre mi cabeza los nuevos, recién llegados, A-4AR FightingHawk, empecé a sentir adentro mío ese hervor, esa necesidad de saber qué era aquello que tanto me llamaba la atención. ASSA 99 me mostró el camino y tuvo una coincidencia particular, mi cumpleaños lo celebré allí mismo. Inicié mis 14 mirando aviones en el cielo de mi Castelar. En ASSA compré mi primera revista Aeroespacio, una edición vieja con dos A-4 Skyhawk en tapa que aún conservo. Mi primo me regaló una remera que elegí ahí en la marea de gente dentro de un hangar, recuerdo el dibujo del Dagger mostrando sus dientes estampado sobre algodón blanco. La pequeña cámara pocket 110, aquella que llevaba el rollo de fotos en un diminuto casette, fue la mejor herramienta, y única, para inmortalizar tan importante festival. También llené mi mochila de folletos, ASSA estaba lleno de empresas de todo el mundo con ganas de promocionar sus productos y servicios y yo acepté todo folleto que tuviese algún avión interesante impreso. Después esas imágenes decoraron carpetas, carátulas y paredes. Algunos más audaces entregaban regalos, aún conservo en el fondo de un cajón una pequeña linterna naranja con la firma promocional de Northrop Grumman, otro tesoro. ASSA 99 fueron varios días y podría decir que asistí en cada jornada, pero en realidad ingresé de manera legal un solo día. Los demás estuvimos con Gustavo, otro amigo avionero pero de aquellos que después transformó su pasión en profesión, mirando el show desde el otro lado del alambrado y en sectores de la base donde entrabamos a jugar sólo los chicos del barrio, aunque en esos días éramos muchos más. Después vinieron otros encuentros avioneros, Jornadas de Puertas Abiertas, festivales y escapadas. Mi vuelo de bautismo fue en el Festival Aéreo de Mercedes en un soviético AN-2 y tuvimos la oportunidad, gracias al periodismo, de volar en un C-130 Hércules de la Fuerza Aérea Argentina, cumpliendo otro sueño avionero. Hemos ido a Córdoba, San Luis, Mendoza, Comodoro Rivadavia, Paraná, Baradero y Quilmes como destinos avioneros para cumplir con nuestra pasión. Aprendimos a quedarnos hasta el último rayito de sol, para ver los últimos despegues y sacar esas fotos a contraluz con brillos dorados. También a esperar y mirar, siempre hay algo nuevo para ver, algo con lo que seguir llenando las ansias del avionero.
Los avioneros somos fanáticos, enamorados de los aviones. Fanáticos pero distintos, como los aviones: tenemos carácteristicas comunes, pero son las diferencias lo que los hacen especiales. La pasión llegó desde el cielo y aterrizó en el corazón.
Leandro Fernández Vivas
Periodista
Técnico Universitario en Periodismo.
Director Periodístico en Castelar Digital.
Socio Fundador de Ocho Ojos.