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Anécdotas
10 May 2006

"Castelhalloween" por Dante Pena

Hoy día, todo el mundo sabe que demonios es Halloween. Pero antes de que las películas americanas de serie "z" nos enseñaran su significado, en Castelar el terror era solo eso: "terror", ya fuera en Octubre o en Enero.
Algunos sitios y ciertas casas de mi barrio, tenían su mala fama; o su particular historia de terror infantil. Ya fueran por acontecimientos del pasado, o sólo por seguir la corriente de algún cuentacuentos que había empezado a correr la bola, para amenizar alguna noche de espanto y de historias del "hombre de la bolsa".

Hace unos 30 años, en los albores de mi adolescencia, me inquietaba terriblemente todo aquello relacionado con las prácticas espiritistas, tablas ouijas, invocaciones de espíritus errantes, casas abandonadas, asesinatos sin sentido, maullidos lastimeros de medianoche, y el precio de los churros rellenos con crema pastelera que mi viejo compraba los domingos por la mañana en una churreria familiar del lado sur.

En alguna otra anécdota pasada, hice mención, de la "tumba del accidentado". Pues bien. Dicha tumba es un bodoque de hormigón que esta justo en la esquina de la calle Italia, esquina con Cádiz. Cuando una se convierte en otra y viceversa. Un poco metido adentro de los terrenos del ferrocarril.

Hace muchos muchos años, a alguien se le ocurrió decir que era la tumba de un tipo que se suicidó al cruzar las vías del tren, y que como era un vagabundo, lo enterraron allí mismo. Y que por las noches su fantasma vagaba desprendiendo de su cuerpo destellos eléctricos, que eran los restos de la descarga que recibió al tocar el "tercer riel" . La broma consistía en ver quien se lo creía, y atarlo con un alambre o una soga, a la parte superior de dicha tumba. Y dejarlo un buen rato, hasta que se hiciera pis encima. O en casos extremos, dejarlo atado hasta que se desatara solo. (siempre que se pudiera desatar, claro).

Jamás supe realmente que significaba aquella estructura semiderruida de cemento. Al hacerme mayor, supuse que aquéllas historias eran evidentemente un cuento chino. Hasta que un día, pude observar un ramito de flores de plástico al pie de la "tumba". Vaya a saber si eran de alguien que había perdido a un ser querido en las vías del tren Sarmiento….Quién sabe.

Otro lugar tenebroso, era una casa de estilo indefinido, que estaba a unos 200 mtrs. De la estación de Castelar. Cruzando la barrera, y siguiendo derecho por la calle que sale a ella, ( de sentido contrario), la que hace esquina con la Pizzería Noi. (Ya me he olvidado el nombre). En esta calle, caminando hacia la Avenida Zeballos, de la mano derecha, encontrabas esta vivienda. Algo deteriorada, pero con señales de haber estado decorada con mayólicas, largos pasillos, y un ecléctico estilo pseudo colonial.

De día solo era una enorme casa deshabitada más. Pero de noche, el reflejo de la luna que estaba al fondo de la casa, creaba fantasmagóricas sombras sobre las baldosas de los pasillos. Y cuando soplaba algo de viento, se podían escuchar extraños silbidos que brotaban de las paredes laterales. Estas sombras, algunas provocadas por algunos arbustos bastardos, estaban en constante movimiento. Y alguna vez creí ver la silueta de un espectro caminando por entre las habitaciones.

Mas de una vez apuré el paso, al pasar delante de ella, cada vez que volvía de trabajar en el buffet del Club Castelar. Y eso que ya tenía mas de dieciséis años…
Un sitio con historia, eran los aledaños del hoy rebautizado "Vagón de las artes". Antediluviano diseño de principios de siglo, fue durante muchas décadas, depósito de herramientas, y restos herrumbrosos de partes del sistema de señalización de la zona de los talleres. Siempre rodeado de altos pastizales, fue el lugar de juegos de mi infancia. Allí sentado con mis amigos del pasaje Los Incas, inventábamos historias de las razones por las cuales estaba allí olvidado. Algunas eran acerca de que estaba maldito y siempre descarrilaba cada vez que se lo quería llevar de allí, otras versaban sobre la certeza de que fuera la prisión de un ser abominable que vivía dentro del él, y de vez en cuando, al ver que algún empleado del ferrocarril corría la cochambrosa puerta para buscar algo dentro del vagón, especulábamos con la posibilidad de que ocultaran dentro algún que otro cadáver.

A principios de los años setentas, la casa que está justo en la esquina de San Pedro y el Pasaje Los Incas, al lado de la vieja tranquera de madera. Estaba deshabitada y medio en ruinas. Algunas veces nos colábamos allí, con rifles hechos de palos de escoba, clavos y cachos de madera, jugando a "SWAT". Que estaba de moda por aquéllos años. Vidrios rotos, azulejos de esos verdes tipo "San Lorenzo", y restos de puertas podridas, no le otorgaban la categoría de "lugar tenebroso"; pero cierta tarde, pude escuchar un comentario de mi viejo, al llegar del trabajo…

Papá, estacionaba el dos caballos azul de la familia, dentro de esta propiedad. Sin pedir permiso, ya que se comentaba que era de una familia cubana que se había vuelto hacía muchos años a su país. Esa tarde le dijo a mi madre, que pudo ver a un linyera recostado en la pared del fondo, la que daba a la cocina de la casa.

Parece que el pobre tipo llevaba viviendo allí una semana mas o menos. Habría llegado dentro de algún vagón de leña vacío, o simplemente se había sentado a beberse una botella de vino tinto, disfrutando de la sombra de una vieja higuera que estaba entre esta propiedad y la vecina, donde ahora hay una pileta de natación.

A mi vieja le gustaban mucho los higos de esta higuera, así que nos pagaba a mi hermano y a ami, si nos trepábamos a ella y le juntábamos algunos. Pero la presencia de este señor linyera, hizo que tomáramos algunas precauciones.

Una tarde, al pisar los restos de ladrillos y vidrios, camino del fondo de la casa donde estaba la higuera, despertamos de su siesta al pobre individuo, que nos respondió con una serie de extraños sonidos, seguramente producto del estado post-etílico del mediodía. Pero para nosotros fue como una declaración de guerra.

De ahí en mas nuestra misión fue molestarlo todo lo que pudiéramos. Tirándole piedras, rociándolo con la manguera desde la casa de mi amigo Gaby, o tirándole bombitas de agua desde el pasaje. Hasta llegamos a vaciarle en la cabeza un balde enterito de higos algo pasados que recogimos del suelo. Una tarde, el señor linyera, simplemente desapareció….pobre tipo.

Otra casa que estaba en la mas alta categoría de "mansión del terror", era el hermoso chalet de la esquina de Sarmiento y Carlos Casares. Nadie sabía por que jamás estaba habitado, ni porque siempre tenía un cartel de "venta", pero no fue hasta el día en que su cuidador, que vivía en otra pequeña dependencia que estaba en el patio de atrás de la casona, se fue; que decidimos entrar en ella.

Contaba una historia, que nadie quería vivir allí, porque se había cometido un horrible crimen. Suponíamos que había sido en el inmenso salón que daba al lateral sobre la calle Carlos Casares. Así que cada vez que íbamos rompíamos un poco la inmensa persiana de madera, para poder ver en su interior, los restos de sangre del cruel asesinato.

Un día logramos nuestro objetivo, y con una linternita iluminamos lo poco que pudimos ver del interior de la casona. Vimos una estancia enorme, con señoriales pisos de madera y cerámica de un gusto exquisito. Una escalera digna de una película de Hollywood, y algunas cosas tapadas con papeles y lonas. Pero de restos de sangre, nada de nada. Hasta que nos sacaron de allí, agarrándonos de las orejas, una pareja de policías que habían salido de la farmacia que estaba al lado.

Sobre la calle Montes de Oca, entre Rodríguez Peña y Carlos Casares, había un chalet grande, rodeado de árboles, que era la sede de una Iglesia Evangélica Alemana. (creo que aún sigue allí). Algunos domingos paseando en bici, podíamos escuchar el sonido de un órgano dentro del garage de la vivienda. Y estábamos seguros que era la morada de algún horripilante ogro tipo "jorobado de Notre Dame", que tocaba solitario el tétrico instrumento, para mitigar una pena de amor no correspondido.

Años después pude comprobar que dicho organo si existía. Era el Pastor de la Iglesia, que ensayaba en él, los himnos que se iban a cantar en las reuniones de la comunidad. Dentro de ese chalet, pasé muchas y muy entretenidas tardes en compañía de los chicos de la parroquia, a los cuales conocí de forma casual. Participé de largas jornadas de té y facturas, programamos campamentos y vacaciones; y me enamoré perdidamente de una chica rubia, de una dulzura increíble; que iba allí los domingos. (su nombre me lo reservo). La única tarde de terror, fue en la que nos invitaron a abandonar el sitio, ya que habíamos transformado un ambiente de reposo y rezo, en largas jornadas de jolgorio y fiesta.

Hoy ya no recuerdo esos lugares como sitios terroríficos. Estos y algunos más, que nos provocaban miedo y pavor, han sido ampliamente superados por una realidad televisiva aberrante. Pornográfica visión diaria de asesinatos producidos por potencias políticas occidentales y cristianas. Han logrado que los chicos vean como algo normal lo que seguramente hubiera llenado de terror a la mamá de Freddy Krueger. Nos han cambiado su "Halloween", por nuestras infantiles pesadillas de barrio. Creo que hemos salido perdiendo.

Desde Madrid, disfrazado de E.T., los saluda:

Dante.

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