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Rincón Literario
2 Jul 2014

"El color de la rosa" por Jorge Beade Harbin

En la línea A de subterráneos todavía funcionaban los trenes de madera. Héctor había subido en Primera Junta en el primer vagón porque le producía un extraño placer observar por la ventanilla frontal, la que estaba al costado de la cabina del conductor. Cuando podía, enfocaba la vista y se sentía parte del gusano de acero y madera que iba devorando las entrañas de la ciudad. Aquel día, llevaba una rosa roja que compró en el puesto de flores que hay en la boca del subte; el foco de sus pensamientos involuntariamente volvía a Cecilia, su enfermedad, todos estos meses atrapado entre la vida y la muerte de su amada y la incertidumbre. La maldita incertidumbre. Los estados de exaltación y depresión pasaban y se cruzaban a la manera en que los bolos de un malabarista con habilidad matemática se sostenían, atajaban y volvían a impulsarse de un estado a otro en ese juego perverso de la duda.
Pero mañana le darían el alta. Después de tanto tiempo volvería a su departamento, estaría en su lugar, dormiría en su cama, comería en su mesa comida real, retomarían las eternas discusiones sobre arte, sobre política, sobre todo lo que diera motivo para terminar en una pelea inocua y con un chiste estúpido que él instalaría en el momento justo. Podría solazarse con ese olor a óleos, trementina y pigmentos, ese olor que la transportaba a su mundo propio de indescriptible felicidad.  Con la esperanza de que, cuando sus músculos frágiles y consumidos se lo permitieran, volvería a pintar. 

¿En qué momento detectó la presencia de aquel sujeto? Hoy la memoria le negaba esa respuesta. ¿Habrá sido en Medrano, en J. M. Moreno? Realmente no tenía importancia, ahora nada tenía importancia…
 Lo que sí le importaba eran esos últimos minutos en el subte porque en ese preciso lugar lo vio. Un personaje gris como su traje, roído y abrillantado por el roce y la falta de limpieza; un tipo a grandes rasgos desprovisto de singularidad alguna, salvo por las cejas tupidas con algunas canas y terminando en punta hacia las sienes, o porque estaba sentado en el primer asiento con la vista contra la dirección de marcha (justamente en frente a mí), o porque sus ojos no parpadeaban y no se apartaban de mi vista. Comenzó a generarme una molestia que probablemente se traslucía en mi rostro; cuando estaba a punto de moverme para increparlo, se puso de pie. Hermosa flor, seguramente será para una bella persona.

Este tipo debe estar medio chiflado o me está provocando. Le digo algo para que se vaya, total falta poco para que me baje. Sin embargo, no lo hice. Me dijo algo sobre las flores y las clases de rosas, los colores y algo me pasó: demasiada educación pensé al rato. Por un exceso de locuacidad o por la necesidad de compartir la angustia, sin darme cuenta estaba contándole la historia de Cecilia, la enfermedad, que la iba a buscar al hospital porque mañana le dan de alta…  Estamos en Congreso, tengo que bajar creo que lo saludé y llegué escuchar: “Todo saldrá como está decidido”. 

El tren arrancó al tiempo que terminaban de cerrarse las puertas. Algo muy intenso sentí en cada uno de mis músculos, algo lacerante, indescriptible, me di media vuelta y vi su cara. A pesar del movimiento del convoy seguía con sus ojos fijos en mí, había una extraña sonrisa que más bien parecía una mezcla de satisfacción y desprecio, una mueca horrorosa que jamás olvidaría.
 
Cecilia no soltó la flor en todo el camino, cuando le ayudé a acomodarse en la cama me pidió uno de esos adornos de cristal con agua para mantenerla en la mesa de luz. Estaba feliz de volver, pero muy débil todavía. Rechazó la comida, tengo el estómago retorcido me dijo.  A pesar de haberme repetido que no tenía hambre le insistí hasta que accedió a probar algo. Le acerqué unas revistas y bajé hasta la rotisería de la esquina. Camino de vuelta, me para Tony, el diariero. ¿Cómo esta Cecilia? ¿Ya la dieron de alta? No quería pararme a charlar con el gordo, pero nos conocemos de toda la vida y le expliqué rápidamente los avances. ¿Viste lo del loco ese que agarraron? Era el capo de una secta satánica dicen. Mató a una mina en una ceremonia en un galpón de mataderos. ¡Mirá! ¡Mirá! Repetía mientras me mostraba la tapa de Crónica golpeando con la mano izquierda sobre la foto a modo de catarsis.

Se resolvió el misterio de las jóvenes asesinadas en ceremonias satánicas
A la policía le llevó más de siete meses descubrir la secta que se cobró la vida de cinco jóvenes mujeres. Desafortunadamente, llegaron tarde a la escena del crimen para salvar a la última víctima. Extraoficialmente se supo que el organizador es un sicópata que escapó en el 2010 del Instituto de Máxima Seguridad de Ituzaingó, provincia de Buenos Aires. Por el momento…

 Las cejas, la mirada de desprecio, el odio que exudaba a través de la tinta del diario. La repelencia me produjo arcadas. No había duda alguna de que era el tipo del subte, sentí una necesidad imperiosa e instintiva de volver al departamento y abrazar a Cecilia...
    
El tiempo había desaparecido, sabía que venía del puesto de Tony, que debía encontrar a Cecilia esperándolo, que había ido a buscar comida, que no tuvo paciencia de esperar el ascensor y corrió por las escaleras. Exhausto, con la respiración entrecortada, apenas atinó a la cerradura. ¡Cecilia, ya llegué!      El silencio aumentaba su ansiedad, su temor verdadero e inexplicable. Por un tiempo indeterminado, el espectáculo que encontró en la habitación le cortó el aliento. Las sábanas teñidas de un rojo oscuro contrastaban con la palidez extrema de su cuerpo exhausto. Los cortes profundos en las manos, brazos y cuello. La rosa que le llevó ayer al sanatorio y con tanto esmero había puesto a su lado, ahora estaba marchita, oscura, convertida en un cadáver color ceniza, como si el color rojo intenso que le daba vida, hubiera sido la sangre de su dueña. Por alguna extraña razón estaba seguro de que esto estaba relacionado con el tipo del subte.

Extraña muerte en un departamento del barrio de caballito. Joven mujer muere desangrada en su cama luego de larga internación, sospechan de su pareja que está detenido e incomunicado.

Jorge Beade Harbin es integrante del Taller literario de Marianela.

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